Tras unos comicios memorables por su nivel de abstención, Colombia volverá a las urnas el próximo 20 de junio para elegir al presidente y seguramente proseguir la obra de la actual administración

Luis Jesús González - Trabajadores.- Contra toda lógica, y respaldado por algo más que los resultados favorables de la primera vuelta electoral, Juan Manuel Santos parece destinado a cumplir sus sueños infantiles de convertirse en el futuro mandatario colombiano, aunque en realidad ya casi lo era, desde que ordenó en marzo del 2008 el bombardeo de un campamento guerrillero en territorio ecuatoriano.

Designado para perpetuar la política de “seguridad democrática” del presidente Álvaro Uribe, después que la Corte Constitucional impidió al gobernante concursar por un tercer mandato, Santos concurre con la ventaja alcanzada en la primera ronda, en la que acaparó más del 47% de los sufragios emitidos, además de contar con el discreto pero eficiente apoyo de la maquinaria gubernamental.


Integrante de la tradicional estructura política y empresarial colombiana, el candidato del Partido Social de Unidad Nacional busca con la presidencia coronar su extensa carrera de funcionario público, en la que sobresalen el desempeño de las carteras de Comercio Exterior, Hacienda y Defensa en tres administraciones de diferente signo en menos de dos décadas.

Según el ex jefe paramilitar Salvatore Mancuso, extraditado a Estados Unidos por narcotráfico, Santos le propuso en 1997 al entonces jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Carlos Castaño, establecer una alianza para derrocar el gobierno de Ernesto Samper, versión coincidente con fuentes de inteligencia de organizaciones guerrilleras.

Pese a la abstención de más de la mitad de los casi 30 millones de colombianos registrados, los resultados conseguidos en la primera vuelta de los comicios por el ex ministro de Defensa de Uribe mostraron el mimetismo gubernamental, capaz de enmascarar el largo historial de violencia del país con una campaña basada en la seguridad nacional, copia evidente de los resortes electorales pulsados en Estados Unidos por el Partido Republicano para alargar la estancia de George W. Bush en la Casa Blanca mediante el empleo de potenciales peligros terroristas.

Increíblemente, los votos recibidos por Santos sepultaron la larga lista de escándalos que acompañó al segundo mandato de Uribe, caracterizado por incontables denuncias de asesinatos —entre ellas los denominados “falsos positivos”—, los vínculos de importantes figuras políticas con narcotraficantes y paramilitares y el establecimiento de siete bases norteamericanas, factor encaminado a minar la integración regional y que amenaza la estabilidad de los estados vecinos.

Para Santos, quien no oculta su orgullo por haber ordenado el bombardeo del campamento de las Fuerzas Armadas de Colombia (FARC) en suelo ecuatoriano, “la seguridad es la primera condición del desarrollo”, de ahí que las proyecciones de su futura gestión presidencial resulten una copia de las fórmulas de Uribe, basadas en el enfrentamiento armado de la guerrilla, el fortalecimiento de la capacidad militar del ejército y la subordinación a los intereses imperiales de Washington.

Pocas semanas antes de lanzarse a la conquista del palacio de Nariño y fiel a su original condición de periodista de la oligarquía, Juan Manuel Santos presentó su libro Jaque al Terror, en el que exalta sus “éxitos” en la lucha contra la guerrilla y ataca —entre otras figuras— a la senadora Pilar Córdova y a los presidentes Rafael Correa, de Ecuador, y Hugo Chávez, de Venezuela.

Para sus más cercanos colaboradores —entre ellos su propia mujer—, el aspirante del oficialismo en Colombia no se detiene ante nada para cumplir sus propósitos, inclusive “no le importa traicionar a un amigo”, como hizo en el 2006 con su antiguo colega liberal, Rafael Pardo, a quien acusó sin pruebas de tener un pacto secreto con las FARC para privarlo de toda posible opción presidencial o de establecer alianzas con sus rivales conservadores para sumar votos, algo insólito en el pasado, cuando ambas tendencias desangraron el país con una interminable guerra civil.

Carente del carisma de Uribe, pero con el pleno respaldo de los poderes internos y externos de la oligarquía, Santos constituye la variante más peligrosa para el futuro de Colombia: la alternativa de la violencia y la guerra para un país que sueña con la paz.

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