Cubainformación - Manuel de la Fuente  y Daniel Cubilledo.-  Las elecciones en Colombia centraron buena parte de la atención política y mediática en el continente latinoamericano y fuera de él durante los pasados meses de mayo y junio. Pese a la victoria en las últimas legislativas -celebradas en marzo pasado- del uribismo, la enorme inestabilidad en Colombia se corroboró cuando, tan sólo dos meses después, las encuestas atentaban directamente contra la supuesta hegemonía uribista y señalaban a un competidor en el líder del Partido Verde, Antanas Mockus. Los sondeos apuntaban a un empate técnico durante la primera vuelta entre ambos candidatos y una llamada “ola verde” se extendió por todo el país. Sin embargo, el fenómeno Mockus fue desinflándose poco a poco y, pese a que el uribismo tuvo que enfrentarse a una segunda vuelta en las presidenciales, su victoria se firmó el pasado 20 de junio. No obstante, sería incorrecto pasar por alto todos estos acontecimientos que, de una forma aún todavía distorsionada, han mostrado que las elecciones colombianas son sólo una foto fija de la realidad del país, una realidad que ahora más que nunca hemos de apreciar en movimiento, pues debajo de la superficie se están acumulando las contradicciones que en el futuro convertirán en explosiva la situación actual en Colombia.

Texto publicado en el nº 14 de Cubainformación papel - Verano del 2010


Mockus: la tibieza política no sirve en Colombia, hacen falta alternativas

Mockus es un profesor universitario, filósofo y matemático, exalcalde de Bogotá, que llevó a cabo una campaña basada –según él mismo reconoció- en la “pedagogía”, en intentar enseñar a los colombianos y colombianas valores cívicos y democráticos nuevos para “cambiar el país” desde lo individual. Por supuesto, la prensa burguesa de todo el globo terráqueo y, especialmente la colombiana de la que el actual presidente electo es gran accionista, le jaleó incansablemente por tan encomiable misión y le animaban a continuar con sus mensajes profundamente confusos, mientras el candidato Juan Manuel Santos y el uribismo hacían una campaña real en la que se emplearon todos los medios con que cuenta la oligarquía colombiana: desde su poder mediático gracias al control de grupos enteros de comunicación, hasta el uso de grupos paramilitares, pasando por los grandes empresarios del país, y un decisivo clientelismo político en las zonas rurales, donde la compra de votos y el fraude son el denominador común. La única forma de hacer frente a semejante conglomerado de intereses era apoyarse en los sectores populares, despertar de su letargo a una Colombia sumida desde hace años en el shock uribista, que a base del empleo de métodos legales e ilegales ha gobernado el país con el mayor de los cinismos: acusando de terrorista por delante a cualquiera que se atreva a esbozar el más mínimo mensaje crítico y, por detrás, apoyando el terrorismo de los grupos paramilitares de la extrema derecha que les es afín. Y en medio de esta situación, Mockus pensó que podría dirigirse a las masas colombianas como lo haría a sus alumnos en la universidad, y se encontró con que las masas, aunque mucho más humildes que él, han aprendido ya con su experiencia cotidiana mucho más sobre la Colombia real de lo que ningún intelectual pueda transmitirles. Las masas viven el día a día del conflicto social y armado, pero también experimentan en sus carnes la pobreza que para la élite Colombiana nunca dejarán de ser estadísticas y frías cifras sobre el papel, pues durante décadas han aprendido a cerrar los ojos a los problemas de la mayoría de los colombianos y colombianas.

 

55,6% de abstención

 

La prensa ha destacado incansablemente que Santos se ha convertido en presidente con casi nueve millones de votos frente a los tres millones y medio del candidato verde. Lo que la prensa no ha aireado tanto es que la abstención ha sido la verdadera ganadora en la contienda y alcanzó más del 55% del censo, la cifra más alta de los últimos 10 años.. Estas cifras se intentaron justificar aludiendo al mundial de fútbol y a que “llovía”. Lo cierto es que cifras muy cercanas a éstas se dieron en anteriores contiendas (sin ir más lejos, en las legislativas de marzo de 2010, la abstención también superó el 50%) y muestran por un lado, que hay un importante sector del país que está de hecho excluido de la participación política y, por otro, que sectores mayoritarios de la sociedad colombiana no fueron movilizados por los mensajes de ninguno de los dos contendientes en la cita presidencial. Y es que tanto el discurso confuso del candidato verde como sus excesivamente suaves críticas a Uribe actuaron como jarros de agua fría ante amplios sectores de las masas que esperaban un mensaje de cambio profundo respecto a la etapa anterior. Y es que en un país donde existen zonas en las que el uribismo confluye en formas paramilitares que atemorizan a importantes sectores de la población civil ¿merece la pena arriesgarse por un candidato que ni siquiera fue capaz durante la campaña de la primera vuelta de criticar a Uribe abiertamente? ¿Por qué votar a alguien que alabó la “seguridad democrática” y no fue capaz de aludir ni por un momento a los vínculos paramilitares del gobierno de Uribe y del candidato Santos? Algo que, por otro lado, han hecho en estos años desde organizaciones internacionales hasta delegados de las Naciones Unidas. Además de todo esto, los resultados de la primera vuelta fueron ya un enorme varapalo para los seguidores de la “ola verde” y para quienes la miraban de reojo como una posible alternativa. En aquel momento, Mockus no hizo ni una sola crítica a un proceso electoral que no estuvo exento de irregularidades[1]. Colombia no necesita medias tintas, sino un contrapeso firme al uribismo, un régimen que se ha impuesto en los últimos ocho años apoyándose cuando lo ha necesitado en la violencia y en los métodos del paramilitarismo y la oligarquía.

 

Las contradicciones se agudizarán: el Polo Democrático debe jugar su papel

Pero, dicho esto, los resultados de estas elecciones no han de ser interpretados como el final de nada, sino que hemos de saber apreciar más allá de la “foto fija” electoral, los acontecimientos que se están gestando en Colombia y que se desarrollarán en el futuro. Como enfatizaba desde Venezuela en su artículo William Sanabria[2] días antes del 20 de junio, de entre los electores de Mockus, un 50% consideraba al Polo Democrático Alternativo (único partido de izquierdas del arco político colombiano) como su segunda opción y sólo un 14% apuntaba a Santos. Estas cifras muestran que, pese al confuso programa de los dirigentes “verdes”, los seguidores de Mockus no son lo mismo que los líderes de este Partido de reciente creación, que posiblemente pase pronto a ocupar un lugar únicamente en las hemerotecas, pues su presencia en el poder legislativo cuenta únicamente con 8 representantes entre las dos cámaras y, seguramente Mockus pronto vuelva a su universidad para continuar en la pedagogía. En estas circunstancias, el Polo Democrático debe darse por aludido como la fuerza llamada a construir y presentar una alternativa real y factible en Colombia. Los hechos demuestran que no es imposible, pues en un país donde la capital, Bogotá, concentra a más de 8 millones de personas el Polo Democrático ostenta la Alcaldía Mayor, considerado el segundo cargo institucional de mayor importancia del país, tras el presidente de la República. Está claro que la victoria de Santos supondrá el continuismo de la etapa uribista. Álvaro Uribe se encontraba profundamente desgastado tras sus múltiples escándalos en dos legislaturas en las que la llamada “seguridad democrática” se convirtió en la tolerancia activa y pasiva de los grupos paramilitares y la criminalización bajo la etiqueta de “terrorista” de todo aquel que osara discrepar de la línea oficial. Sin embargo, el “recambio”, encarnado en Santos, tendrá que hacer frente a una Colombia que sigue acumulando contradicciones brutales bajo la superficie. El conflicto social y armado seguirá estando en la agenda y lo único que ha demostrado el régimen de Uribe es la incapacidad para ponerle fin, pues la instauración del terror y la calma tensa lograda mediante la militarización del país no es una solución a nada. Y, más allá del conflicto, la política neoliberal y seguidista de los dictados de Washington llevada a cabo hasta la fecha y que con seguridad el presidente electo (y también empresario) Santos continuará, no servirá para conseguir mejoras sociales en un país donde 20 millones de personas viven en la pobreza y 8 en la indigencia.

 

La continuidad del uribismo y el contexto regional

Otro aspecto importante de la elección presidencial de Santos durante los próximos cuatro años es la repercusión en el contexto latinoamericano. Sin duda alguna, la continuidad del uribismo supondrá el mantenimiento de la tensión con países vecinos como Ecuador y Venezuela. Basta con recordar la orden de captura que existe en Ecuador contra Santos, debido a la incursión en territorio ecuatoriano que realizaron bajo sus órdenes fuerzas militares colombianas, con  el resultado del asesinato del comandante de las FARC Raúl Reyes y otros cinco ciudadanos, en lo que fue una flagrante violación de la soberanía nacional ecuatoriana. Por otro lado la reelección de Santos supone la continuidad de la relaciones de colaboración con el imperialismo norteamericano en su estrategia de recuperar influencia en su “patio trasero”, que ve peligrar por procesos que plantean un modelo de desarrollo alternativo al capitalismo como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba etc. y su estrategia de integración latinoamericana representada por este grupo de países en el ALBA.

 

 

Breve retrato del nuevo presidente Colombiano

Juan Manuel Santos procede de una de las familias más poderosas de Colombia, la familia Santos. En el clan familiar hay desde empresarios a ex presidentes y ex vicepresidentes de la República. Actualmente, convertidos en una de las familias tradicionales de la oligarquía colombiana, poseen parte de las acciones del diario El Tiempo, el de mayor tirada en Colombia, que comparten con el español Grupo Planeta. Santos fue Ministro de Defensa bajo el mandato de Uribe donde protagonizó sonados escándalos por constantes vínculos con los paramilitares (grupos terroristas de extrema derecha, tolerados y financiados por sectores del Estado). Los sucesos más graves en los que se vio involucrado fueron los llamados “falsos positivos” (aparición de fosas comunes con civiles asesinados y presentados como miembros de las FARC) y la “Operación Fénix” en la que, bajo sus órdenes, militares colombianos entraron en territorio ecuatoriano y asesinaron al comandante de las FARC Raúl Reyes y a otros cinco ciudadanos. La justicia ecuatoriana dictó una orden de captura contra Santos que nunca pudo ser ejecutada. El hoy presidente electo de Colombia tampoco asumió nunca responsabilidad política alguna por éstos crímenes.

 

 

 

 


[1] La Misión Observadora Electoral (MOE) declaró a través de su presidenta que “los programas de subsidio a las familias se están usando como un elemento de coacción para que sus beneficiarios voten a favor del candidato del gobierno” (Diario de Río de Janeiro, 25/05/2010). Por otro lado, se recibieron 54 irregularidades en la primera vuelta, entre ellas, muchas vinculadas a recuentos de votos en los que se perjudicó al candidato Mockus. Finalmente, el 9 de junio, fueron desestimadas por las autoridades electorales del país.

[2] “Y sin embargo, se mueve...” de William Sanabria. 18 de junio de 2010. Disponible en: www.elmilitantevenezuela.org/content/view/6774/161

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