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Lázaro Fariñas* / Foto: Virgilio Ponce - Cubainformación - Hermes - Martianos.- Viví por un año en Caracas, en 1965.  Volví a vivir allí por otro año más, en 1968. Durante ese último año, nació en aquella ciudad el caraqueño dos millones; la ciudad aún era vivible. Hoy en día es una gran metrópolis, y como tal,  apenas hay seguridad para caminar  por las calles en la noche.


Después, durante la década de los setenta y ochenta, regresé por varios días en diferentes ocasiones. Siempre me gustó volver, además, tenía buenos amigos residiendo allí, la mayoría, cubanos que gozaban de muy buena posición económica.  Por un tiempo, quise a Venezuela como mi segunda patria,  pero el tiempo pasó y mis sentimientos sobre la misma ya no son los mismos, porque hace mucho tiempo que apenas tengo algún contacto con aquel bello y querido país.  Lo único que ahora me une a él es el aprecio que le tengo a su actual gobierno y al pueblo que lo apoya, por la relación tan íntima que, en la última década,  se ha desarrollado entre mi patria y la Venezuela de Simón  Bolívar.

Cuento esto, porque allá a finales de los ochenta, en los programas de radio y televisión a los que acudía como invitado aquí en Miami, desarrollaba la tesis de que Venezuela estaba atravesando un período histórico pre-revolucionario, y que no iba a pasar muchos años en que, por una vía o la otra, la revolución llegaría al poder en Miraflores. Incluso, repetía lo que comentaba  mucho con un amigo mío de mi época caraqueña, que en cualquier momento,  los sufridos  y abandonados venezolanos que sobrevivían en la miseria, subirían  de las cañadas y bajarían de los cerros, para  arrasar con aquella sociedad tan injusta que, a pesar de ser inmensamente rica, era incapaz de hacer justicia social y ocuparse de los desamparados y muertos de hambre que pululaban en aquellos ranchos que existían allí, en el mismo corazón de la opulencia. Ocurrió en febrero de 1989, cuando las masas de muertos de hambre subieron de las cañadas y bajaron de los cerros y salieron a las calles a protestar por las medidas neoliberales que estaba implantando el gobierno de Carlos Andrés Pérez.  Allí fueron masacradas por las autoridades  y todavía hoy no se sabe, a ciencia cierta, cuántos fueron asesinados en plena vía pública.

Las estadísticas no engañaban, mientras  unos pocos navegaban por el mar de la abundancia para ser cada vez más ricos, otros muchos cabalgaban precipitadamente de la pobreza a la pobreza extrema. No había que ser adivino para darse cuenta que las cosas en aquel país iban de mal en peor. Durante 40 años, dos partidos políticos se alternaban el poder, ambos comenzaron  con programas políticos  que tenían preocupaciones por un orden social más justo, pero ambos terminaron corrompiéndose hasta la médula e ignorando por completo las propuestas de justicia social con las que empezaron en las décadas de los cuarenta y cincuenta. Tanto Acción Democrática, como el Partido Social Cristiano, COPEY, se convirtieron en cuevas de malversadores, robándose hasta los clavos del erario público. Ninguno de ellos subía a los ya mencionados cerros que rodean Caracas, ni bajaban a las precarias cañadas que la atraviesan, para ver las necesidades de aquellos que sobrevivían en la miseria extrema.  No iban, ni tan siquiera en épocas de elecciones a buscar votos, sino le pagaban a sargentos políticos para que se ocuparan de esos menesteres.

Los olvidados permanecían olvidados, hasta que en 1999 llegó al poder en Miraflores Hugo Chávez  Frías, con una propuesta revolucionaria, socialista y nacionalista. Entonces sí que los olvidados dejaron de ser olvidados y para arriba de aquellos cerros empezaron a ascender batas blancas de médicos cubanos y venezolanos que el gobierno enviaba para atender la salud de los que antes eran abandonados, maestros con lápiz en mano para enseñar a leer y escribir a los que los otros habían dejado analfabetos, entrenadores deportivos para que practicaran deportes, etc.,  etc.

Por fin, gracias a la revolución bolivariana que lidera Hugo Chávez, los marginados de los cerros y las cañadas de Venezuela tienen voz y voto, los olvidados son recordados y los humildes tienen esperanza.  Salud y vida para el Comandante Chávez que, con el apoyo masivo de los más infelices de la sociedad venezolana, ha ganado una y otra vez las elecciones de su país, a pesar de las campañas sucias de los que se olvidaron de sus hermanos pobres durante todo el tiempo que tuvieron las riendas del poder. Salud y vida para Chávez y que se recupere completamente de la enfermedad por la que atraviesa para que siga ayudando a los más necesitados del país al que mucho quiero.

*Lázaro Fariñas, periodista cubano residente en EEUU.

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