Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación-Cubasolidaridad.- El fenómeno electoral que tiene lugar en Latinoamérica, no responde a un “movimiento proletario” como pronosticara Karl Marx en la politización que hiciera de su aportación teórica, los cuales se han convertido en elementos imprescindibles para un análisis objetivo de los fenómenos sociales. Es sabido que Marx no pudo aislarse de participar activamente en la política de su época y en ese sentido escribió El Manifiesto Comunista, con miras a alentar la “toma del poder” por las fuerzas trabajadoras.


En buena lid, tendríamos que decir que esa conclusión podría estar contenida en su libro teórico y obra cumbre: El Capital, pero el planteamiento en términos de “una toma del poder por el proletariado”, se explica mejor si lo entendemos como la necesidad de politizar su teoría a la hora de escribir el Manifiesto. Fue evidentemente, una extrapolación, de su trabajo teórico, que no respondía en modo alguno, a la envergadura de sus descubrimientos. Los políticos tomaron esto último para organizar sus partidos, organizaciones y movimientos, lo cual podía ser apropiado en algunos casos para llevar a cabo sus luchas. El inconveniente surgió cuando el criterio de dictadura proletaria fue defendido desde el Poder del Estado, convirtiéndose en un simplismo que terminó por complicar las cosas Aunque desagradable decirlo, aquí cabrían las palabras de Enrique Jardiel Poncela, quien expresara en una oportunidad: “quien no se atreve a ser inteligente se hace político”. Quizás la frase sea inexacta pero aplica en muchas circunstancias históricas.

Las luchas latinoamericanas del Siglo XXI no son en su esencia, un movimiento clasista, sino algo más integral y objetivo, donde las industrias nacionales, las mayorías cultas, profesionales, expertos en tecnología y dirección de empresas, hacen suyas las mismas demandas de los desplazados y con más o menos titubeos, en dependencia del ritmo de desinformación en que los tienen sumergidos, participan del proceso y de los resultados finales. Añádase a esto el enorme influjo de la llamada globalización, la cual no es más que el engullimiento de las riquezas de otros, de todas, sin importar fronteras, en función de nuevas formas de capitalización, quienes realmente son los únicos componentes del fenómeno.

No todos los Partidos Políticos en Latinoamérica son una expresión del sistema vigente. La función del Estado no se concibe como orientada a salvar aspectos de la economía y ciertas prácticas sociales, como sucede en Estados Unidos. Por el contrario, se platean revaloraciones pragmáticas al margen de posiciones doctrinarias.

Esto quizás sea posible porque la economía de esos países se entrelazó a la modernidad tecnológica sin atravesar por todas las etapas organizativas de Estados Unidos y de otras naciones que llegaron a la Revolución Industrial tras siglos de andar, dando lugar a un lento proceso de calcificación en el pensamiento social del Poder establecido. Los procesos lineales llevan a estos resultados.

La diferencia del proceso en el Sur del Continente, donde la sociedad nunca ha sido representada por una superestructura que la exprese en sus relaciones esenciales, donde el Poder no se ha eternizado de igual manera que en el Norte, convierte en un inconveniente menor, tanto prescindir de ideas y procedimientos fallidos, como de agregar nuevos estilos y soluciones.

Por otra parte el Estado, esa superestructura que resultó un gran adelanto de la humanidad, pero a la vez un monstruo que requiere de entrenamiento permanente, no ha dejado de desarrollarse y crecer en los pueblos latinoamericanos, permitiéndole expresarse a tono con sus sociedades fraccionadas. Por esas razones el orden jurídico de esas naciones, no ha devenido en un candado doctrinario, donde concepciones como el mercado, la libre empresa, la iniciativa individual y otros, se dogmatizan. Tampoco ha atravesado, con excepción de Cuba, por un período donde existieron conceptos tales como dictadura del proletariado, identificación de lo público con lo estatal, la estigmatización del mercado y la creencia de que el Poder Político es una expresión científica de la sociedad. Enunciados como estos devenidos axiomas, levantaron escollos que hoy, a la luz de la experiencia intentan ser superados.

En contraposición, el Estado, en Los Estados Unidos de América, ha quedado a merced de las facciones políticas del Poder, llevando el desarrollo social por caminos tecnocráticos que, en líneas generales, responden a la dirección de los grandes conglomerados corporativos y a una ideología social que asume vivir en una sociedad con igualdad de oportunidades.

Dentro de la recurrencia casi obligada, de los países del Hemisferio Americano, de copiar patrones de conducta e instituciones de Los Estados Unidos de América, dijimos con anterioridad y repetimos ahora, que el caso de los Partidos ha resultado la mejor de todas las copias, precisamente porque las circunstancias culturales no permitieron hacerlo de manera idéntica. Contrario al beneficio político adquirido con la incorporación de esa organización política, aspectos tales como el uso del automóvil en contraposición al transporte público y la conversión de la tecnología en moda, para mencionar solamente algunas de las más malsanas, entorpecen las labores de las fuerzas progresistas tanto de Estados Unidos como la de otros países industriales, a la hora de buscar formas viables para la inclusión ciudadana.

En años posteriores, a mediado del Siglo XX, cuando el orden alcanzado casi un siglo después de las Guerras de Independencia consolidaron las oligarquías y la presencia omnisciente de Los Estados Unidos en las naciones de Suramérica, las fuerzas caudillistas oligarcas copiaron el macartismo. Este fue un mecanismo de represión ideado por Joseph MacCarthy y que fue aceptado y alentado durante cuatro años, sirviendo para señalar a la ciudadanía estadounidense, hasta dónde estaba dispuesto el Estado a la hora de actuar para defender sus bases esenciales.

A partir de este esquema, Latinoamérica creó cuerpos represivos que supuestamente combatían el comunismo, con lo cual pretendían callar los movimientos revolucionarios que en una cuantía muy pequeña, estaban integrados por personas que profesaran el comunismo o se definieran como tales.

El comunismo fue la palabra fantasma, algo así como el monstruo que intentaban presentar como enemigo, a poblaciones que tenían una mala visión de la Rusia de entonces y cuyo término identificaban con Stalin. En realidad estos organismos, entre ellos uno creado en Cuba, llamado Buró de Represión Anticomunista, se dedicaban a perseguir a los militantes revolucionarios que proclamaban buscar objetivos abstractos como libertad, democracia, justicia y respeto al ciudadano.

Las ideas comunistas como corriente ideológica, no fue mayoritaria en América por razones múltiples que no son del caso analizar ahora, pero al calor de las ideas de renovación introducidas en la sociedad por los pensadores comunistas y socialistas del Siglo XX, se desarrollaron las fuerzas progresistas, las izquierdas, los movimientos socialistas y algún que otro Partido con esta denominación, los cuales continuaron nutriendo sus filas a contrapelo de la amenaza que trataron de infundir esos cuerpos represivos, tildando de comunistas a cuanta lucha social aparecía en el horizonte. La acusación en realidad no estaba dirigida tanto a descalificar esas ideas en particular, como a la Unión Soviética y todo aquellos que pudiera servirle de soporte.

Además de combatir a la Unión Soviética, otra de las razones escondidas al crear estos cuerpos de represión, estuvieron precisamente en que las fuerzas revolucionarias en su conjunto fueron muy decididas en asumir posiciones audaces. Tal fue el caso del asalto al Cuartel Moncada en Cuba en el año 1953, al mando de Fidel Castro.

El partido comunista cubano de aquella época, llamado Partido Socialista Popular, que a penas representaba un 2% del electorado, tildó dicha acción de “puchista”, y si fue ilegalizado por la dictadura, se debió a razones históricas previas y también para justificar la persecución de gente que mayoritariamente ni sabían qué significaba la palabra comunismo. Escasamente algunos conocían del socialismo y todos habían escuchado de “las luchas revolucionarias” y se autoproclamaban como revolucionarios.

Felizmente, la copia del macartismo en Latinoamérica, no dio resultados para contener el proceso renovador de las ideas y erradicar las presiones populares, porque la mayoría de quienes eran y aún son reprimidos, han sido personas con ideas no doctrinarias y difícilmente influenciables por la interpretación que los rusos hicieron de las aportaciones analíticas de Marx.

Aunque es un poco temprano para hacer predicciones, todo indica que el camino de la renovación social es un espacio abierto en Latinoamérica al influjo de la maduración que antiguos y recientes errores están favoreciendo.

*Lorenzo Gonzalo periodista cubano residente en EE.UU., subdirector de Radio Miami

Fuente original: Martianos-Hermes-Cubainformación-Cubasolidaridad

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