Iñigo Martínez - Gara.- En las últimas semanas Colombia aparece, menos de lo que debería, en los medios de comunicación por tres hechos relevantes a la vez que sembradores de paz. Hablamos de la celebración del congreso en el que la guerrilla de las FARC ha realizado su tránsito a partido político, el anuncio del cese bilateral del fuego entre el ELN y el Gobierno y, por último, la visita del Papa Francisco, que aunque a los ateos nos cueste verlo, parece como si hubiera aterrizado a bendecir dichos acontecimientos.


En esta ocasión nos centraremos en uno de los hitos fundamentales de los Acuerdos de La Habana entre el Gobierno y las FARC-EP; la transformación de éstas en partido político, mismas siglas pero bajo el nombre de Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, tras 52 años de guerra. Si algo puede resultar significativo es este cónclave que reunió en el centro político de Colombia, Bogotá, y a escasas cuadras del mítico Palacio de Justicia y del Congreso de la República a 1.200 delegados y delegadas provenientes, y por tanto representantes de dos formas de sentir, de las extintas estructuras guerrilleras pero también de las estructuras urbanas clandestinas de las FARC-EP y del Partido Comunista Clandestino.

Hace apenas 5 años, era impensable el fin del conflicto armado en Colombia como paso previo imprescindible para la construcción de una paz con justicia social. Hoy la paz es una realidad que Colombia comienza a disfrutar gracias al esfuerzo y lucha de más de 50 años de las FARC-EP y otros sectores democráticos y avanzados. La Paz en Colombia es la paz del continente americano y el paso más importante que habido en la última década para la construcción de la paz mundial. Así lo ha destacado la comunidad internacional con las Naciones Unidas al frente, felicitando los esfuerzos realizados por el Gobierno Nacional de Colombia y por las FARC, esfuerzos que han sido recompensados con un premio nobel de paz que saluda todo el proceso de paz y agradece a todos sus protagonistas los esfuerzos titánicos realizados para alcanzar la paz y reconciliación nacional.

En el Congreso, vivo en el debate de ideas, se definió a la nueva fuerza como un Partido/Movimiento de movimientos que busca una política amplia de alianzas con las fuerzas de la izquierda y los movimientos sociales como eje estratégico. Pero, en el corto plazo, el lema del cónclave (“Por un Gobierno de Transición para la Reconciliación y la Paz”) ilustra el compromiso de la antigua guerrilla con la implementación de los Acuerdos de Paz en todo su amplitud. Un planteamiento arriesgado que busca la mayor unidad de las fuerzas democráticas colombianas de cara a las próximas elecciones presidenciales a las que el uribismo acude con gran fuerza. Y ese será uno de los mayores retos de los próximos meses, junto al trabajo de convergencia política y social de la izquierda, la presentación de una candidatura de unidad de las fuerzas democráticas parece la única forma de frenar a la reacción y a la ultraderecha que representa Uribe.

Dicha candidatura cuenta ya con la mejor plataforma programática que Colombia podría tener, los propios Acuerdos de Paz. Una plataforma para la modernización y democratización de Colombia y, por cierto, obligado su cumplimiento no solo por ser una obligación contraída por el Estado colombiano ante la Comunidad internacional, sino porque es la única posibilidad de acabar con la pobreza, la desigualdad y la injusticia en Colombia. Unos acuerdos, que sin ser el programa máximo de las FARC, son acuerdos muy avanzados especialmente en lo referente a la reforma rural, la reforma de la participación política y electoral, la erradicación de la violencia política y del paramilitarismo, la lucha contra la impunidad y por la justicia para las víctimas del conflicto y finalmente lo referido en los programas de reincorporación económica y social de los antiguos guerrilleros y guerrilleras. Su incumplimiento sería una tragedia histórica y la pérdida de una oportunidad única de democratizar Colombia y erradicar la violencia de la actividad política. Todo ello con una perspectiva de avanzar hacia un proceso constituyente.

Y aquí merece la pena destacar que los documentos aprobados por los farianos y las farianas señalan que el proyecto político continua. Que se abre una etapa de lucha popular sin armas bajo el proyecto político de la transformación de Colombia en clave socialista y de integración latinoamericana.

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