Misión Verdad.- El presidente Nicolás Maduro arribó el jueves 13 de septiembre a Beijing, capital de la República Popular China, para participar directamente en la XVI Comisión Mixta que componen los Estados chino y venezolano. El viernes 14 se firmaron los acuerdos de la mano del mismo mandatario venezolano y su par Xi Jinping.


 

Esta importante visita del primer mandatario nacional fue precedida por tres reuniones clave de la vicepresidenta de la República Bolivariana, Delcy Rodríguez, esta misma semana.

Rodríguez sostuvo un encuentro con el presidente de la Comisión Mixta de Alto Nivel de China, He Lifeng, con el propósito de estrechar los lazos de cooperación en diversas áreas estratégicas de ambas economías.

De igual forma, se reunió con el presidente ejecutivo del Banco de Desarrollo de China, Zheng Jizh, una de las instituciones financieras más importantes del sector público del gigante asiático, y con el vicepresidente, Wang Qishan, quien aseveró, según información suministrada por el medio CGTN, "que su país está listo para trabajar con Venezuela a fin de salvaguardar de las naciones en vías de desarrollo".

Estos encuentros se realizaron con vistas a elevar la cooperación bilateral y los marcos de inversión en sectores estratégicos de la economía venezolana y china (petróleo, siderúrgica, oro, etc.) a los fines de consolidar el plan de recuperación que lanzó recientemente el gobierno venezolano para desmantelar las principales variables de la guerra económica.

Contexto y cálculo de la visita a Beijing

A raíz del anuncio del viaje del primer mandatario nacional, desde las redes sociales se intentó proyectar que Nicolás Maduro realizaría la visita de forma desesperada y sin conocimiento de las altas autoridades en el gigante asiático.

A contracorriente de esta frágil versión infundada, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China confirmó que el presidente Maduro viajó a China por una invitación de su presidente Xi Jinping, con el objetivo de ampliar las relaciones bilaterales bajo la premisa de que "el gobierno y el pueblo de Venezuela son capaces de manejar sus asuntos internos conforme a su ordenamiento jurídico".

La visita de Maduro se da en medio de operaciones semisecretas y de presión internacional, de la mano del gobierno de Estados Unidos, para cristalizar un cambio de régimen.

Tanto The New York Times (NYT) como el medio financiero Bloomberg han certificado cómo distintas escalas de la burocracia estadounidense han tanteado la vía del golpe de Estado militar o la opción de una intervención abierta desde el Consejo de Seguridad Nacional.

Hasta hace poco más de un mes, el presidente Nicolás Maduro sufrió un atentado que intentó acabar con su vida y la del alto mando político e institucional de la República. Días después, Bloomberg confirmó que Estados Unidos conocían del plan, pero no fue hasta la filtración del (NYT) del pasado 8 de septiembre que se confirmaría que, efectivamente, la Administración Trump sostuvo reuniones con militares que preparaban un golpe de Estado.

Durante el mes de septiembre, el uso político de la emigración venezolana para justificar una mayor intervención en los asuntos internos del país por rutas extralegales, eje de donde provino la llamada Declaración de Quito del Grupo de Lima y la última sesión (fallida) del Consejo Permanente de la OEA, que representan el correlato público y en la esfera internacional de las operaciones secretas que caminaban para intentar socavar al chavismo.

El pináculo de estos movimientos en la arena internacional fue a crédito personal de la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, quien convocó una sesión informal del Consejo de Seguridad de la ONU, bajo la "Fórmula Arria", para linchar a Venezuela y proyectar la narrativa de que ante la situación de un "narcoestado" en Venezuela, aseveraciones que en ningún momento fueron respaldadas con pruebas, se debe optar por la vía de la antipolítica y la intervención.

En este contexto de altas presiones, la visita de Maduro a China envía, en las primeras de cambio, un mensaje de contención a Estados Unidos.

Al elevar su posicionamiento internacional no sólo blinda al país en términos geopolíticos y securitarios, sino que complejiza los cálculos y costos políticos del gobierno estadounidense.

Pisar el acelerador por el cambio de régimen, mediante vías más intensas como aumentar la presión económica, en un país como Venezuela donde China tiene intereses estratégicos, abre en el escenario una fricción adicional que se suma a una guerra comercial creciente, la desdolarización capitaneada por China y Rusia, la disputa por el reconocimiento de Taiwán y la pugna por el liderazgo en Asia-Pacífico.

Todos estos escenarios implican para Estados Unidos una extenuación de sus recursos de política exterior y una pérdida de su posición hegemónica en ámbitos clave del sistema-mundo.

Por otro lado, la invitación de Xi Jinping a Maduro demuestra la confianza de la potencia emergente en su liderazgo, en la capacidad de revertir crisis políticas y ejecutar plan creíble para la recuperación económica del país, por fuera del sistema clásico del dólar, al que también China se enfrenta.

La visita se traduce en un espaldarazo a Maduro, no de cualquier nación, sino de la primera potencia económica del planeta y la segunda en términos políticos, toda vez que Estados Unidos intenta forzar el cambio de régimen por vías violentas.

En medio de esta tensa situación, el presidente venezolano eleva su perfil político a nivel internacional, disuade los ataques externos y coloca al país en la primera línea de vanguardia en la construcción de un sistema internacional multipolar.

Confrontación global y la Guerra Fría revisitada

Pero la visita de Maduro también transcurre en medio de una reedición de la Guerra Fría, en la cual la disputa por el liderazgo internacional se intensifica a medida que avanza la desdolarización de países euroasiáticos y los poderes emergentes consolidan ventajas relativas en los vectores financieros, diplomáticos y militares, en menoscabo de la alicaída hegemonía estadounidense.

Esta misma semana se realizó el IV Foro Económico Oriental, una iniciativa rusa que desde el año 2015 busca ampliar la cohesión entre el gigante euroasiático, China, y la estratégica zona del Sudeste asiático. En esta oportunidad concurrieron 59 países, y en las distintas rondas de negocios se avanzó en parámetros alternativos al uso del dólar para el comercio regional, empleando el uso de las propias monedas locales.

El evento concluyó con la firma de convenios entre los países suscritos por un total de 3 billones de rublos, que al tipo de cambio actual representan aproximadamente 45 mil millones de dólares. El profesor de Econometría, Iván Martín y Ladera, explicó para Russia Today, que los países participantes en este foro cada vez dependen menos de la divisa estadounidense.

En paralelo a esto, Rusia realiza las maniobras militares más importantes desde 1981, con el nombre Vostok 2018. Con 300 mil soldados, 1 mil aeronaves, 36 mil tanques, 80 buques de guerra y simulaciones que muestran las capacidades de los sistemas antiaéreos Buk-M2, Tor, Pántsir-S y S-400, envía un mensaje de disuasión a Estados Unidos y a la OTAN.

China participa también de estos ejercicios con 3 mil 200 oficiales y su alto mando militar, un hecho que, observado junto al éxito del Foro Económico Oriental, expone el buen momento que viven las relaciones entre China y Rusia y su determinación por reformar el sistema internacional bajo una lógica multipolar.

Lo que se juega China en América Latina

El concepto de China, en términos de política exterior, procesa el tiempo político actual desde la necesidad de una reforma sustancial y un nuevo consenso multipolar y horizontal en el sistema internacional, basado en la no superioridad de una potencia sobre otra, toda vez que la integración económica y el respeto a la soberanía nacional que es planteada es vista como un medio para reducir la desigualdad política y económica, intensificada a extremos aberrantes entre los grandes poderes del mundo sobre las periferias, para reducir los conflictos interestatales y estabilizar las relaciones internacionales en el largo plazo. Un punto de inflexión en términos de proyectos de estabilización a largo plazo del orden internacional.

Bajo esa premisa, China se ha introducido como factor organizativo de las relaciones económicas en América Latina y el Caribe desde el inicio de este siglo, incrementando sus inversiones económicas y en infraestructura, que hasta 2015, planteaba un monto de 250 mil millones de dólares.

Estos movimientos han sido interpretados por Estados Unidos como una "invasión" a su "patio trasero", por lo que ha sacado a relucir una actualización de la Doctrina Monroe, alegando que es el único poder con la intención de defender la libertad, la democracia y los derechos humanos que tanto han violado en el hemisferio en los últimos 150 años. Esta vez traslada la geografía original de esta noción (Europa) a Asia.

Para Estados Unidos, la creciente influencia china representa una competencia de tipo neocolonial por el liderazgo de la región, una especie de conflicto suma cero donde la victoria de un bando pasa por la negación absoluta del otro.

Sin embargo, a diferencia de la geopolítica de Estados Unidos en Latinoamérica, basada en el saqueo de recursos energéticos, el desmantelamiento del Estado (neoliberalismo) y en la homologación de un único modelo para toda la diversidad cultural del continente (la democracia liberal), China emplea una política exterior seductora, no confrontativa y que dirige sus inversiones hacia el fortalecimiento estatal de sectores económicos estratégicos.

Una diferencia sustancial en el tratamiento de las relaciones internacionales, que ha traído como consecuencia mayor confianza en China como socio regional y un alejamiento progresivo de Estados Unidos en términos económicos, comerciales y hasta políticos, aunque la mayoría de los gobiernos de Sudamérica siguen alineados a la cosmovisión civilizatoria con patente occidental.

El poder alcanzado por China (y Rusia, sólo que, en áreas diferentes, pero igual de estratégicas) en los últimos años, implica un punto de quiebre para el orden internacional actual; el desarrollo de su influencia en el espacio geopolítico latinoamericano da una vuelta de tuerca definitoria al desenvolvimiento del sistema-mundo.

Contrario a la política de garrote que impone la democracia liberal mediante el castigo de la deuda y la extorsión económica de las corporaciones estadounidenses, China basa su relacionamiento en la integración económica sin el fanatismo liberal-democrático con el que Occidente llevó al colapso a la humanidad, tratando de homologar bajo la sociedad de consumo y el proyecto de ciudadanía europea, a un conglomerado planetario tan diverso.

El resultado práctico de esto es que China está por superar, en los próximos años, a Estados Unidos como principal socio comercial en la región, afectando sensiblemente su proyección geopolítica, la capacidad de control sobre los recursos energéticos y la autoridad moral y política de dirigir el destino de Latinoamérica.

Bajo esos parámetros no puede afirmarse, más allá del evidente poderío económico y financiero que viene ejerciendo China desde hace unos años por acá en el continente, que Venezuela y las naciones con mayor nivel de cooperación con el gigante asiático son "peones" o simples fichas utilizadas en el tablero geopolítico. En realidad, es mucho más complejo que eso.

Aunque Latinoamérica no tiene el nivel de importancia estratégica para China que puede tener Asia o Europa en estos momentos, el acceso a los recursos energéticos de la región en el marco de su ambicioso plan "Made in China 2025", con el cual madurara las condiciones para consolidar su liderazgo económico global y solidificar su estrategia de integración con la Iniciativa del Cinturón y la Ruta.

Para China es esencial diversificar sus fuentes de recursos naturales hacia América Latina, pues considera que la conflictividad en Medio Oriente (específicamente centrada en Irán, uno de sus principales surtidores de energía) y la creciente militarización del Mar Meridional, terminará afectando sus fuentes de recursos y, en consecuencia, sus bases materiales de poder para continuar en una posición de liderazgo en el orden internacional.

La importancia de Venezuela y lo que está más allá de lo evidente

Para China, mantener a resguardo su influencia en Latinoamérica es esencial pues sostendría su estatus de potencia emergente con capacidad de reconfigurar el orden internacional de la Conferencia de Yalta. En este aspecto, Venezuela es clave en cuanto mantiene fuerte influencia en diversos mecanismos de integración regional (CELAC, entre otros) que sirven para el posicionamiento institucional de sus proyectos de envergadura.

En Latinoamérica, vista por Estados Unidos como su zona de influencia más cercana, China también ha logrado compensar los movimientos geopolíticos norteamericanos para obstruir su liderazgo con vecinos tradicionales, específicamente y con mayor importancia, sobre Vietnam e India.

De igual forma, en el escenario latinoamericano, China también emplea su influencia para debilitar diplomáticamente a Taiwán y lograr una vía de escape a las presiones comerciales de la Administración Trump, la cual intenta revertir las ventajas económicas del gigante asiático limitando sus ganancias por concepto de exportaciones.

Pero esta no es la única dirección que toman los acontecimientos geopolíticos en Latinoamérica. Para Venezuela y otros países que se encuentran en el punto de mira de Washington, la inserción de China como actor regional es también empleado como una forma de disuasión contra las presiones estadounidenses, pero asimismo como una reafirmación de la soberanía a los fines de construir un orden económico internacional alternativo, alejados de los tradicionales paquetazos del FMI y la banca occidental.

Específicamente en Venezuela, por su gran cantidad de recursos petroleros, en oro y otros minerales, China encuentra una fuente de materias primas clave para sostener su proyección geopolítica a nivel internacional y sus planes de crear un nuevo consenso monetario global por fuera del dólar, con base al intercambio en oro y a las transacciones con el contrato petrolero conocido como petroyuan.

A la vez, Venezuela, en su propio escenario, instrumentaliza estos factores como una herramienta de disuasión política a nivel de política exterior, e incluso en la construcción de rutas alternativas para esquivar las sanciones estadounidenses y construir una base de respaldo geopolítico a su propia vía de desarrollo económico.

Acotaciones finales

Este contexto regional marcado por el ascenso de China pareciera indicar que Estados Unidos está determinado a ser un actor de segundo orden en el mismo hemisferio que en 1823 reclamó como su propiedad exclusiva, con la proclama del presidente James Monroe.

Sin aparentes recursos políticos, económicos y diplomáticos que logren revertir la situación, la Casa Blanca y el aparato militar y de inteligencia estadounidense emplea herramientas de caos controlado para obstaculizar, afectar y, a lo mucho, retardar la inserción de China como un actor dominante en la región.

Venezuela fue otro de sus laboratorios y la sociedad venezolana, lo más pobre y agredida de ella, ha resistido a la mutación de transformarse en protagonista de su propia desgracia. No ser Libia o Yugoslavia con los traumas y heridas civilizatorias de una inyección letal de revolución de colores, ya es ganancia.

Pero han sido específicamente esas operaciones de caos y aventuras militares, planteadas desde una metafísica de que Estados Unidos debe dirigir al mundo según las claves de su pequeñísima realidad geográfica y llevadas a cabo en todo el planeta en los últimos 100 años, patologizaron a tal punto a la élite estadounidense, que procesa como una puñalada personal a su mesianismo blancoide los cambios geopolíticos y de tendencias civilizatorias lógicos a cualquier orden humano.

Es por esa razón que Venezuela ha sido víctima de una intensa guerra económica, la cual ha contribuido al desmantelamiento de su industria petrolera y al descontrol del tipo de cambio, para alejar las inversiones de China (y las del mercado financiero en general) generando un conjunto de condiciones negativas que eleva sus costos de apoyo económico.

Por esa razón, de igual forma, el Plan de Recuperación Económica que emprende el gobierno venezolano es clave, en sus coordenadas internas, para estabilizar una economía asediada y proteger a la población de la máquina mortal del bloqueo, pero que en términos globales se inserta en la construcción política y organizacional de un nuevo modelo de relaciones internacionales que no ve el futuro de la humanidad guiado espiritualmente por Occidente.

En Estados Unidos, y en Occidente en general, se intensifica el colapso político, la ruina cultural, la descomposición interna por la violencia sistemática del capital sobre el cuerpo social, la ruptura de los consensos políticos, financieros y espirituales de la Conferencia de Yalta. En esa ventana de oportunidad, los poderes emergentes aprovechan para ganar posiciones y plantear una estabilización del sistema internacional desde una perspectiva que sintetice la famosa trampa de Tucídides y las contradicciones de un realismo autodestructivo.

Las magnitudes del colapso civilizatorio, también trasversalizada por una crisis ecológica que es para coger palco, agudizan la condición de Latinoamérica y Venezuela, nervios geográficos del depredado Sur Global, como centros de explotación primaria de capitales para que Occidente continúe con su modelo suicida por 50 años más, o sean aprovechados, políticamente, en términos de base material, para un giro del orden internacional que reorganice y estabilice la situación después del colapso.

En ese punto de inflexión, crucial para el destino de la humanidad y de lo que será Latinoamérica, que la situación toma un color más peligroso. El colapso, que también es epistemológico y espiritual, genera las condiciones propicias para una tierra arrasada en medio de la pugna geopolítica que arrecia en el planeta y que está siendo movilizada por un sector de la élite global que no encuentra como superar sus complejos de superioridad.

El resurgir de China y la ampliación de su radio de influencia a Latinoamérica, más que una visión paternalista, en realidad representa una ventana de oportunidad para abonar a la construcción de un orden multipolar, donde este continente pueda integrarse como polo geopolítico para poder negociar cómo quiere vivir.

Es en ese punto donde la muerte de Hugo Chávez pega en el alma regional, pues lo sencillo e inédito de su obra estaba en intentar unir, políticamente, a los que han vivido los dolores de mantener la vida de alto standing de las potencias occidentales durante siglos. Porque si toda Latinoamérica no se dirige hacia un bloque histórico y orgánico, no tendrá ningún mecanismo de defensa ante el colapso civilizatorio que ya hace de la destrucción un asunto rutinario. Un daño colateral del mercado mundial.

"Este siglo XXI es el siglo donde el destino de la humanidad debe marcarse como el destino común, sin imperios hegemónicos, que dominen, que agredan a los pueblos del mundo": esto lo dijo Nicolás Maduro sobre el lugar histórico de Venezuela en ese punto de inflexión que redefinirá cómo será la próxima revolución de los asuntos globales, con un costo humano que no para de ascender.

Y es ahí donde Venezuela aumenta los nexos de asociación con China, no para su supervivencia individual, sino para tener el poder de seguir siendo la entrada a una política de la imaginación multipolar, que, desde el Sur Global, juegue también sus cartas para quedar lo mejor parados posibles ante el colapso que viene. Y que, en su epicentro, Estados Unidos, va por sus capítulos finales y también se reproduce como culebrones en Colombia, Brasil, Ecuador y otros países de la región.

América Latina
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