Eder Peña - Misión Verdad.- Mi viejo siempre aliñaba la historia de cómo se juntó a vivir con mi madre, aquella negra de pelo hasta el final de la espalda. La recordaba el más pequeño de los hermanos Peña desde una mañana en que la sacaban cargada con un ataque de asma de Retiro Nuevo, un corregimiento (caserío grande o pueblo pequeño) del municipio Marialabaja, cerca de Cartagena, Colombia, donde el "progreso" llegó en forma de monocultivo de palma aceitera.


A los pocos años, en 1958, él llegó a Venezuela con la promesa de que, caído el dictador, sería rentable enviar dinero obtenido del trabajo en Perijá, se trataba de "tumbar la montaña" para un terrateniente que expulsaba a los Barí de sus tierras.

El apoyo de mi padre era su tío, quien llegó en 1956, antes del fraude cometido por Marcos Pérez Jiménez en un plebiscito convocado para decidir su permanencia en el poder a finales del 57. El dictador había promovido la inmigración europea al punto de que, de la población inmigrante registrada oficialmente, el 78% del total estaba compuesta por españoles, italianos y portugueses que blanquearían y mejorarían a la población venezolana.

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Ya en los años 60 el nuevo gobierno de Betancourt buscaba estabilizar el tema de la migración colombiana en Venezuela, por lo que se tramitaba la tarjeta agrícola para los labriegos indocumentados de origen colombiano, un documento que se otorgaba a quienes trabajaban para las élites ganaderas del Zulia y otros estados fronterizos.

Un extranjero pobre y endeudado trabajando la tierra era una oportunidad tremenda para un terrateniente o aspirante a serlo: una vez que exploraban la tierra y la deforestaban, bastaba con llamar a las autoridades para que realizaran la respectiva redada y deportación. Con la tarjeta agrícola se controlaba la mano de obra barata proveniente de un país que ha llegado a ser su primer exportador en Suramérica.

También en la Cuarta República fue utilizada la xenofobia como medio para abaratar aún más la mano de obra, el rechazo inducido por los medios y parte del discurso oficial hacia el argumento de que la demanda de trabajo de la población colombiana migrante en Venezuela fuera laxa e inducía la explotación laboral por parte del capital "venezolano".

Cualquier trabajo era bueno, sobre todo porque el diferencial cambiario favorecía al bolívar y el sueldo. Siendo bajo, permitía enviar una remesa. Muchos inmigrantes compraron propiedades en Colombia, también Venezuela fue base para migrar a Europa o Estados Unidos. En fin: como en la actualidad contra los venezolanos, degradar a la inmigración colombiana era tremendo negocio para cierta clase privilegiada en el usufructo de la renta petrolera.

Habiendo renunciado a reclamar tierras en su país natal debido a la guerra interna, muchos colombianos se vinieron a Venezuela a trabajar en las que ya estaban siendo abandonadas por venezolanos por culpa del latifundio y sus mecanismos de estrangulación al campesinado. Con la migración europea que se privilegió durante y después de la dictadura se impuso un modelo agrícola basado en el monocultivo y la ganadería extensiva, esto y el proceso de urbanización motorizado por el petróleo dejaron al campo deshabitado.

Junto a esos migrantes internos, muchos colombianos ocuparon las periferias de las grandes ciudades. En estos barrios nos fuimos haciendo de una cultura distinta, la del colombovenezolano que baila champeta, salsa, vallenato… hoy reguetón, dembow, más salsa, bachata, tambor de la costa, papayera y bullerengue.

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Siguiendo con mis padres: ambos tuvieron hijos muy jóvenes, él acá y ella allá. A comienzos del gobierno de Leoni, ella decidió venirse a Venezuela por una de las trochas que hay en los 2 mil 219 kilómetros de frontera para trabajar y enviar remesas a su hijo pequeño. Viviendo en Maracaibo, pocos años después se hicieron novios en medio de un amor bonito. En una ocasión se fueron al velorio de un paisano, mi viejo departía con sus amigos mientras bebía tragos, ella acompañaba a la familia del difunto en su dolor cuando llegó la policía pidiendo documentos.

Como ella era la indocumentada se la llevaron detenida, llenaron un camión "perrera" de gente y él, además de que no cabía, tenía su tarjeta agrícola vigente, por eso no lo subieron a la unidad policial. Un detalle: estaba borracho y enamorado. Cuando vio que no podía negociar con los funcionarios para que la bajaran, se puso obtuso y los insultó gritando que a su mujer no se la iban a llevar, que si eran tan machos que se lo llevaran a él. Sus deseos fueron cumplidos y en las piernas de ella viajó hasta la comandancia, le rompieron la tarjeta agrícola en la cara y ambos fueron deportados.

Cada deportado era una oportunidad de dinero fácil para los cuerpos policiales, en ese caso, por el escándalo público y el volumen de gente hacían difícil transar y la deportación era la única salida. En Maicao se concretó esa historia de amor, desde entonces fueron unas veces felices y otras no tanto. Años de trabajo en casas de gente adinerada, cero previsión social, racismo, xenofobia, más hijos, separaciones, reconciliaciones…

En los 70, con el boom petrolero aumentó el ingreso per cápita y mejoró la situación económica para migrantes desplazados o no por efecto de la guerra. Con todo y la exclusión estructuralizada en Venezuela, las condiciones tanto asistenciales como educativas del sector público garantizaban el acceso a quienes residieran en el país.

Ese utility en el que se convirtió mi viejo (mesonero, plomero, jardinero, etc) me enseñó a leer desde los 3 años. En mi recuerdo están muchas noticias de colombianos vinculados a delitos comunes pero también a estafas, mafias y prostitución. Algunos gobiernos discurseaban que la crisis que empezaba a evidenciarse en los 80 era debido a la gran presencia de colombianos, seguramente los colombianos llegaron a ser el problema más serio para Venezuela, al estilo de Santos respecto a los venezolanos en Colombia.

Por más de 20 años mi familia vivió alquilada. Para un obrero colombiano la única oportunidad de tener una propiedad privada acá era invadir y construir en un cerro, mientras que la posibilidad de tener casa propia en Colombia era venirse a trabajar en Venezuela. En muchos sitios la colonia colombiana y su particular estilo de festejar ha llegado a transgredir los límites de la convivencia. Recuerdo la escalera de un barrio vía El Junquito en donde se leía "No c asectan colomvianos". Hoy en día los venezolanos emigrantes reciben un trato parecido fuera de nuestras fronteras.

Algunos de mis familiares han retornado a Colombia, otros venezolanos hijos de colombianos se han ido, sus historias son diversas, unos repiten la narrativa hegemónica de los medios, otros reconocen que la llegada del chavismo les mostró la oportunidad de ser visibles. Un catedrático afirmó que hay diferencias porque nunca hubo centros de atención a colombianos en Venezuela. La oleada a Venezuela nunca fue inducida ni estimulada desde la prensa. El Estado venezolano (ni el puntofijismo ni el chavismo) convirtió en negocio la situación humanitaria de quienes migraron. Si hay algo en común en ambos procesos es que la oligarquía colombiana, la más parásita y cruel del continente, aceleró los hechos y se ha beneficiado completamente de cada persona que abandona su tierra y su familia buscando mejorar sus condiciones de vida.

Mi viejo murió hace poco en este país donde vivió casi 60 años. Fue otro muerto de la guerra que se libra contra Venezuela. Para curar su problema sistémico de salud fueron insuficientes las remesas de mis hermanos desde Colombia, aprovechando la agresión cambiaria que sufre nuestra patria, como tampoco fueron suficientes sus cartas y regalos para llenar aquel vacío que produjo en ellos no tenerlo desde siempre. Cuando se es hijo de migrantes, se siente plenamente aquel poema del puertorriqueño Juan Antonio Corretjer:

En la vida todo es ir

a lo que el tiempo deshace.

Sabe el hombre donde nace

y no donde va a morir.

América Latina
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