Franco Vielma - Misión Verdad.- Desde la perspectiva marxista y dialéctica más elemental, es un hecho que desde toda realidad y estructura económica se erige un conjunto de subjetividades que, una vez germinadas, evolucionan y se consolidan como un "modus vivendi".


Para Venezuela, la gravitación política, económica, social y cultural alrededor del rentismo petrolero es palpable en todos los ámbitos, tanto para la estructura económica toda como para la población, en casi 100 años de auge y evolución de este modelo. Desde los últimos años, la coyuntura económica venezolana o el estado de guerra contra el pueblo han sido nuevas derivaciones, nuevas realidades que se han ido consagrando como nuevas estructuras sociales.

Dicho de otra manera, la subjetividad de la guerra ha germinado y ha evolucionado de diversas maneras y en diversas direcciones, como un imaginario que se ampara mediante las condiciones impuestas en la materialidad.

Uno de los elementos indispensables a considerar en este periplo es la cuestión del salario, por tratarse de una de las presentaciones más importantes en las relaciones económicas en sociedad, pero también por ser un factor que define a enormes capas socioeconómicas del país. El grueso de la población económicamente activa en Venezuela es asalariada y ha sido también el blanco de los más severos desmanes que ha dejado la guerra. Se trata de un sector que, en el marco de la guerra, ha adquirido la penosa cualidad de pasar a ser un factor de gran vulnerabilidad socioeconómica, especialmente por la constante depreciación de las estructuras salariales y la fuerza de trabajo que ha sido inducida, y a partir de ello, los desgarres sociales que genera.

La crónica del salario en tiempos de guerra

La historia de María, una mujer cualquiera en la Venezuela actual, es el relato de una profesional que con ingresos medios logró, durante década y media de chavismo en Venezuela, desenvolverse con cierta soltura económica. Podía cubrir sus gastos más elementales y hasta gastar en entretenimiento, bienes no esenciales y uno que otro capricho o antojo. María, en 2018, se ha retirado de su actividad laboral asalariada en la que estuvo por casi dos décadas, para irse a la economía informal, en varias actividades simultáneas dada la inviabilidad de trabajar por un sueldo que progresivamente se hizo más pequeño frente al costo de la vida.

Juan, por otro lado, salió de Venezuela para trabajar en un país vecino. Se fue siguiendo las promesas del dólar paralelo, pues desde 2015 y hasta mediados de 2018 un puñado de dólares pasaba a ser una obscena cantidad en bolívares, cuestión que le permitía no sólo enviar remesas para apoyar a su familia, también le permitía algo de lucro y lograr lo que como asalariado le sería imposible en tiempos actuales en Venezuela.

Ana es una pensionada del Estado venezolano. Su ingreso es equivalente al salario mínimo básico. Ana no vive de su pensión, de hecho vive del apoyo de sus hijos. Tiene la fortuna de no estar desamparada. Para ella, su pensión es un ingreso casi simbólico, que sirve de muy poco, apenas para ir a una cola en el banco cada mes y ver a viejas amistades y conocidos, lidiando con incomodidades. En realidad su pensión es una entelequia económica.

En estos casos, que son millones en la vida venezolana actual, el salario como una constante aparece en la misma presentación: maltratado, expoliado y escamoteado. Es el principal protagonista para millones de familias y una de las bajas más dolorosas en la guerra.

El salario, que ha estado en terapia intensiva entre la resurrección por decreto presidencial y su acelerado deterioro por la acción de los agentes económicos, ha perdido vigencia como objetividad y subjetividad económica que se rigió en la materialidad rentista. Otrora factor de felicidad, es ahora símbolo de una tragedia, algo que no alcanza.

Dicho esto, queda en evidencia que el centro de gran parte de la emocionalidad económica venezolana yace en el salario como forma de relacionamiento económico, y es ahí donde ha apuntado la guerra, horadando en el relato económico nuestro e imponiendo otros "modus vivendi", como tener un segundo o tercer trabajo, "matar tigres", irse al lado bachaquero de la economía o migrar. La subjetividad económica de la Venezuela de 2018 nos indica que la pérdida del salario real es insostenible como base para sustentar la fuerza de trabajo como la hemos conocido, donde se aprecia otra forma de desmembrar nuestro tejido económico y social. Cada vez son menos quienes quieren trabajar por salario.

Los factores de la guerra en Venezuela lo entienden así y juegan al filo de la navaja, sopesando incluso lidiar con riesgos generados por su propia dictadura económica, prescindiendo de tener esclavos asalariados en muchos casos y sosteniendo su lucro gracias al máximo escamoteo que en tiempos actuales ha servido para que incrementen sus ganancias. En una guerra donde pierde el salario, gana quien acumula plusvalía. La guerra en Venezuela también sigue mostrándonos las inercias más viejas y feas del capitalismo rentista venezolano.

Sobre algunas contradicciones que deja el conflicto económico

Recientemente Francisco Rodríguez, quien fuera el abanderado económico en la campaña de Henri Falcón y defensor de la propuesta de entregar la política monetaria venezolana a la Reserva Federal estadounidense, publicó un cuadro elaborado por su firma, Torino Capital. Aunque en esta publicación Rodríguez se detiene exclusivamente a hablar del salario y su deterioro, deja clara una coincidencia matemática, en la que cruza el comportamiento de la migración venezolana y la variable del salario en simultáneo.

En esta imagen, la baja del salario real coincide con el aumento de la migración o las salidas netas, justo en agosto de 2017, fecha en que la Casa Blanca impuso sanciones graves contra la economía venezolana mediante la firma de Donald Trump de un veto a Venezuela en el sistema financiero internacional. En la gráfica de Torino, es apreciable también cómo desde ese punto ambas variables se proyectan mediante una baja precipitada y vertiginosa del salario real y un aumento empinadísimo de la migración, pues una variable está relacionada con la otra.

Desde agosto de 2018, el ejecutivo venezolano emprendió el Plan de Recuperación Económica que vino de la mano de un aumento sustancioso del salario aunado a un esquema de precios acordados. Ambas variables apuntaron a una recuperación del salario real, no obstante, una economía sin tregua y con agentes internos y externos que tampoco dan tregua, pulverizaron el nuevo salario en otro momento que dio cuenta de la ausencia de músculo institucional del Estado para velar y proteger el esquema de precios de manera acorde a las circunstancias, reproduciéndose nuevamente el ciclo de "salarios aumentados, salarios escamoteados".

Al unísono de estas circunstancias internas, el bloqueo financiero ha socavado las capacidades financieras del país imposibilitando la restitución de ciertos indicadores. El reciente bloqueo en Inglaterra de más de 550 millones de dólares en oro, los más de 1 mil 600 millones de dólares congelados al país para la compra de medicinas y la inhabilitación de Venezuela de los mercados financieros, cuestión que limita enormemente el refinanciamiento de nuestros servicios de deuda, no son variables para desestimar, por el contrario.

En esta madeja de contradicciones yace la política económica del Estado, como una direccionalidad que está regida por las imposiciones de la guerra. Aún así, también recientemente concurríamos a otra particularidad del momento económico actual. El presidente Nicolás Maduro entregaba la vivienda 2 millones 300 mil, una proeza en tiempos de guerra que ha sido silenciada.

No obstante, ese mismo acto dejaba al relieve una particularidad. La Gran Misión Vivienda Venezuela (GMVV) tal vez sea un referente ejemplarizante. En ella vemos todo lo que nuestra política económica no es, por varias razones: en vivienda la política del Estado es sumamente efectiva, precisamente porque en ella hay ejercicio de gobierno sobre todos los eslabones en ese sistema. Por dirigir efectivamente todo ese entramado. Desde particulares, fuerzas sociales, empresas privadas, empresas públicas, y hasta el propio músculo burocrático del gobierno, están subordinados a un solo esquema. A una sola normativa que es sólida, que se diseñó, desarrolló y continuó, pese a los obstáculos del devenir. Una política de ejecución abierta, eficiente, dinámica, que es regulada y oportunamente guiada a un fin social.

¿Recordamos que en sus inicios la GMVV se estrenó con una poda inmensa sobre el inservible y usurero entramado del sector privado que dominaba el ramo? No fue fácil. Ese punto de la gestión de gobierno nos recuerda que, si bien hay circunstancias de contradicción en las cuales hay que navegar, es también factible agudizar las contradicciones por mano propia si de ellas se decanta la posibilidad de regir y efectuar políticas.

Muchos consideramos que aún estamos a tiempo para replicar ese mismo espíritu a la política económica, pese a las mil ramas y particularidades de la vida económica venezolana, que están claramente identificadas en el espíritu del Plan de Recuperación Económica. Pese a las salvedades entre un ejemplo y el otro, ahí desde las entradas del mismo Estado hay un mensaje oculto a simple vista. Es el método Chávez de gestión. Siempre ha estado allí.

La restitución de una gobernanza económica que reponga la dignidad salarial, en tiempos de guerra, pues el salario no es una mera compensación entendido en términos estrictamente economicistas. El salario es una subjetividad, es pulmón del consumo de bienes y servicios y un agregado a la tranquilidad, sosiego y felicidad de enormes capas sociales.

Restituir el salario real, no solo mediante su ajuste nominal, sino protegiendo los sistemas de precios, parte de la misma realidad de la guerra como imposición. En ella navegamos y por ella es impostergable actuar en proporción.

América Latina
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