Ana Laura Palomino García - Granma.- América Latina ha vivido en los últimos años –y el que concluye no es la excepción– un proceso de derechización con el ascenso de algunos gobiernos de esta alineación y de políticas neoliberales, en países donde líderes populares y de la izquierda habían sentado pautas en la inclusión social de sus ciudadanos.


Al respecto, el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, al hablar durante el xxiv Encuentro del Foro de Sao Paulo, efectuado en la Habana, el 17 de julio del 2018, advirtió que «la izquierda se enfrenta al reto de salvar lo conquistado, de detener al neoliberalismo que se nos viene encima para tratar de borrar las conquistas alcanzadas por nuestros pueblos».

Dijo el Presidente cubano que se acude nuevamente a la Doctrina Monroe a las injustas medidas coercitivas unilaterales de Estados Unidos y algunos de sus aliados se unen a la escandalosa injerencia de la oea; la manipulación de los consorcios mediáticos, la prensa privada, las redes sociales como parte de la guerra no convencional, también crean estados de opinión que provocan confusión y desaliento.

En este contexto, los propios dirigentes de izquierda sacados del poder, ya sea por golpes parlamentarios o en comicios, han reconocido errores de conducción, principalmente en la formación de conciencia social en la población, para no dejarse confundir por la zanahoria de las promesas y el dinero.

Ha sido el 2018 un año que marca un antes y un después en el escenario político latinoamericano, y el 2019 debe ser de reflexión y autocrítica, que conduzca a planes de acción donde se tengan en cuenta, en primer lugar, a los ciudadanos.

Las lecciones obligan a esto, pues no se podrá olvidar la nefasta ascensión a la presidencia de Brasil, de Jair Bolsonaro, como tampoco los procesos judiciales –acompañados de campañas mediáticas plagadas de mentiras– en contra de líderes de izquierda en la región.

Tampoco puede ser borrado de nuestras mentes la  muerte de Jakelín, la niña maya guatemalteca, en la frontera con Estados Unidos, a donde había llegado huyendo del hambre y la inseguridad y lo que encontró fue la muerte.

El tema de la migración centroamericana, visibilizada a finales de año con la caravana de miles de personas llegadas a la frontera con Estados Unidos, es la expresión más palpable de la falta de respuesta a los problemas que agobian a los pueblos de Nuestra América, marginados y pobres, por las políticas de esos mismos gobiernos de derecha que hoy son el ejecutivo en varios países de la región, y por la arrogancia con la que Estados Unidos trata el asunto, sin buscarle solución humana posible.

Haciendo balance
Esta región heterogénea, rica en cultura y tradiciones, unida por un pasado de colonización común, enfrentó en el lapso de estos 365 días una serie de retos, que definirán los tiempos que están por venir.

El investigador español David Redoli, en su trabajo «Los retos políticos de América Latina en el 2018», publicado en el diario La Opinión, refiere un primer momento de desafíos en la relación de Latinoamérica con Estados Unidos, potencia mundial que desde hace muchos años ha utilizado a los países de la región como fuente de materias primas baratas para su desarrollo. Su verdadero patio trasero.

Contra  Cuba, el presidente instalado en la Casa Blanca, Donald Trump, ha recrudecido el bloqueo económico y financiero impuesto desde hace seis décadas y en el año que termina, una vez más en la onu fue condenado por 189 países, mientras solo dos, Estados Unidos e Israel, votaron en contra de la Resolución cubana.

Venezuela continúa en el punto de mira del mismo imperio, incluso con amenazas directas de usar cualquier variante, incluyendo la militar, para derribar al Gobierno bolivariano.

A Nicaragua se le ha tratado de desestabilizar  y para ello se han usado iguales armas a las empleadas contra Caracas, con revueltas financiadas desde Washington y con el auspicio de la oea, que han causado decenas de muertos y pérdidas millonarias a la economía de ese país.

El otro reto que sin duda es cimero y ha repercutido históricamente en el futuro de América Latina es la de­sigualdad y la inseguridad que ha caracterizado a muchos países de la zona, considerados algunos entre los más violentos a nivel mundial, como es el caso de Honduras y México.

La terrible realidad se expresa en datos como que la región, con solo el 8 % de la población mundial, acapara el 33 % de los asesinatos en todo el mundo.

Otro aspecto de medular importancia, que es además uno de los problemas más grandes a nivel planetario, fue planteado por Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal, durante una conferencia en Marruecos:

«La pobreza es una realidad. Es más cruda en las áreas rurales, donde la proporción de la población que vive bajo ese flagelo ha aumentado en las últimas décadas alcanzando niveles críticos».

Pero no solo los ingresos paupérrimos y la falta de recursos en zonas apartadas es un dilema actual, además, como plantea el Balance preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe, presentado por la Cepal, el número de desocupados urbanos siguió creciendo y llegó a 22,9 millones de personas.

No podría cerrarse un año en cualquier área geográfica de este planeta sin mencionar la protección del medioambiente y la repercusión del cambio climático como un tema vital durante este 2018 y los años por venir. Es necesario y urgente que el 2019 encuentre dentro de sus propósitos, en las agendas de quienes gobiernan, la salvaguarda de las zonas naturales, el uso de energías renovables y el cuidado del agua como recurso imprescindible para la vida.

América Latina y el Caribe vivieron en el 2018 un proceso de derechización, es cierto. Sin embargo, pido prestada la frase a ese gran latinoamericano, Fito Páez, para decir que «no todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón». Y los latidos pasan por la voluntad de integración que ha de presidir a América Latina y el Caribe, pues en medio de todas las dificultades esa cualidad puede exhibir logros, como lo demostró la recién finalizada xvi Cumbre del alba-tcp en La Habana, que ratificó el reclamo de la Patria Grande de seguir unidos, «para seguir forjando nuestra segunda y definitiva independencia», como expresara el Presidente cubano.

De esa cualidad ha sido testigo también el Caribe, un ejemplo de que no importa el tamaño de los pueblos, cuando se identifican por sus tradiciones de lucha y defienden una comunidad de intereses. Ralph Gonzalves, en esa Cumbre, celebrada el 14 de diciembre, la misma fecha en que Fidel y Chávez hicieron nacer ese sentimiento integracionista, expresó «que sin el alba-tcp ya el imperio hubiera invadido a Venezuela».

Los mismos latidos se dejaron escuchar en México, cuando eligió presidente a Andrés Manuel López Obrador, una esperanza para ese gran país y también para América Latina y el Caribe.

En el año que termina sigue siendo una deuda los justos reclamos de las naciones caribeñas de recibir un trato justo y diferenciado en el acceso al comercio y las inversiones, y su también justa demanda de compensación por los horrores de la esclavitud y la trata. De la misma manera es legítimo el rechazo de los estados miembros de Caricom por ser incluidos en las listas unilaterales de supuestas jurisdicciones no cooperativas elaboradas por los centros del capital financiero internacional.

América Latina ha de resurgir desde las entrañas de sus raíces para andar en cuadro apretado, pues es la única manera de enfrentar a un imperio que desde hace más de 200 años la ha apetecido.

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