Andy Jorge Blanco - Cubadebate.- Martes 11 de septiembre de 1973. 7:30 de la mañana. Santiago de Chile. El presidente socialista, electo democráticamente en esa nación, Salvador Allende, llega al Palacio de La Moneda. Conoce sobre el alzamiento de la Marina en Valparaíso. Poco tráfico. Casi nadie en las calles.


Pocas horas después supo de la traición masiva. Las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros de Chile le daban un golpe de Estado a su gobierno de Unidad Popular, para conducir al país a 17 años de una de las más sangrientas dictaduras de América Latina.

Desde la sede del gobierno y mediante Radio Magallanes, Allende le habló a los chilenos. Con la pasión que sentía por el pueblo, le puso tranquilidad y agallas a su voz, a pesar de que sabía que esas serían sus últimas palabras a todo Chile. Eran las 9:20 de la mañana.

“Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser cegada definitivamente”, dijo el presidente mientras defendía el Palacio de La Moneda, donde lo pusieron los votos del país en las elecciones de 1970.

Quizás los golpistas creyeron que dándole un avión para que saliera del país, Allende renunciaría a crear una sociedad mejor para su Patria.

Quizás esos mismos golpistas olvidaron cuando en diciembre de 1971, el médico presidente dijo en el Estadio Nacional –el mismo que se convertiría en el mayor campo de concentración de la dictadura– que jamás cedería el Palacio de La Moneda.

“No daré un paso atrás. Y que lo sepan: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera”, afirmó el mandatario dos años antes del golpe militar que indignó al mundo.

Con un casco y una ametralladora, como un soldado más del país que amaba y que defendía hasta los huesos, Allende le decía a los chilenos, mientras veía tanques de guerra frente al palacio:

“Tienen la fuerza. Podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.Trabajadores de mi Patria, quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia”. Sus palabras –dijo– no tenían amargura, sino decepción, y serían “el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron”.

Entre ellos estaba el general Augusto Pinochet, en quien Allende confió hasta conocer de su participación directa en el golpe. Había sido nombrado por el presidente como Comandante en Jefe del Ejército a menos de un mes del golpe de Estado.

La mano sucia de Estados Unidos

Allende era la amenaza comunista en el continente para Estados Unidos (EE.UU). A su derrocamiento, el gobierno del presidente Richard Nixon destinó millones de dólares. Documentos desclasificados años después del golpe de Estado evidencian la participación de Washington en la instauración de la dictadura de Pinochet, que causó más de 40.000 víctimas.

“Nixon ordenó a la CIA que evitara que el presidente Allende tomase posesión de la presidencia”, dijo el exembajador de EE.UU. en Chile (1967-1970), Edward Korri, en entrevista para el documental “La última decisión de Allende”.

Korri recuerda la reunión con Nixon en Washington, donde este habló de “cómo iba a machacar a Allende: iba golpeándose la mano con su puño. Le llamó hijo de puta y creo que, también, bastardo”.

Un documento desclasificado de la CIA, del 1ero de octubre de 1973 señala que el golpe de Estado en Chile había sido casi perfecto.

Washington tuvo que reconocer la participación de EE.UU. en el golpe contra Allende, con las manos embarradas del presidente Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger. Aunque el presidente fue electo democráticamente, las ideas izquierdistas de su gobierno eran rechazadas por la Casa Blanca, quien aplaudió la dictadura de Pinochet.

La última palabra del presidente Allende

El presidente chileno jamás abandonó el Palacio de la Moneda. Allí murió como un soldado más del pueblo que lo eligió democráticamente. Foto: Archivo.

Pinochet esperaba tranquilamente el desenlace del ataque a La Moneda en una base a varios kilómetros de Santiago, mientras Allende y varios miembros de su gabinete resistían y se negaban a sacar bandera blanca.

“Me dirijo sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo nuestra preocupación por los niños”, dijo el presidente chileno en su alocución al pueblo, cuando los aviones sobrevolaban la sede del gobierno.

“En este momento pasan los aviones, es posible que nos acribillen, pero que sepan que aquí estamos. Por lo menos con nuestro ejemplo para señalar que en este país hay hombres que saben cumplir con la obligación que tienen”.

Sabía que el ataque se produciría en cualquier momento, pero Allende miraba más allá, como quien ve el futuro de su tierra, como quien encuentra la paz después de la represión y las muertes que viviría Chile.

“Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

“Estas fueron mis últimas palabras, y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que por lo menos será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.

Los aviones lanzaron más de 20 bombas contra el Palacio de La Moneda. Los miembros de su gabinete no salieron de allí, pese a que el presidente se lo ordenara. Desobedecieron, sí. Y estuvieron con Allende hasta el último segundo.

Cristales destrozados. Paredes convertidas en escombros. Polvo. Mucho polvo. Fuego. Otra bomba. El ruido ensordecedor de los aviones que bombardeaban. Y la frase de Allende en medio de tanto caos, en medio del fin de la denigrante traición, salía también como polvo: “Tengo fe en Chile y su destino”. La premisa, que cumplió hasta suicidarse, jamás salió de La Moneda: “Yo no voy a renunciar”.

(Tomado de Telesur)

 

“La impunidad en Chile es total”, afirma el nieto de Salvador Allende

Página12.- Quienes lo acompañan durante su estadía en Argentina advierten que es un hombre reservado y de pocas palabras, aunque su voz adquiere intensidad cuando habla de política, tal vez su gran pasión junto a la medicina. Pablo Sepúlveda Allende, de 41 años, llegó al país para participar del Encuentro Americano por la Libertad de los Presos Políticos.

En diálogo con Página/12, habla frente a un nuevo aniversario, el 46, del brutal golpe de Estado que derrocó a su abuelo, el expresidente chileno Salvador Allende. Valora el proceso de memoria, verdad y justicia en Argentina, critica sin matices al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y se refiere a la compleja actualidad de Chile.

Médico de profesión como su abuelo, Sepúlveda Allende manifiesta su preocupación ante las recientes palabras de Jair Bolsonaro, a quien tilda de “miseria humana”. “Señora Michelle Bachelet, si no fuera por la gente de Pinochet que derrotó a la izquierda en el 73, entre ellos a su padre, hoy Chile sería Cuba”, declaró el actual mandatario de Brasil, haciendo gala de su defensa irrestricta a los gobiernos dictatoriales.

Para Allende, ese tipo de discursos de Bolsonaro tienen su antecedente directo en Donald Trump. “Son hombres que abiertamente y sin complejos manifiestan su crueldad frente al dolor que han sufrido los pueblos”, afirma.

Más adelante, define al presidente brasileño sin rodeos: “Es la verdadera cara, sin tapujos, de la mayor miseria humana que se puede ver en la expresión de un ser humano”.

Allende dice que en Chile existe un personaje similar a Bolsonaro que llegó a ser candidato presidencial en las últimas elecciones. Se trata de José Antonio Kast, influyente abogado y político que fue diputado entre 2002 y 2018, militante histórico de la Unión Demócrata Independiente, y actual líder del Partido Republicano. “Viene de una familia alemana, su padre fue un oficial nazi que huyó a Chile, y toda su familia estuvo ligada a la desaparición de alrededor de 80 campesinos durante la dictadura de Pinochet”, recuerda. “Durante el gobierno de la Unión Popular (de Salvador Allende), muchos de esos campesinos empezaron a crecer gracias a la reforma agraria. Cuando llegó el golpe, al día siguiente la familia Kast cooperó en la entrega de estos líderes que estaban haciendo ruido, y los desaparecieron”, agrega.

“Hay mucha mayor impunidad en Chile”

Allende vive hace 10 años en Venezuela. Realizó atenciones médicas primarias en comunidades indígenas, y actualmente es el coordinador internacional de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad. Afirma que el gobierno venezolano vive un proceso de desestabilización que “se acrecentó después de la muerte del expresidente Hugo Chávez. Fue el inicio de la contraofensiva de Estados Unidos por recuperar su patio trasero, y lo vemos hoy con los duros bloqueos que impone”.

Sin embargo, nunca pierde de vista la realidad del país que lo vio nacer. Frente a un nuevo aniversario del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile, valora profundamente el proceso de memoria, verdad y justicia desarrollado en Argentina, la toma de conciencia por parte de la sociedad, y el acompañamiento, si bien con algunos retrocesos, de la justicia durante las últimas décadas.

En contraposición a ese modelo, afirma que en Chile eso se da “en mucho menor grado. Tanto en la cantidad de militares o responsables directos o indirectos de estos crímenes atroces, es mucho menor proporcionalmente a lo que ha sido en Argentina. Hay mucha mayor impunidad en Chile, en todo sentido. Son muy pocos los militares que están presos, y encima los pocos que lo están, viven en cárceles de privilegio”, afirma. Punta Peuco, ubicado en la comuna de Til Til, es el penal donde muchos de ellos se encuentran actualmente hospedados. “Una de las promesas de Michelle Bachelet cuando asumió la presidencia era cerrar Punta Peuco y pasar a los detenidos a una cárcel menos inmoral. Pero tampoco lo hizo, creo yo que por falta de coraje político”, sostiene.

“La impunidad es total. Muchos cómplices de la dictadura chilena ocupan lugares en el Senado, o son ministros del gobierno de Piñera”, afirma. Allende dice que hoy persisten las prácticas de esa época nefasta en los carabineros o en la inteligencia militar, y eso se ve reflejado sobre todo en el pueblo mapuche. Este año se descubrió la Operación Huracán, “un laboratorio informático de la inteligencia de los carabineros chilenos que inventaba pruebas de conversaciones de la aplicación de mensajería whatsapp que nunca existieron, encarcelaban mapuches, y los enjuiciaban basándose en pruebas falsas. Se comprobó que todo era mentira y tuvieron que liberarlos”, recuerda.

Allende admite que persiste en Chile un espionaje constante sobre dirigentes sociales y defensores de derechos humanos. “Camilo Catrillanca, por ejemplo, fue asesinado por la espalda, por una bala que impactó directamente en su cabeza. Hubo muertes en circunstancias extrañas, supuestos suicidios como el de una dirigente mapuche, Macarena Valdés, que estaba luchando contra una empresa hidroeléctrica que quería instalarse en territorio ancestral”, sostiene. “En conclusión, las prácticas de antaño, aunque de una forma más oculta, se mantienen, y la impunidad también”.

(Tomado de Página 12)

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