Fidel y Allende. Foto: Archivo. Video: teleSUR.
Fidel y Allende: Anécdotas de mutua admiración (+ Fotos)
Yurina Piñeiro Jiménez
Cubadebate
Luego de haber asistido a la toma de posesión de Rómulo Betancourt como nuevo Presidente de Venezuela, el médico y político chileno de izquierda revisó sus bolsillos y hallando que le quedaban “unos dólares de más” -así lo relataría él mismo al periodista Régis Debray- decidió viajar a Cuba para vivir la experiencia del poder en manos del pueblo que promulgaba la naciente Revolución cubana.
Apenas 12 días después de la entrada de la Caravana de la Libertad a La Habana, el doctor Salvador Allende arribó a la Isla. Llegó en una jornada muy particular que le hizo pensar que no existía tal cambio revolucionario en la Mayor de las Antillas.
“Estaba en el hotel y esa tarde hubo un desfile que para mí no sólo fue impactante, sino sencillamente fue una cosa increíble. Ese desfile estaba encabezado por 200 policías de Miami e iba en auto abierto el alcalde de Miami y, me parece, el alcalde de La Habana. Entonces yo, al día siguiente, pensé tomar el avión y regresar a Chile, cuando me encontré con Carlos Rafael Rodríguez, a quien había conocido en Chile”.
-“¿Qué estás haciendo acá?”, le preguntó el intelectual cubano.
-“Vine a ver esta revolución, pero como no hay tal revolución, me voy. ¿Qué revolución va a ser ésta cuando están los policías de Miami?”, respondió Allende.
-“Cometes un error, Salvador, quédate aquí, conversa con los dirigentes”, le exhortó Carlos Rafael.
-“No, no, me voy”, fue la respuesta del chileno.
Pero el diplomático le insistió tanto, y como Allende conocía bien la calidad humana y revolucionaria de quien lo animaba a no desistir, el de la nación austral aceptó con una condición: “Conforme, pero ponme en contacto con los dirigentes”.
La respuesta no se hizo esperar. Ya en la tarde el diputado chileno recibía una llamada: “El comandante Guevara le va a mandar su automóvil y lo espera en el Cuartel de la Cabaña”.
“Ahí llegué yo y ahí estaba el Che. Estaba tendido en un catre de campaña, en una pieza enorme, donde me recuerdo había un catre de bronce, pero el Che estaba tendido en el catre de campaña. Solamente con los pantalones y el dorso descubierto, y en ese momento tenía un fuerte ataque de asma. Estaba con el inhalador y yo esperé que se le pasara, me senté en la cama, en la otra, entonces le dije: 'Comandante', pero me dijo: 'Mire, Allende, yo sé perfectamente bien quién es usted. Yo le oí, en la campaña presidencial del ’52, dos discursos: uno muy bueno y uno muy malo. Así es que conversemos con confianza, porque yo tengo una opinión clara de quién es usted'.
“Después me di cuenta de la calidad intelectual, el sentido humano, la visión continental que tenía el Che y la concepción realista de la lucha de los pueblos, y él me conectó con Raúl Castro y después, inmediatamente, fui a ver a Fidel. Recuerdo como si fuera hoy día: estaba en un consejo de gabinete. Me hizo entrar y yo presencié parte de la reunión. Hubo una cena y después salimos a conversar con Fidel a un salón. Había guajiros jugando ajedrez y cartas, tendidos en el suelo, con metralletas y de todo. Ahí, en un pequeño rincón libre, nos quedamos largo rato. Ahí me di cuenta de lo que era, ahí tuve la concepción de lo que era Fidel”.
La simpatía de Salvador Allende con el proceso cubano y sus principales líderes sería tal que desde entonces, prácticamente todos los años, hasta 1968, concurriría a Cuba para estar junto a su pueblo. Así lo expresó en diciembre de 1972, en la Plaza de la Revolución José Martí, de La Habana. Ocasión en que develaría con absoluta nitidez su apreciación sobre el Comandante en Jefe.
“Aquí en Cuba, apareció el hombre, síntesis del pueblo: Fidel Castro”.
***
Fidel Castro y Salvador Allende conversando. Foto: Archivo.
Probablemente el Comandante en Jefe también advirtió, desde un primer momento, en la mirada de Salvador Allende esa bondad y nobleza que acompañan a los seres excepcionales; ese halo virtuoso de guardián de pueblo.
Seguramente lo admiró más cuando supo que en la década del treinta en un país donde la dominación imperialista se ejercía brutalmente sobre sus trabajadores, su cultura y sus riquezas naturales, el de Valparaíso llevó a cabo una lucha consecuente que nunca lo apartó de su intachable conducta revolucionaria; fue fundador del Partido Socialista de Chile; impulsó la creación del Frente Popular donde asumiría la Cartera de Salubridad y priorizaría la atención a la medicina social.
Conocer que Allende había votado en el Senado, en el año 1947, contra la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, conocida como “Ley Maldita” por su carácter represivo; que en 1952 había presentado ante los demás senadores un proyecto de ley para la nacionalización del cobre; que había denunciado junto al Che en 1961 el carácter demagógico de la Alianza para el Progreso en la reunión de la OEA, en Punta del Este, despertaron un respeto especial en Fidel hacia ese chileno de izquierda.
De igual manera, la participación de Chicho, como cariñosamente le nombraban sus allegados, al frente de la delegación chilena en la Conferencia Tricontinental de La Habana en 1966; su visita al año siguiente a la Unión Soviética en el 50 Aniversario de la Revolución de Octubre y, en 1968, a la República Democrática de Corea, la República Democrática de Viet Nam, Camboya y Laos, países en plena efervescencia revolucionaria.
Pero tal vez la actitud de Allende que más admiró nuestro líder guarda relación con la caída en combate del Guerrillero Heroico. Pues tras la muerte del Che, él que era entonces presidente del Senado, no solo estuvo con los tres cubanos sobrevivientes de la guerrilla, en Iquique, sino que también los acompañó a Pascua y Tahití. Eso decía mucho del virtuosismo de aquel amigo.
Así que cuando tiempo después, en enero de 1970, conoció que La Unidad Popular, coalición política integrada por comunistas, socialistas, radicales y otros, habían proclamado a Salvador como su candidato a las elecciones de ese año, le mostró total respaldo y acompañamiento.
“Y nuestro Partido, nuestro pueblo —a pesar de que nosotros habíamos hecho la revolución por caminos diferentes [a través de la lucha armada]—, nosotros no vacilamos en un solo instante, porque comprendíamos que en Chile se daba la posibilidad de obtener un triunfo electoral, a pesar de todos los recursos del imperialismo y de las clases dominantes, a pesar de todas las circunstancias adversas. Y no vacilamos en el año 1970 en exponer públicamente nuestra comprensión y nuestro apoyo al esfuerzo que la izquierda chilena realizaba para triunfar en las elecciones de aquel año”, rememoraría años después nuestro Comandante en Jefe.
Cuentan que el 4 de septiembre de 1970, Fidel estuvo en la redacción del diario Ganma esperando las informaciones de los comicios en Chile y tras conocer el triunfo de Allende, pidió destacar en la portada, en el titular, que el triunfo era sobre el imperialismo, a la vez que estampó un saludo y su rúbrica, y luego hizo firmar a todos los que estaban junto a él. El mandatario cubano le envió el ejemplar impreso al vencedor y en la madrugada siguiente al día de la elección, le llamó para felicitarlo.
“Guardo esa portada como recuerdo”, diría Allende a Debray en una entrevista que le concediera en 1971.
***
Fidel y Allende: dos revolucionarios al servicio de sus pueblos. Foto: Archivo.
En su condición de amigo y camarada revolucionario, entre 1971 y 1973, Fidel le escribió seis cartas confidenciales, manuscritas, a Allende.
En la misiva del 21 de mayo de 1971, entre otros asuntos, el líder cubano le decía:
“Estamos maravillados de tu extraordinario esfuerzo y tus energías sin límites para sostener y consolidar el triunfo (…) Desde aquí se puede apreciar que el poder popular gana terreno a pesar de su difícil y compleja misión (…) Han sido fundamentales tu valor y decisión, tu energía mental y física para llevar adelante el proceso revolucionario (…) Seguramente les esperan a ustedes grandes y variadas dificultades a enfrentar en condiciones que no son precisamente ideales, pero una política justa, apoyada en las masas y aplicada con decisión no puede ser vencida”
En la carta del 11 de septiembre de 1971, cuestiones relacionadas con la visita del mandatario cubano a la nación austral, sin embargo, destacan unas líneas cargadas de afecto y camaradería:
“Hemos disfrutado mucho los éxitos extraordinarios de tu viaje a Ecuador, Colombia y Perú. ¿Cuándo tendremos en Cuba la oportunidad de emular con ecuatorianos, colombianos y peruanos en el enorme cariño y el calor con que te recibieron?”
La visita de Fidel Castro fue un acontecimiento nacional y los chilenos esperaban el paso del líder cubano para saludarlo. Foto: Archivo.
El hecho de que Fidel pasara casi un mes fuera de Cuba en territorio chileno evidenciaba su identificación con Allende y la Revolución que este intentaba implementar, bajo la hostilidad del imperialismo y la derecha, quienes agudizaban una lucha sin cuartel contra el gobierno de la Unidad Popular y desataban el terrorismo en el país.
Armando Hart Dávalos, quien acompañó al mandatario cubano en su viaje a Chile, contaría que siempre que pensaba en Allende venía a su mente el encuentro que en esa ocasión sostuvo Fidel con un grupo de dirigentes de la izquierda chilena, a quienes el mandatario cubano ante ciertos comentarios e inconformidades de estos con su presidente, les aseguró: “Aquí en Chile la revolución la hace Allende o no la hace nadie”.
Volviendo a las misivas enviadas por el Comandante en Jefe al mandatario chileno, otras le haría llegar luego de la referida visita. La última carta se la enviaría el 29 de julio de 1973, apenas mes y medio antes del golpe.
“Querido Salvador: Con el pretexto de discutir contigo cuestiones referentes a la reunión de países no alineados, Carlos y Piñeiro realizan un viaje a esa. El objetivo real es informarse contigo sobre la situación y ofrecerte como siempre nuestra disposición a cooperar frente a las dificultades y peligros que obstaculizan y amenazan el proceso.
“Veo que están ahora en la delicada cuestión del diálogo con la D.C. en medio de acontecimientos graves como el brutal asesinato de tu edecán naval y la nueva huelga de los dueños de camiones. Imagino por ello la gran tensión existente y tus deseos de ganar tiempo, mejorar la correlación de fuerzas para caso de que estalle la lucha y, de ser posible, hallar un cauce que permita seguir adelante el proceso revolucionario sin contienda civil, a la vez que salvar tu responsabilidad histórica por lo que pueda ocurrir.
Estos son propósitos loables. Pero en caso de que la otra parte, cuyas intenciones reales no estamos en condiciones de valorar desde aquí, se empeñase en una política pérfida e irresponsable exigiendo un precio imposible de pagar por la Unidad Popular y la Revolución, lo cual es, incluso, bastante probable, no olvides por un segundo la formidable fuerza de la clase obrera chilena y el respaldo enérgico que te ha brindado en todos los momentos difíciles; ella puede, a tu llamado ante la Revolución en peligro, paralizar a los golpistas, mantener la adhesión de los vacilantes, imponer sus condiciones y decidir de una vez, si es preciso, el destino de Chile.
“Tu decisión de defender el proceso con firmeza y con honor hasta el precio de tu propia vida, que todos te saben capaz de cumplir, arrastrarán a tu lado a todas las fuerzas capaces de combatir y a todos los hombres y mujeres dignos de Chile. Tu valor, tu serenidad y tu audacia en esta hora histórica de tu patria y, sobre todo, tu jefatura firme, resuelta y heroicamente ejercida, constituyen la clave de la situación”.
“Hazles saber a Carlos y a Manuel en qué podemos cooperar tus leales amigos cubanos (…) Te reitero el cariño y la ilimitada confianza de nuestro pueblo”.
***
El último abrazo de Fidel y Allende, el 14 de diciembre de 1972. Foto: Jorge Oller Oller.
Sobre la gestión gubernamental allendista, a decir de nuestro Comandante en su reflexión: Salvador Allende, un ejemplo que perdura, “Fueron tres años de conjura tras conjura, de conspiración tras conspiración. Las clases dominantes reaccionaron como era de esperarse, ellas y sus partidos. Los gremios de propietarios, de comerciantes, e incluso gremios de profesionales, en su mayoría al servicio de las clases dominantes, sabotearon las tareas del gobierno: decretaban paros y huelgas con carácter indefinido, y más de una vez paralizaron el país. Y no solo eso, sino que hacían constantes llamados a las Fuerzas Armadas para derrocar al Gobierno de la Unidad Popular".
"Y en medio de esas enormes dificultades se realizaba la gestión del presidente Allende. Y en medio de esas dificultades trató de hacer e hizo muchas cosas por el pueblo chileno. Y al menos en esos tres años el pueblo chileno, en especial sus obreros y sus campesinos, comprendieron que allí, en la presidencia de la República, no estaba un representante de los oligarcas, de los terratenientes y de los burgueses, sino un representante de los humildes, de los trabajadores: ¡un verdadero representante del pueblo, que luchaba por él, a pesar de las enormes dificultades que tenía delante!”
Frente a aquel conjunto de fuerzas creadas y alentadas por el imperialismo, a Allende solo le quedaba aquella disposición de ánimo, aquella decisión de defender el proceso al precio de su propia vida.
El 4 de diciembre de 1971, en el acto de despedida de la delegación cubana que visitaba Chile, de manera terminante y categórica, expresó:
“Se los digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de Mesías. No tengo condiciones de mártir. Soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan: dejaré la Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera”.
Según Fidel, “aquellas palabras no eran simple retórica. Aquellas palabras demostraban la voluntad y la decisión de un hombre de honor (…) ¡Y Salvador Allende cumplió su palabra en forma dramática e impresionante!”.
Allende en el Palacio de La Moneda, en medio del golpe de estado, el 11 de septiembre de 1973. Foto: Archivo.
El 11 de septiembre de 1973, hace hoy precisamente 50 años, la alta oficialidad fascista de los cuatro cuerpos armados se levantaron contra el Gobierno de la Unidad Popular liderado por Allende y solo 40 hombres, en una lucha desigual respecto a efectivos y recursos, resistieron durante siete horas el grueso de la artillería, los tanques, la aviación y la infantería fascista.
“Pocas veces en la historia se escribió semejante página de heroísmo (…) El Presidente no solo fue valiente y firme en cumplir su palabra de morir defendiendo la causa del pueblo, sino que se creció en la hora decisiva hasta límites increíbles. La presencia de ánimo, la serenidad, el dinamismo, la capacidad de mando y el heroísmo que demostró, fueron admirables. Nunca en este continente ningún Presidente protagonizó tan dramática hazaña. Muchas veces el pensamiento inerme quedó abatido por la fuerza bruta. Pero ahora puede decirse que nunca la fuerza bruta conoció semejante resistencia, realizada en el terreno militar por un hombre de ideas, cuyas armas fueron siempre la palabra y la pluma.
“Salvador Allende demostró más dignidad, más honor, más valor y más heroísmo que todos los militares fascistas juntos. Su gesto de grandeza incomparable, hundió para siempre en la ignominia a Pinochet y sus cómplices”, sentenció Fidel.
Acerca de las últimas horas del presidente bajo la jauría de los golpistas, en el interior del Palacio de La Moneda, sede del gobierno, contaría Miria Contreras (Payita), secretaria de Salvador Allende, en entrevista concedida al periodista cubano Luis Báez, que no faltó el recuerdo y la confianza de este en Fidel Castro, el Che y la Revolución cubana.
“Le pregunté cómo había hecho para convencer a Beatriz [una de las hijas de Salvador Allende]. Me contestó: 'Tuvo que partir, pues con ella le envié un mensaje a Fidel; eso fue lo único que pesó en su estado de ánimo para tomar la decisión de irse”.
En medio de los zarpazos de los golpistas contra la sede del gobierno, Payita encuentra al Presidente impartiendo órdenes y consejos para la seguridad. “Sus instrucciones: tenderse en el suelo, cubrirse la cabeza con los cascos -los pocos que los teníamos-, y protegernos unos con otros. Lo hacemos. De repente se yergue, exclamando con determinación y furia:
'No nos matarán aquí como ratas. Se engañan al creer que voy a renunciar. Cumpliré con mi palabra. A la fuerza no me saca nadie. ¡Vamos arriba a morir peleando!'
Allende y el Che. Foto: Archivo.
Contaría Payita que en esos instantes recordó cómo el presidente siempre mencionaba la dedicatoria que el Che le escribiera en el libro Guerra de guerrillas: "A Salvador Allende, que por otros medios trata de hacer lo mismo".
“En ese momento estaba convencido de que ya no habría para nosotros dos caminos (…) Subió al segundo piso, y desde cada ventana sobre Morandé descargaba su AK, regalo de Fidel”, rememoró Payita.
La fiel secretaria de Allende también contaría a Luis Báez que en aquella atmósfera los compañeros que junto a su presidente defendían la sede del Gobierno, lo obligaban a cambiar de posición constantemente, pues cada disparo era respondido desde afuera con un potencial de fuego increíble. No obstante, les costaba trabajo sacarlo de cada ventana.
Bajo el turbión de balas, explosiones, humo, cristales rotos y sangre, hubo un instante en que Allende le comentó a Payita sobre la posibilidad de pedir ayuda a Cuba.
“¿Qué te parece si llamamos a los compañeros cubanos y le decimos que nos ayuden? Ellos combatirán gustosos a nuestro lado. Pero no, eso sería peor, hay que ordénales que no salgan de la Embajada".
Ya en su martirologio, el líder chileno había enviado con su hija una encomienda a su amigo y camarada revolucionario Fidel Castro Ruz.
Imagen del Palacio de La Moneda durante el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973. Foto: Archivo
Salvador Allende, a la altura de los más genuinos Héroes de Nuestra América
Fernando M. García Bielsa
Cubadebate
En el 50 aniversario de su caída en combate.
Diez años después del golpe de 1973, Mario Benedetti le dedicó su emotivo poema “Allende” y en unos de sus versos dice:
…para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando
Salvador Allende Gossens fue el precursor de un importante “ciclo de izquierda” que conmovió América Latina. Lo que hizo el gobierno de la Unidad Popular fue una proeza en un país rodeado de dictaduras de derecha y atacado con saña por Estados Unidos. Fue un hombre extraordinario de Nuestra América, un antiimperialista sin concesiones, un latinoamericanista ejemplar.
En aquellas circunstancias, y como lo calificó Fidel Castro, aquel proceso revolucionario era inédito y era un hecho casi insólito, y terminó también en forma insólita.
Es inaceptable que se pretenda reducir el reconocimiento y la admiración a nivel mundial que goza el Presidente Allende. Aun así, como dijera Atilio Borón, causa pena comprobar que con el paso de los años su figura no haya cosechado aun la alta valoración que se merece, incluso por parte de algunos sectores de la izquierda, dentro y fuera de Chile. Su rica y limpia trayectoria política muestra un accionar consecuente con sus principios, ideas y compromisos con las mejores causas sociales en Chile y en A. Latina.
Salvador Allende nació el 26 de junio de 1908. Cursó sus estudios primarios y secundarios en Liceos de Tacna y Valdivia. En 1926, hizo el servicio militar en el Regimiento Coraceros de Viña del Mar. Ese mismo año, ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile donde se tituló de médico cirujano, en 1932.
Ejerció como médico de la Asistencia Pública de Valparaíso y anatomo-patólogo en hospitales de Puerto Montt. Durante su época universitaria, fue presidente del Centro de Estudiantes de Medicina y de la Federación de Estudiantes de Chile.
En 1933, participó en la fundación del Partido Socialista de Chile, y luego fue ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda.
Fue elegido senador en las elecciones parlamentarias de marzo de 1945, cargo en el cual se reeligió en 1953, 1961 y 1969, completando una carrera parlamentaria de cerca de treinta años. Durante toda su vida mantuvo permanente preocupación, como dirigente social y parlamentario, por los derechos, el bienestar y los intereses de las grandes mayorías postergadas.
Luego de dos postulaciones, en su tercer intento, el médico Salvador Allende ganó la presidencia de Chile de la mano de una coalición de partidos de izquierda llamada Unidad Popular (UP). La bandera de la UP era fruto de una historia de luchas, iniciada con las heroicas huelgas de los trabajadores de las minas de salitre en las primeras décadas del siglo veinte.
Allende fue un gran amigo de Cuba y enfrentó muchas voces dentro y fuera de su país que se alzaron para reprocharle por su incondicional apoyo a nuestra Revolución.
La CIA detectó tempranamente el peligro que su figura representaba para los intereses de Estados Unidos. Washington se opuso desde la noche misma del 4 de Septiembre de 1970 a la posibilidad de que Allende asumiera la presidencia. Días después de las elecciones chilenas, el 15 de ese mes, el presidente Richard Nixon convocó a su despacho a Henry Kissinger, consejero de Seguridad Nacional; a Richard Helms, director de la CIA, y a otros de sus acólitos para elaborar la política a seguir para impedir que Allende fuese ratificado por el Congreso. “Mandemos los mejores hombres que tengamos”; “en lo inmediato, hagan que la economía grite. Ni una tuerca ni un tornillo para Chile”, dijo Nixon. Se llegó incluso al asesinato del jefe constitucionalista del ejército, el general Schneider.
No obstante, como sabemos, se estableció el gobierno de la Unidad Popular. Por primera vez en la historia del mundo occidental, un candidato marxista llegaba a la presidencia de la República a través de las urnas. Se inició un importante e inédito esfuerzo de transformaciones en los marcos de la denominada democracia burguesa, pero en medio de una sucesión de hechos violentos de la derecha, y el intervencionismo, las presiones diplomáticas, acoso político y económico por Estados Unidos.
Todo ello sazonado por una campaña mediática alimentada por abundantes dólares de la CIA y de corporaciones transnacionales, desabastecimiento programado de artículos de primera necesidad para fomentar desazón y molestia en la población, la organización de sectores medios para luchar contra el gobierno (caso del gremio de camioneros, entre los más importantes) y la canalización de enormes recursos para financiar a sectores de la oposición contrarrevolucionaria, reclutar grupos paramilitares, y atraer a la oficialidad militar a la causa del golpe.
Al atender a las nuevas andanzas imperiales se evidencia que, realmente, el manual de operaciones de la CIA y otras agencias de inteligencia del gobierno de Estados Unidos no ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años.
No nos detendremos en las peripecias del interesante proceso de aquellos tres años de gobierno de la Unidad Popular, y de sus éxitos en medio de la precaria unidad de la base social en que se sustentaba, con la totalidad de las fuerzas de la izquierda polarizadas antes del golpe en un empate catastrófico entre radicales y moderados.
El gobierno de Allende intentó instaurar el socialismo por la vía electoral pacífica o Vía Chilena al Socialismo. Importantes logros en el breve lapso de tres años en vivienda, educación, salud, cultura, salarios que llegaron a representar por sobre el 50% del PIB, la devolución de 150 mil hectáreas a comunidades mapuches durante el Gobierno de la Unidad Popular. En julio de 1971, el Congreso aprobó la Ley para la Nacionalización de la Gran Minería del cobre. En el aspecto económico, se instauró una política de acentuada redistribución del ingreso y de reactivación de la economía. La Ley de Reforma Agraria, aprobada durante la presidencia de Eduardo Frei Montalva, le permitió avanzar rápido en la expropiación de grandes latifundios. Dio los primeros pasos para construir el área de propiedad social de la economía, usando habilidosamente procedimientos legales que no cuestionaban la juridicidad del sistema vigente.
Salvador Allende. Foto: Archivo.
Se puede hacer un análisis objetivo de la política de Allende y la Unidad Popular, y de los errores cometidos pero es completamente improcedente trasladar la responsabilidad principal del golpe al propio Allende y la coalición gobernante. Asimismo es discutible si el gobierno de la Unidad Popular fracasó o si pudo haberse consolidado, pero es un hecho que fue derrotado…: derrotado por la traición, el golpe militar, por la inmensidad de la manipulación y la acumulación de fuerzas que logró la derecha y el imperialismo.
Se cumplen por estos días cincuenta años de la muerte de Allende durante aquel brutal ataque militar aéreo y terrestre al Palacio de la Moneda. No se puede perder de vista el sentido y significado verdadero de los hechos. Es importante enfatizar que no fue una víctima pasiva sino un combatiente que se enfrentó durante cuatro horas en condiciones muy desventajosas al ataque de las Fuerzas Armadas de Chile, que respondían y eran apoyadas por la derecha política, las multinacionales, en un contexto de activo intervencionismo estadounidense.
Allende fue ejemplo no solo de valentía y dignidad, sino de un revolucionario con gran sentido de la trascendencia y significado del momento que vivía en aquellas horas, consciente del paradigma que establecía para el futuro de su patria y hacia la comunidad internacional, del escarnio que su sacrificio volcaba para la dictadura que le sucedería, y sobre traidores y golpistas quienes pretendían producir su captura y humillación.
Su conducta, su serenidad y su audacia, en aquel dramático momento no hizo sino confirmar sus creencias, palabras y promesas; Allende había declarado muchas veces en discursos y comunicaciones privadas, que sólo muerto podrían impedirle terminar su mandato, pero ser coherente con aquellas expresiones verbales demandaba no sólo fuertes convicciones, sino una valentía a toda prueba.
Recordemos sus palabras en el Acto de despedida a Fidel y a la delegación cubana/ 4 de diciembre de 1971:
“Se los digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de Mesías. No tengo condiciones de mártir. Soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan: dejaré la Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera”
Aquel 11 de septiembre rechazó airada y valientemente cada una de las presiones y ultimátums golpistas; se encargó de organizar la mejor resistencia armada al asedio militar que le permitieron los limitados recursos bélicos.
Para tener una adecuada evaluación del alcance y del significado humano y político del sacrificio final del Presidente, no basta saber cómo murió, sino que se requiere conocer su personalidad, sus ideas políticas, sus principios morales y valores, la consistencia de sus convicciones, sobre las cuales se asentó la determinación y visión que mostró en aquel momento, cuando su figura se agiganta y donde aún derrotado y en circunstancias límite actuó con dominio de la situación y de su destino. Pocos actos los hay de mayor dignidad y valor.
Llevaron a cabo el golpe de estado, seguido de la dictadura más sangrienta en la historia de Chile, que duraría 17 años, y más… debido a que perdura el empoderamiento de una elite oligárquica reaccionaria que marca y ejerce considerable dominio hasta el presente, luego de treinta años de una decepcionante transición y un crecimiento económico que acentuó las inequidades de la sociedad chilena y su dependencia externa.
Son 50 años de aquello. La experiencia de aquel intento de una “via chilena” pacifica al socialismo y su posterior liquidación con el golpe militar constituyó un catalizador y una experiencia triste pero enriquecedora para el pensamiento crítico y el accionar revolucionario.
Todavía las Alamedas no se abren completamente, pero hay muestras crecientes de que el pueblo chileno se encamina a lograr, como el dijera, que “más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
Sin dudas Salvador Allende renació en el momento mismo de morir; él sintetiza lo mejor del espíritu combativo del pueblo chileno y su figura alcanza una estatura inmensa, al nivel de los más genuinos héroes de Nuestra América. Por eso, en Cuba, es motivo de orgullo que escuelas, hospitales y la más ancha avenida del país lleven su nombre.
A 50 años del golpe cívico-militar en Chile: el legado de Allende
Irma Dioli
Cubadebate
Foto: Archivo.
Hace 50 años se desarrolló una de las páginas más oscuras y sangrientas de la historia de la democracia y del movimiento obrero: en la mañana del once de septiembre de 1973, el edificio de La Moneda fue bombardeado y asaltado.
Salvador Allende, ante la exigencia de rendirse, respondió con unas palabras que le situaron para siempre entre los grandes de América Latina y del socialismo: '... no renunciaré... pagaré con mi vida .... estoy seguro de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles de chilenos no puede ser destruida'.
Un experimento original llegó a un sangriento final, bautizado como la "vía chilena al socialismo", basado en el reconocimiento de las prerrogativas institucionales y parlamentarias combinado con una fuerte movilización popular en apoyo de profundas reformas sociales y económicas: nacionalización de la industria del cobre y de todas las demás minas, reforma agraria sin indemnización, promoción de medidas de apoyo a los más pobres.
Foto: Archivo.
A este proyecto de transformación radical se opusieron Estados Unidos y la gran burguesía chilena. Los EEUU, tras la victoria de la Revolución Cubana y tras la vergonzosa huida de Vietnam, no podían aceptar una nueva derrota punzante justo en su "patio trasero".
Varios documentos, hechos públicos por investigaciones patrocinadas por el Senado estadounidense, han demostrado que el entonces Presidente Richard Nixon (conocido por su anticomunismo exacerbado y su desprecio por las normas democráticas, que le costaron la destitución) prometió al jefe de la CIA recursos ilimitados para destruir el gobierno de la Unidad Popular.
Estos documentos atestiguan también la preocupación de que un posible éxito de la vía chilena al socialismo pudiera tener también repercusiones fuera del continente americano, especialmente en Italia y Francia, donde existían entonces fuertes partidos comunistas.
La represión militar fue terrible: decenas de miles de personas fueron segregadas en cárceles o en estadios de fútbol convertidos en campos de concentración, miles fueron torturadas y asesinadas, y muchas otras, adherentes a partidos o sindicatos de izquierda, tuvieron que huir, eligiendo el camino del exilio.
La junta militar en el poder aniquiló cualquier espacio para la actividad democrática, obligando a los opositores a pasar a la clandestinidad, a riesgo de perder la vida.
Económicamente, el gobierno favoreció la privatización completa de industrias, bancos, minas y tierras cultivables, aplicando servilmente las teorías monetaristas de Milton Friedman y sus acólitos, los "Chicago Boys". Al principio, la receta pareció funcionar con una inflación a la baja y un pequeño aumento del PIB, pagado con un grave aumento de la pobreza y la desigualdad.
Posteriormente, con la recesión mundial iniciada en 1982 y la caída del precio del cobre, las consecuencias fueron graves: una caída vertiginosa del PIB, un crecimiento exponencial del paro y la pobreza, y la quiebra de pequeñas y medianas empresas en beneficio de los potentados económicos nacionales e internacionales.
La crisis afectó sobre todo a las clases trabajadoras, pero también empeoró las condiciones de la clase media, que empezó a dar la espalda al régimen. Fue el principio del fin del tirano que, como veremos más adelante, fue derrotado en el plebiscito de 1988, a pesar de que el régimen contaba con el apoyo de todos los periódicos y televisiones chilenos.
Foto: Archivo.
Consecuencias para América Latina
El golpe chileno tuvo graves repercusiones en todo el continente.
Ese mismo año, en Uruguay, el Presidente Bordaberry, de acuerdo con los militares, disolvió el Parlamento y suspendió las garantías constitucionales.
En Argentina, tras la muerte del histórico presidente Domingo Perón, subió al poder su tercera esposa Isabelita, cuyo gobierno se caracterizó por una grave crisis económica y una represión despiadada flanqueada por la acción terrorista de la secta secreta de la Triple A (alianza anticomunista argentina).
Las iniciativas de lucha armada de los movimientos guerrilleros marxistas (ERP) o peronistas radicales (Montoneros) intentaron en vano responder a esta represión. En 1976, con el pretexto de poner fin al caos en el país y luchar contra la guerrilla, los jefes del ejército depusieron a la presidenta Isabel Martínez de Perón, estableciendo otro gobierno dictatorial encabezado por el general Videla.
La guerra sucia y la represión aumentaron en intensidad. La ferocidad de los golpistas argentinos fue comparable, si no superior, a la de los chilenos: detenciones arbitrarias, torturas que a menudo terminaban con el asesinato de los torturados, organización de vuelos de la muerte con personas narcotizadas y arrojadas al océano.
Los gorilas argentinos llegaron incluso a superar la perversión de sus colegas chilenos con el secuestro de los hijos de los guerrilleros asesinados, que eran destinados a la adopción por familias de clase media o altos rangos militares.
También en Brasil, los militares, que habían asumido el poder nueve años antes, encontraron aliento y apoyo en el golpe fascista de Pinochet.
Los gobiernos de estos países, junto con los regímenes de Paraguay, Bolivia, Perú, con el apoyo activo de Estados Unidos y la hábil dirección de la CIA dieron vida al "Plan Cóndor": una operación multinacional de cooperación de inteligencia para consolidar la estabilidad de su poder despótico y desarrollar sus guerras sucias.
Foto: Archivo.
El glorioso final de las dictaduras
A partir de principios de los años ochenta, cayeron ruinosamente una tras otra. Su fin estuvo determinado por múltiples factores: una grave crisis económica debida a privatizaciones perversas y políticas monetaristas y ultraliberales, derrotas militares (Malvinas), el desarrollo de una resistencia popular generalizada (piénsese en las enormes huelgas de los metalúrgicos en São Paulo, Brasil, la resistencia de los barrios obreros chilenos, las luchas de los mineros bolivianos).
Entre estas causas estaba el aislamiento internacional parcial, parcial porque Estados Unidos y Gran Bretaña nunca dejaron de apoyar, más o menos abiertamente, a esos regímenes y, de hecho, Thatcher llegó a reconocer una supuesta humanización del régimen de Pinochet. Otros Estados, en cambio, rompieron relaciones políticas pero no renunciaron a las comerciales, evidentemente las materias primas de América Latina eran tentadoras y la defensa de los principios democráticos sacrificable.
La principal debilidad de estos regímenes reside en su carácter elitista y en su incapacidad para ganarse para su causa a las clases medias, a la pequeña burguesía y, sobre todo, a las clases populares.
Esta debilidad es la principal causa de la rápida y poco gloriosa caída de los gobiernos militares y explica la necesidad por parte de esos dictadores de promover una represión despiadada, utilizando las atroces acciones del ejército y la policía como único medio de asegurar su permanencia en el poder.
En 1983 cayó la feroz dictadura argentina, tras su derrota frente a Inglaterra en la Guerra de las Malvinas. Poco después, en un tenso efecto dominó, los gobiernos militares de Uruguay, Brasil, Bolivia y Paraguay tuvieron que entregar incondicionalmente su poder a gobiernos civiles.
El último en caer sería el propio Pinochet, derrotado en 1988 en un plebiscito que pedía a los ciudadanos su reconfirmación por otros ocho años.
En aquella ocasión Chile se libró de Pinochet, pero no del pinochetismo, porque su Constitución sigue vigente, al igual que la privatización de las escuelas, la sanidad, el transporte y los fondos de pensiones.
Italia y la solidaridad con la resistencia del pueblo chileno
En Italia, en los años sesenta y setenta, América Latina fue vista como un laboratorio político de gran importancia a nivel político y cultural, en particular por la posibilidad de un cambio real contra la dominación estadounidense y por la afirmación de una alternativa a las políticas neoliberales y autoritarias.
La atención se centra en primer lugar en la Revolución Cubana con las figuras de sus líderes históricos: Fidel y Che Guevara.
Pero también al caso de la victoria electoral de Allende con el gobierno de la Unidad Popular, con la "vía chilena al socialismo", como se ha ilustrado ampliamente.
Los acontecimientos del golpe, con las trágicas imágenes de la sangrienta represión en el estadio de Santiago, donde los detenidos eran torturados o asesinados, y la propia imagen de Allende con su fusil luchando a muerte junto a su GAP (grupo de amigos del presidente) afectaron profundamente a la opinión pública italiana, especialmente a los jóvenes por la tremenda violación de los derechos humanos ejercida.
En Italia se produjo, como respuesta, una profunda movilización e implicación de la población y de las fuerzas políticas y sociales, especialmente de la izquierda, en apoyo de la resistencia del pueblo chileno. Hubo innumerables iniciativas políticas, culturales y sindicales de solidaridad con el pueblo chileno y los exiliados políticos.
En cuanto a la solidaridad, hay que mencionar también el importante papel que desempeñó el personal de la embajada italiana inmediatamente después del golpe de Estado y hasta finales de 1974, salvando vidas.
Con gran valor y espíritu de solidaridad, se dio refugio a unas 800 personas, perseguidas por la dictadura y de todas las afiliaciones políticas, que escalaron el muro y permanecieron en la embajada durante algún tiempo, hasta noviembre de 1974. Muchos de ellos llegaron más tarde a Italia.
Todavía en Italia y en tiempos más recientes, gracias al valioso e incansable trabajo de investigación, denuncia y lucha de dignas organizaciones nacionales y de otros países, el Tribunal de Casación confirmó en 2021 la condena a cadena perpetua para algunos torturadores del pacto criminal "Plan Cóndor": 14 ex militares y jerarcas de Chile y Uruguay, (uno de ellos: Troccoli residente en Italia).
Se trata de una sentencia histórica relacionada con la condena por el secuestro y asesinato de 23 ciudadanos de origen italiano residentes en Chile, Bolivia, Perú y Uruguay durante el periodo de las dictaduras militares de los años sesenta y setenta.
Finalmente se hizo verdad y justicia a los autores del asesinato de dos ciudadanos chileno-italianos activos durante el gobierno de Allende:
Juan Montiglio, de sólo 24 años, uno de los dirigentes del GAP, escolta personal de Allende, detenido el 11 de septiembre del 73 en La Moneda y asesinado por el capitán Ahumada dos días después; y el sacerdote italiano Omar Venturelli, detenido en octubre y asesinado por los militares Vásquez y Moreno.
Y es significativo que fuera desde Italia desde donde se emitiera posteriormente la orden de detención y extradición a Chile de sus torturadores.
Foto: Archivo.
Chile y Cuba
Diversos intelectuales y analistas políticos han contrapuesto la "buena" experiencia chilena, respetuosa de las prerrogativas democráticas, a la "mala" de los revolucionarios cubanos, que llegaron al poder destruyendo el ejército de Batista, imponiendo un modelo político basado en formas de democracia directa y asegurándose el control exclusivo de la prensa.
Estas tesis fueron expuestas a veces por personas de perfecta buena fe, más a menudo por personajes ambiguos que utilizaron el homenaje a Salvador Allende para intentar mantener un aura progresista mientras señalaban con su dedo inquisidor a la revolución cubana.
En realidad, esta yuxtaposición carece totalmente de sentido por al menos tres razones fundamentales:
1) La solidaridad entre los comunistas cubanos y los chilenos de la Unidad Popular fue siempre incondicional, recíproca y duradera. Los primeros en beneficiarse de ella fueron los guerrilleros de la columna CHE, que tras la muerte de su inmenso comandante repatriaron la lucha desde Bolivia a Chile y fueron recibidos en la frontera por el entonces senador Salvador Allende.
Durante los tres años de gobierno de la Unidad Popular, hubo muchas iniciativas por parte de Cuba para prestar apoyo político y defender la seguridad de Allende y sus ministros. Numerosos voluntarios cubanos colaboraron con los chilenos para contrarrestar las acciones terroristas y de sabotaje de la derecha, algunos de los cuales lucharon en el palacio presidencial asaltado por los matones de Pinochet.
2) La opción de construir el Socialismo por la vía electoral, respetando la Constitución chilena, no impidió que el gobierno chileno de la UP tomara medidas económicas muy similares a las de los revolucionarios cubanos, más radicales que las que pondría en marcha 30 años después, en muchos países latinoamericanos, la nueva ola progresista que Chávez llamó "Socialismo del siglo XXI".
Unas pocas cifras bastan como prueba: en 1973 el gobierno chileno llegó a controlar, mediante nacionalizaciones sin indemnización, el 90% de las minas, el 80% de las grandes industrias de bancos y constructoras, el 75% de las explotaciones agrícolas.
3°) Los comunistas cubanos nunca han tenido el culto a la acción militar como un fin en sí mismo. Un año antes del asalto al cuartel Moncada Fidel intentó presentarse a las elecciones parlamentarias que se convocaron en Cuba y que posteriormente fueron suprimidas por el golpe de Batista. Aquel golpe impidió cualquier espacio político para la oposición, obligando a Fidel a elegir la vía de la oposición armada.
En su famosa autodefensa en el juicio por el asalto al cuartel, Fidel explicó claramente que para los revolucionarios cubanos la guerra de guerrillas era sólo un medio para lograr un cambio en las inhumanas condiciones de vida en que se encontraba la inmensa mayoría de los cubanos.
Como puede verse entre chilenos y cubanos, las semejanzas superaban con creces las diferencias y entre ambos líderes existía una inmensa estima fundada en el reconocimiento mutuo de una extrema coherencia entre pensamiento y acción política.
Ciertamente, los lazos entre Fidel Castro y Salvador Allende y entre los pueblos cubano y chileno marcaron la huella latinoamericana y caribeña a través de una visión integradora, tal como esperaban los precursores de Nuestra América.
Foto: Archivo.
La democracia es memoria y futuro
Pocos días antes del 50 aniversario del golpe de Estado en Chile, el Presidente Boric lanzó un Plan Nacional de búsqueda de los "desaparecidos", las víctimas de las desapariciones forzadas durante la sangrienta dictadura de Pinochet.
Por fin (aunque con mucho retraso) una decisión tan esperada para hacer justicia y conocer la verdad sobre aquellos crímenes contra la humanidad por los que Pinochet, fallecido en 2006, no pagó.
Unas 40.000 personas fueron torturadas, más de 3.200 asesinadas o desaparecidas durante 17 años de dictadura. De las 1.469 víctimas de desapariciones forzadas, sólo se encontraron 307.
Como declaró el Presidente Boric, "la democracia es memoria y futuro y una no puede existir sin la otra".
Por parte del Estado chileno, se trata sin duda de un comienzo importante para reconciliarse con un pasado lleno de profundas heridas, que no deben volver jamás. Es un camino indispensable para recuperar y dar voz a la memoria, para no ocultar y/o negar los horrores de los militares nazifascistas y de la DINA (policía secreta), y para construir una sociedad que respete las aspiraciones y derechos de los pueblos, comenzando por los originarios.
¡VIVA CHILE!
¡VIVA ALLENDE!