Leyla Carrillo Ramírez - Centro de Estudios Europeos (Cuba Socialista).- La burguesía europea y estadounidense clasificó  hace apenas dos siglos la libertad de expresión como uno de los derechos humanos inalienables.  De la Revolución Francesa a la fecha, la infinidad de Tratados, Convenciones y Resoluciones han abarrotado folios, bibliotecas y computadoras sobre la defensa de esos derechos.


Primero los asumió el Consejo de Europa en el continente. El diseño comunitario, desde 1957 hasta su consolidación como Unión Europea, aplicó este tema para extender sus objetivos hacia ámbitos sociales, políticos y militares. La UE  agranda su  celo sobre la actitud de los demás sobre estos últimos, condiciona y decide las relaciones con otros Estados a partir del comportamiento de la libertad de expresión, que hoy alcanzan a la prensa y al espectro cibernético.

Pero no todo es blanco y negro en el decursar de los tiempos.  A los pobres pueden entrarles dudas sobre el doble rasero que se aplica a los derechos humanos, en general y a la libertad de expresión, en particular. Y lo que puede ser peor: la censura que intentan ejercer los  miembros de la Unión Europea sobre  los demás y la forma de “juzgarlos o certificarlos”.
 
¿Y si fuera a la inversa? Alguien pudiera atreverse a juzgar las características de la libertad de expresión en la UE, lo que –claro está- sería oculto por los grandes medios, los parlamentos y hasta los dignatarios o ejecutivos  nacionales del mundo de los Veintisiete. No hay que olvidar que el monopolio universal mediático en los países ricos abarca más del 85% de las telemisoras y radioemisoras y más del 60% de las agencias noticiosas.
 
Una ojeada sobre el comportamiento de la pretendida libertad de expresión en los tiempos más recientes, podría cuestionar actitudes, decisiones, declaraciones o resoluciones europeas. No conmovería a los poderosos, pero podría alertar a los interesados sobre “los horrores del mundo moral” en que vivimos.
 
Dos preguntas elementales nos llevarían a un posterior análisis: ¿Quién decide la libertad de información o expresión? (las fuerzas dominantes). Por ello, cuando el imperialismo viola  la soberanía de los pueblos, también aniquila sus medios de comunicación, los medios independientes o desata campañas que desacreditan –como primera etapa- y desestabilizan, en la siguiente fase. La táctica preludia una agresión. Durante la Guerra contra Yugoslavia, fue bombardeada la televisión serbia; en Irak, asesinan a periodistas y expulsaron a la telemisora katarí  “Al Jazeera”; en París fue clausurada la emisora considerada extremista “Al Manar” y en el Líbano, recientemente Israel bombardeó la sede de ésta.  La segunda pregunta sería: ¿protestó la Unión Europea por estas acciones estadounidense e israelita? NO.
 
Otro avieso proceder emanó de la peligrosa farsa de la Asamblea del Consejo de Europa, en 2005, con su intento de igualar comunismo y nazismo, porque ello  implica la justificación de cualquier forma de contrapropaganda, confrontación y violencia, una carta blanca para cualquier acción de fuerza. La igualación de ambas concepciones desata en sí misma, la persecución de la libertad de expresión de los comunistas o progresistas, porque es evidente donde están los simpatizantes del nazismo.

Entonces convendría intercalar una panorámica apresurada sobre los enfoques de la libertad de expresión por la Unión Europea, para reafirmar –una vez más- la máxima marxista de que el “hombre piensa como vive”.

La oleada de repulsa islámica en varios continentes contra las embajadas, representantes, comerciantes y visitantes provenientes de la Unión Europea, fue el resultado de las caricaturas burlescas sobre Mahoma publicadas a finales del año 2005 en el diario danés “Jyllands Posten”, que repercutió en toda Europa, el mundo musulmán africano e Indonesia, entre otros. ¿Cómo quedó el episodio, mezcla de xenofobia, antislamismo y terrorismo mediático? Muy simple: explicación oficial amparada “en la libertad de expresión y el supuesto descontrol estatal sobre los medios de difusión”; irrisorias multas a algunos medios de difusión, disculpas moderadas sobre el “error” y una Resolución del Parlamento Europeo referida al Informe Anual de 2005 sobre los Derechos Humanos en el Mundo que subrayó: “la libertad de expresión no excluye el respeto y la comprensión mutua entre diferentes civilizaciones”.
Las cruentas e interminables guerras contra Afganistán e Irak se manipulan por los gobernantes y los medios desde los ángulos favoritos de los atacantes: minimizar las pérdidas humanas de la población agredida, esconder las bajas de los ejércitos mancomunados en el terreno, justificar las torturas y contubernio en el traslado a cárceles secretas, limitar  la libertad de prensa a los corresponsales de guerra e ignorar en el denominado Derecho de la Guerra la protección a la población civil.

Si se buscan ejemplos en los listados de Amnistía Internacional, Reporteros sin Fronteras u otras instituciones como Human Rights Watch, que entremezclan la campaña falaz con parte de la verdad, se llegaría a pensar que los muertos realmente estaban “en el lugar equivocado” o que provocaron a los supuestos “humanitarios” propulsores de una nueva democracia.  No es ocioso recordar que al ser derrocado el presidente haitiano, Bertrand  Aristide el 29 de febrero de 2004, Reporteros sin Fronteras ignoró la violencia y persecución contra los periodistas que criticaban al gobierno golpista de Latortue, sosteniendo que la libertad de prensa se había consolidado. Son cosas del pasado, pero hablar del presente tampoco salva a los europeos.

Recientemente la Fiscalía de la Audiencia Nacional Española exoneró a los tres soldados estadounidenses involucrados en la muerte del corresponsal de la cadena TELECINCO, José Couso, quien “por casualidad” era corresponsal de guerra, radicaba junto a la prensa extranjera en un céntrico hotel de Bagdad y sus ejecutores “imaginaron” que en vez de una cámara, amenazaba con un arma. Las Convenciones  de Ginebra acaban de ser pisoteadas, una vez más.

¿Y qué sucedió durante el mandato de Silvio Berlusconi, con la reportera italiana, de “Il Manifesto”, Giuliana Segrena cuando se dirigía hacia el aeropuerto  de Bagdad después de ser liberada? Ella fue herida y uno  de sus escoltas abatido por soldados estadounidenses. El juicio, en ausencia del soldado, se anuló porque “la culpa había sido de los italianos, que carecían de escolta militar”. ¡Pobre Convención de Viena!

El pasado mes el Presidente italiano tuvo que descartar públicamente la inexistencia de una fractura en las relaciones con Estados Unidos, cuando planteó el canje de cinco talibanes en poder estadounidense para liberar a la periodista Daniele Mastrogiacomo, del diario “La Repubblica”. ¿Dónde queda la soberanía de un Estado que pretende proteger a un periodista?

A finales de 2005 el Presidente del Tribunal de Budapest, denunció a dirigentes del Partido Obrero, y arremetió contra su periódico porque éste había calificado como político uno de los fallos de esta instancia. Fueron encausados por difamación y “agitación”. El debate surge, según declara la Asociación por los Derechos de Libertad (TASZ), porque “no se puede sancionar a una persona debido a  manifestar una opinión en una sociedad democrática abierta, según establece la Constitución”. Puede presumirse un rebrote de métodos inquisitorios.

En Polonia el tema se diluye más, porque, en el contexto de la creciente LUSTRACION (demostrar legalmente que el funcionario o político no apoyó a los gobiernos del Partido Obrero Unificado Polaco), también se cuestiona el papel de los periodistas y escritores vinculados a la época precedente, o sea, un macartismo retroactivo. Se suma la cruzada antihomosexual, prejuicios que tanto criticaron durante decenios los integrantes de la Unión a los Estados exsocialistas.

La actitud y actividad de la UE y sus instituciones hacia los denominados Terceros Estados se acrecientan cuando cuestionan la libertad de expresión,  de prensa o de acceso al espacio cibernético: en China y Vietnam,  Belarús o Cuba, Bolivia o Zimbabwe. La agresión mediática contra nuestro país es menos sistemática que la desatada por Estados Unidos, pero creciente. Nada comentan, en cambio, cuando se cometen atropellos, asesinatos o torturas en el primer mundo.

Por eso nada puede sorprender: el Parlamento Europeo, integrado por 785 diputados aprobó el 24 de mayo pasado un documento contra  Venezuela por 43 minúsculos votos a favor y 22 contrarios, promovido por el Partido Popular, el Grupo Liberal y la Unión de Europa por las Naciones.  Un grupo de cinco parlamentarios del PPE había visitado el país latinoamericano para “informarse”  previamente sobre el cese de la licencia de transmisión de la televisora privada Radio Caracas Televisión, porque “privaría al público de una información pluralista”. La decisión soberana gubernamental y del pueblo venezolanos, induce a una reflexión  sobre la legitimidad de un documento, que según el Tratado de Niza –aún vigente- requiere una mayoría para su aprobación. ¿Dónde quedan la legitimidad del Parlamento Europeo, la democracia y la libertad de expresión de la UE?

La presidencia alemana de la Unión acaba de recordar que ésta y la República Bolivariana de Venezuela “están comprometidas con los valores democráticos en los que la libertad de palabra y prensa son elementos esenciales de la democracia”. ¿Cuál democracia, cuál libertad?

En apariencia, es fácil lanzar piedras al viento, pero el tejado  es de vidrio. Los subterfugios de la Unión Europea sobre la libertad de expresión son tan frágiles como un cristal de bacará, servido en las mesas de los potentados del mundo. Recordemos, sino, los comentarios del Presidente cubano: “en esos medios libres ¿quién habla, de qué se habla, de que se escribe?…Se habla de libertad de expresión, pero en realidad lo que defiende fundamentalmente es el derecho de propiedad privada de los medios de difusión masiva”…
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