M. H. Lagarde - La Jiribilla.- Como suele ocurrir en estos tiempos de enlaces y complicidades mediáticas, un artículo puede aparecer en disímiles lugares a la misma vez. Algo así debe estar ocurriendo ahora con Apóstata de la fe, escrito por el reconocido novelista nicaragüense Sergio Ramírez.


No es de extrañar que más de un editor comparta y se solidarice con el lamento de una prominente figura de las letras, sobre todo, si esta se declara víctima de un tribunal ideológico mundial, denominado En defensa de la humanidad, que, según afirma, lo “ha separado del rebaño de los buenos premiados con las delicias del cielo de la izquierda oficial”, y enviado “al plan de los infiernos donde se consumen entre llantos y crujir de dientes los condenados de la derecha. La sentencia puede leerse en dos artículos de prensa distribuidos por el capítulo cubano del Santo Tribunal”.

Lo raro, sin embargo, en estos tiempos, intertextuales e interactivos, es que los mismos editores ignoren los dos mencionados artículos en los que aparece la sentencia del llamado tribunal y por tanto dejen sin saber al lector cuál es el verdadero origen del acongojado pesar del escritor nicaragüense.  

Para quienes no están enterados de los antecedentes, baste decirles que la causa de las lágrimas de Ramírez provienen de otro texto publicado por él anteriormente en el diario español El País bajo el título de Crimen y castigo, en el que el ex vicepresidente del sandinismo nicaragüense, devenido paladín de la libertad de expresión, se opone al cierre de RCTV, esencialmente porque los venezolanos, presuntas víctimas del totalitarismo, tendrán la desdicha de prescindir de toneladas de televisión basura.

Era de esperarse que tan cínico y manipulador argumento, escrito para estar a tono, ya sea con la línea editorial de El País o con la línea de pensamiento y acción de la contrarrevolución venezolana, que al fin y al cabo son muy similares, llame la atención de quienes creen que, hasta las más reaccionarias ideas de la derecha, pueden ser defendidas con un poco más de ética y seriedad.

Ideología y diversidad cultural, de Enrique Ubieta y ¿Es usted un guerrillero latinoamericano convertido al neoliberalismo? En el diario El País hay un sitio para usted, de Pascual Serrano, son los artículos que han puesto a llorar como una Magdalena a Sergio Ramírez, no precisamente por los rincones de la red.  

Después de leídos esos textos el lector coincidirá conmigo en la curiosa manera que tiene Ramírez de defender la libertad cultural y de pensamiento que preconiza en Crimen y Castigo. Si alguien osa disentir de sus criterios se declara víctima nada menos que de un Santo Tribunal Mundial.

Pero en realidad el novelista nicaragüense simplemente cumple las funciones de aquellos intelectuales traumatizados por los reveses de la izquierda —en su caso, primero, la derrota del sandinismo y luego la caída del socialismo real en la Europa del este— que, desilusionados o desanimados, han puesto sus ordenadores, consciente o inconscientemente, al servicio de la libertad para unos pocos que propugna la democracia del mercado. Para Ramírez, ese mercado tiene un nombre concreto: el grupo PRISA, dedicado a la manutención, a golpe de sustanciosos premios y derechos de autor, de los opinadores de su estirpe.

A estas alturas no es secreto para nadie que los ex conversos de la izquierda que hoy tienen todo el espacio disponible en El País o en cualquier otra publicación de aparentemente izquierdista trayectoria y nombre, han sido y son usados, por el poder invisible del nuevo régimen totalitario mundial, como punta de lanza para hacer leña de las astas de las banderas que otrora enarbolaron entusiastas.

En la ya vieja escuela de la propaganda anticomunista de la guerra fría nadie resultaba más convincente que un renegado. Ante los denuestos y arrepentimientos del apóstata, como ante los melodramas de las telenovelas, suele sucumbir con facilidad el receptor ingenuo y mal informado. A fin de cuentas, piensa el incauto, quien ha sido una víctima o victimario habla con conocimiento de causa. Para achacar a los proyectos contrahegemónicos de hoy, los horrores del totalitarismo stalinista, el traidor ha sido hasta ahora la voz más autorizada.  

Como ya este proceder apenas si engaña a nadie, desde hace un tiempo acá, la nueva misión del renegado parece ser la de fragmentar a la izquierda a partir de balcanizadas variantes definitorias y falsas tomas de posición política. Este tipo de intelectual con acceso a los espacios donde se impone y fabrica el pensamiento único, aún cuando sus argumentos y análisis responden de manera servil a los intereses de la derecha que bien le paga, se empeña a ultranza en declararse un afiliado de la izquierda.

Y esto es precisamente lo que hace Ramírez en Apóstata de la fe. Se camufla de izquierdista aun cuando en su Crimen y castigo defiende, casualmente, el mismo método usado por RCTV para ocultar el regreso de Chávez al poder tras el fracaso del breve golpe de abril de 2002, suspender la programación noticiosa y atiborrar a los espectadores venezolanos de lo más barato de la creación televisiva durante varios días.  

De igual forma, ignora que el 80 % de los canales de TV abierta de Venezuela y emisoras de radio pertenecen al sector privado, lo que ocurre con 118 periódicos de cobertura regional y nacional. Unas y otros disfrutan de la libertad de reportar, analizar y expresar sus opiniones. Muchos lo hacen de manera estridente en contra del Gobierno y sin ninguna amenaza o consecuencia. Como si fuera poco, en la mayoría de ellos prevalece, además, el mal gusto que al autor de Mentiras verdaderas le gusta.

En sus andanzas por México o por Madrid, Ramírez no pudo ver, por supuesto, por ese espejo de la verdad mundial que es CNN, que en unas de las marchas a favor de RCTV en Caracas, con las que se declara seriamente comprometido, fue visto (y fotografiado) el “progresista” Bowen Rosten, quien no es otro que el mismísimo director de la CIA para América Latina.

Pero Ramírez es de izquierda sobre todo al cobrar por sus ignorancias a El País, un diario (¿también de izquierda?) que aplaudió y apoyó sin miramientos el inconstitucional golpe de estado de abril de 2002 en Venezuela.

El multipremiado escritor debería leer más profundamente a Bobbio, a quien cita como experto en materia de metamorfosis política. Creo que fue el socialdemócrata italiano quien dijo que una de las funciones del intelectual debe ser aquella de "sembrar dudas y no de recoger certezas".  Para el novelista nicaragüense, esta proyección sería un gran adelanto si se tiene en cuenta que para él la función de intelectual parece ser la de sembrar la confusión en la certeza.  

Debía también imitar al intelectual italiano en cuanto a su actuar ético. Tras hacerse pública la carta de Bobbio le dirigiera a Mussolini en julio de 1935 en la que se disculpaba ante el Duce y se confesaba “un buen patriota y un buen fascista”, Bobbio reconoció después en su Autobiografía (pp. 48-51 en la edición de Taurus, que Ramírez puede solicitar gratuitamente a sus empleadores de PRISA, también propietarios de dicho sello editorial), que “En esta carta me he encontrado de pronto cara a cara con mi otro yo, que creía haber derrotado para siempre”.

El ex vicepresidente sandinista debería hacer otro tanto, reconocer su apostasía sin ironías ni trucos baratos, simplemente, con sinceridad.


Ideología y diversidad cultural
Enrique Ubieta Gómez
 
Entre los muchos textos publicados a propósito de la no renovación en Venezuela del espacio radioeléctrico a la empresa de televisión privada RCTV, me sorprendió encontrar el aporte de un intelectual que hace más de dos décadas fue el digno vicepresidente de la Nicaragua sandinista. No me sorprendió porque atacara al Gobierno bolivariano ―desde hace algunos años su alineamiento a una falsa izquierda “democrática” lo ha alejado de los movimientos revolucionarios―, sino por la índole de su argumentación. Su artículo titulado “Crimen y castigo” aparecía en el diario La Prensa, pero curiosamente yo lo encontraba reproducido en un blog de Internet de la contrarrevolución cubana de Miami. Sergio Ramírez, el autor a quien me refiero, comentaba las declaraciones de una persona a la que no concede el beneficio de la visibilidad: el emisor de la información objetada era un ser sin rostro, sin nombre, que no expresaba opiniones propias, “una diputada, emisaria del Gobierno del presidente Chávez”. El deliberado anonimato del contendiente pretende hacerle creer al lector que toda opinión favorable a un gobierno revolucionario ―sea el de Cuba o el de Venezuela―, si ha sido expresada por uno de sus ciudadanos, es impersonal, lo que encaja con la imagen de un supuesto estado totalitario. En realidad, las masas que respaldan a la Revolución están compuestas de individuos que recién empiezan a serlo, que por primera vez lo son (¿no lo recuerda Sergio Ramírez?): en el capitalismo, los hombres y las mujeres “libres”, son rehenes de la desinformación y de la manipulación mediáticas. En oposición a la supuesta emisaria, Ramírez sí menciona ―aunque no cita, ni viene al caso―, a Teodoro Petkoff, que en Venezuela es el “izquierdista” canónico de la derecha, entrevistado por la misma cadena de televisión y sobre el mismo tema (pero contra Chávez, claro) una semana antes.

Como no conozco el nombre de la persona a la que alude Ramírez, y merece como cualquier otra mi respeto, me referiré a ella como diputada, que es una dignidad otorgada por el voto popular. Dice él, y no es una cita de la diputada, sino una interpretación que hace de sus palabras, que el cierre de la emisora RCTV, entre otras razones, se debe también a que “en su programación introducía formas extrañas de cultura, que enajenaban las costumbres y creencias del pueblo venezolano”. E inmediatamente acota: “se trata de un acto de represión ideológica (…) destinad(o) a restringir los espacios de convivencia cultural”. Destaco esa frase porque Ramírez descubre y defiende el contenido ideológico de esas “extrañas formas de cultura”. La cultura es ideología, o viceversa, parece decirnos, y ya ese juicio tajante, que no se matiza, puede crear un equívoco peligroso. La ideología que defiende no es un cuerpo en extinción, cuya salvación sea un imperativo para el mantenimiento de la diversidad social. No es una ideología marginal, representativa de minorías culturales; es, por el contrario, la ideología dominante, fascistoide, que controla los medios de comunicación y la mente de los consumidores, establece el repudiado y totalitario “pensamiento único”, y reproduce los valores del sistema. Pero el lector no podría llegar todavía a estas conclusiones, porque estamos en los prolegómenos de su argumentación.

Para Ramírez estas formas culturales o ideológicas deben ser defendidas a toda costa de “una concepción oficial de (la) identidad política, que pasa a ser una identidad cultural. La misma definición de ‘Estado bolivariano’ implica ya una definición nacionalista, que de acuerdo con la doctrina del presidente Chávez, reiterada en sus discursos, es popular además de nacionalista”. Y entonces nos toma el pelo, al sustituir la realidad por su contrario, supuesto futuro imaginado con alevosía: “Lo malo sería que en mi pantalla yo tuviera las 24 horas del día nada más que Telesur, y a la hora de la película de la noche solo vidas y hazañas de próceres y todo lo demás quedara fuera por tratarse de basura enajenante”. Ramírez confía en que esa estocada le proporcionará de inmediato las simpatías del lector, a quien por cierto subestima. Entonces procede a enumerar los tópicos paradigmáticos de esa “basura enajenante”: “los ayatolas culturales me dejarían con no poca nostalgia. Nostalgia por los chocarreros juicios fingidos delante de jueces de togas negras, en los que se ventilan a grito pelado conflictos familiares; por los edulcorados programas de entrevistas donde las amas de casa lloran sus penas delante de entrevistadoras implacables; por los longevos concursos de aficionados con premios vistosos, autos deportivos relucientes y viajes al fin del mundo, ofrecidos por presentadoras de sonrisa congelada; por las telenovelas venezolanas donde las heroínas y las malvadas, sobre todo las malvadas, se levantan ya maquilladas de la cama y los escenarios de casa rica parecen siempre las salas de exhibición de una tienda de muebles. Sería mi nostalgia por el mal gusto, pero para miles de televidentes sería su nostalgia por lo que les gusta, que en asunto de preferencias no hay nada escrito”. Y es aquí donde ciertamente aparece en toda su trascendencia el carácter ideológico de la propuesta “cultural” que Ramírez defiende. No se trata del melodrama, un género (o un estilo) tan válido como cualquier otro. Reír y llorar ―siempre que esto último sea placentero―, son derechos humanos. No se trata solo de mal gusto, mucho menos del gusto popular. Se trata de ideología pura, es decir de la ideología ciertamente enajenante que sostiene la reproducción del sistema.

Claro que su cinismo es una trampa múltiple: Ramírez intenta confundir al lector atrapado por la seudocultura del consumo, al lector informado que ―como él―, subestima la cultura popular, y cree por ello que peca de elitista; utiliza todos los sedimentos que la manipulación mediática de viejos y reales errores o de falsas suposiciones, va depositando en el fondo de nuestra conciencia: el “odio” de los revolucionarios por el placer mundano y la pura y simple diversión; la suposición de que el “totalitarismo” comunista reemplaza la libertad individual por los caprichos del Estado. “El gusto tiene que ver con la libertad, más allá de las categorías culturales oficiales ―dice, adoptando la postura del sabio―, y suprimir las opciones, para dejar ver solo lo que el criterio oficial determina que uno debe ver, es como levantar barrotes de acero frente a la pantalla y hacer de cada hogar una celda de castigo. Es obligarlo a uno a entregar al Estado el poder de decidir acerca de lo que quiere ver o escuchar, en la televisión, en el cine y en la radio, de donde fácilmente se pasa a arrebatarle a uno ese mismo poder en lo que respecta a lo que quiere leer”. Porque claro, la falsa oposición de libertad individual ―Poder del Estado, oculta la verdadera oposición: libertad individual ―Poder de las trasnacionales de televisión (o más exactamente, Poder del Capital).

¿Cree sinceramente Ramírez que el televidente disfruta de plena libertad cuando elige según sus “gustos” la oferta que “proponen” los medios? Ni el televidente elige, ni los medios proponen. ¿Quién forma los gustos del telespectador? En el colmo de su retórica manipuladora, apela de forma subliminal a las críticas consagradas que verdaderos revolucionarios le han hecho a la burocracia cultural y al mal llamado realismo socialista: “Programas que para alcanzar la sanidad moral y la pureza ideológica tendrán que ser elaborados necesariamente por un eficiente equipo de ángeles celestiales, de pensamiento homogéneo y a prueba de tentaciones y deslices. Las telenovelas tendrán ahora mensaje moral. ¡Telenovelas sanas, sin colesterol! ¿Y quién dice que esos ángeles militantes serán ajenos a la mediocridad, al mal gusto, y a la ortodoxia ramplona? No olvidemos que se tratará de ángeles disciplinados y que toda ortodoxia es enemiga acérrima de la imaginación, que es la más soberana forma de libertad”. Una buena noticia para Ramírez (que es mala para los revolucionarios): los burócratas de cualquier sistema ―porque la burocracia es hija del capitalismo, aunque abunde en el socialismo―, adoran “la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios” y anulan “la auténtica investigación artística”, según las muy conocidas palabras de Ernesto Che Guevara, lo que significa que están de su parte, es decir, que defenderían con pasión los programas de televisión que él teme que desaparezcan. Caramba, la burocracia socialista (en el fondo, hija cultural del capitalismo), sería su aliada.

Sabemos que nada es puro, que nuestras mejores intenciones están supeditadas a lo que somos, para bien y para mal, por eso debo preguntar, ¿qué es en realidad lo que defiende Ramírez, el otrora Sergio, exvicepresidente de la Nicaragua sandinista, un intelectual que ―supongo― sabe de qué habla? Evidentemente, no es una propuesta cultural, sino una propuesta ideológica lo que defiende: las casas de ricos y las muchachas pobres que se casan con jóvenes herederos en las telenovelas venezolanas, mexicanas, miamenses, los autos deportivos y los premios siempre cercanos y evasivos de los concursos por televisión, los programas de chismes de ricos famosos, el éxito vinculado al dinero y al glamour, la discusión pública de los pequeños dramas personales, no son hechos culturales por su trascendencia artística, sino por su sentido ideológico, son mecanismos de reproducción mediática de los valores que sustentan al capitalismo. La cultura del capitalismo ha sido y es dominante en los siglos pasado y presente, incluso en un país que ―como Cuba―, ha logrado grandes transformaciones sociales y niveles educacionales altos. En estos días, se ha celebrado en La Habana el V Congreso Internacional Cultura y Desarrollo, dedicado, vaya casualidad, a la defensa de la diversidad cultural; en él los ponentes denunciaron la “basura enajenante” que acapara las pantallas de los televisores de todos los rincones del planeta. Pero Sergio Ramírez, el reconocido intelectual, clama por conservarla, y acude para ello al sofisma de la diversidad.

¿Es posible una televisión divertida, placentera, que invite a soñar, a volar, a llorar, a reír, que eduque y entretenga, que satisfaga las expectativas de todas las capas de la población? Creo que ningún hombre o mujer sensatos respondería de forma negativa. La verdadera oposición al proyecto revolucionario, socialista, no se desgasta en Venezuela en discusiones puntuales sobre cada medida adoptada por el presidente Chávez: la guerra es más sutil y profunda, es de valores. Se trata de mantener en la población a toda costa la ilusión del sistema: usted también puede ser rico, inténtelo. Frente a las propuestas de participación popular, democrática, de las misiones sociales, que proporcionan salud, educación, trabajo y también conciencia y protagonismo social para los más humildes y olvidados, la contrarrevolución ofrece dinero, repartir dinero, y despliega su imaginario tradicional: la prensa del corazón, las páginas “sociales”, las telenovelas rosas de las nuevas Cenicientas, los juegos de azar. Dinero contra solidaridad, dos proyectos de vida, de sociedad. No es ni será dinero para todos ―eso lo sabe Ramírez―, pero no importa; las mayorías se conformarán con vivir de la televisión, y pasear los domingos por los shopping center, claro, si la Revolución no las despierta. Sergio Ramírez, al parecer, quiere impedirlo.


¿Es usted un guerrillero latinoamericano convertido al neoliberalismo?
En el diario El País hay un sitio para usted
Pascual Serrano • Rebelión

Los pasados 31 de mayo y 1ro. de junio se sucedieron dos amplios artículos de opinión en El País destinados a embestir contra el gobierno de Hugo Chávez por no renovar la concesión a la cadena RCTV. Eran de Sergio Ramírez, escritor y miembro de la Junta de Gobierno sandinista que derrocó a Somoza, y de Joaquín Villalobos, líder del FMLN salvadoreño, residente en Oxford desde la década de los 90.

El primero parece que se fue a México vio una entrevista a otro ex guerrillero reconvertido, el venezolano Teodoro Petkoff, escuchó la respuesta de una diputada partidaria de Chávez y se animó a escribir contra el gobierno de Venezuela. Insinúa que si el ejemplo de no renovación de RCTV cundiera en América Latina sentiría “nostalgia por lo chocarreros juicios fingidos delante de jueces de togas negras, en los que se ventilan a grito pelado conflictos familiares; por los edulcorados programas de entrevistas donde las amas de casa lloran sus penas delante de entrevistadoras implacables; por los longevos concursos de aficionados con premios vistosos, autos deportivos relucientes y viajes al fin del mundo, ofrecidos por presentadoras de sonrisas congeladas; por las telenovelas venezolanas donde las heroínas y las malvadas, sobre todo las malvadas, se levantan ya maquilladas de la cama, y los escenarios de casas ricas parecen siempre las salas de exhibición de una tienda de muebles”. En este referente cultural se ha convertido el que fuera líder sandinista con tal de criticar a Hugo Chávez.

En cuanto a Joaquín Villalobos, quien abandonó San Salvador para ir a estudiar a Oxford a finales de los 90 al ver que no podía destrozar el FMLN y ya nunca volvió a su país, se dedica a criticar a toda izquierda que se mueva con la “legitimidad” que le da haber sido guerrillero. También aparece ahora súbitamente preocupado por el ocio televisivo de los venezolanos al observar el “golpe a la identidad cultural venezolana” que supone no renovar la concesión a un canal de televisión donde nunca se vio un negro ni una mujer sin tetas operadas. Según Villalobos, “sustituir las telenovelas y el entretenimiento de los pobres por una patética programación ‘revolucionaria’ es tan grave como dejarles sin comida”. Y es que ya se sabe, los pobres lo que necesitan como alimento son telenovelas.

Por supuesto que Ramírez y Villalobos son libres de opinar lo que consideren, de abandonar su ideario revolucionario y subsistir con esa tan rentable profesión de ejercer de antizquierdista. Lo indignante es la política del diario El País de contar como única opción de opinión en sus páginas con reconvertidos al neoliberalismo. Aunque probablemente sean ellos los que más se ajusten al ideario y principios del periódico, criticar a la izquierda en nombre de la izquierda mientras el resto de la prensa critica a la izquierda en nombre de la derecha. Al fin y al cabo, esa es la pluralidad existente en los medios de comunicación.
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