Salim Lamrani - La Jiribilla.- Las trasnacionales de la información imponen a la población una visión de la realidad minuciosamente regida por un marco ideológico: las barreras doctrinales existentes se destinan a desechar todo pensamiento alternativo que ponga en tela de juicio la legitimidad del orden mundial actual. Así, el papel de los medios no es ofrecer una información objetiva a los ciudadanos, sino defender el orden político, económico y social establecido, por diversos medios eficaces, tales como la propaganda, la desinformación y la censura. 
La ideología dominante tiene una característica fundamental: siente una aversión feroz hacia todo pensamiento alternativo, controla el mercado de las ideas y se encarga de no dar espacio a las opiniones heréticas. El pensamiento que entra en el marco doctrinal se considera como objetivo y legítimo; todo pensamiento disidente, que se sale del marco, se califica de subjetivo e ilegítimo. Un pensamiento legítimo se caracteriza por el culto que rinde al orden establecido. Los medios desempeñan un papel importante e incluso principal en la difusión de este pensamiento único. Por esta razón, las trasnacionales de la información están controladas por las elites que tienen interés en marginar los pensamientos heterodoxos.  

Existe un caso de escuela que debería estudiarse en cualquier centro de investigación sobre la desinformación, pues ha alcanzado un nivel de sofisticación inimaginable. Se trata, desde luego, del tema Cuba, único vista la enorme diferencia entre la representación transmitida por los medios occidentales y la realidad del país. La intoxicación mediática para con la problemática cubana es tan eficaz que incluso ha contaminado los sectores más progresistas del mundo desarrollado.

Para demostrar la amplitud de esta desinformación abordaré el argumento migratorio, utilizado con frecuencia para estigmatizar el proceso revolucionario cubano. Según la versión dominante, el número de cubanos que han emigrado hacia EE.UU. constituye una prueba de la falta de legitimidad del gobierno cubano. Este postulado es adoptado por la mayor parte de los medios occidentales, sin que ningún análisis del fenómeno sea considerado necesario. Ello es realmente sorprendente, ya que las estadísticas de la emigración cubana hacia ese país disponibles abarcan el período de 1820 al 2006, o sea, más de 18 décadas. Entonces, ¿por cuáles razones la prensa occidental no ilustraría su adagio sobre la emigración cubana mediante cifras precisas, comparando el período prerrevolucionario con la época actual? ¿En nombre de qué principio simplificador, una comparación entre los fenómenos migratorios latinoamericano y cubano, no se elaboraría para aclarar la polémica?

La prensa occidental evita analizar de manera detallada y minuciosa este fenómeno. Teme, sin duda y con razón, que las conclusiones sacadas a partir de los datos de los servicios de emigración estadounidenses contrariarían de la manera más implacable sus postulados y revelarían su carácter engañoso e ideológico.

Antes de la derrota de Fulgencio Batista en 1959, Cuba emitía más emigrantes hacia EE.UU. que toda la América Central y toda la América del Sur reunidas. O sea, un pequeño país tenía una emisión migratoria mayor que la de más de 20 países del continente. En 1966, el Congreso norteamericano adoptó la Ley de Ajuste Cubano, que otorga a cualquier ciudadano cubano que emigra legal o ilegalmente el estatuto de residente permanente. Esta legislación tiene como objetivo estimular la emigración ilegal y utilizarla como parte de la política de desprestigio contra el gobierno cubano. A esa ley conviene añadir el bloqueo económico que EE.UU. ha implementado contra Cuba desde 1960, el cual afecta todas las categorías de la población cubana y a la vez constituye otro factor para incentivar a la emigración.

Hablemos ahora del año 93 y del período especial: es importante detenerse en ese momento, pues representa el peor del período especial. En efecto, con el derrumbe de la Unión Soviética, Cuba pudo mantener un poco el comercio con el Este. En 1992, las reservas nacionales permitieron a la población superar las primeras dificultades; pero en 1993, ya no quedaba nada. No sería sorprendente imaginar, entonces, que este año haya sido sinónimo de emigración masiva hacia los EE.UU., vistas las condiciones económicas y geopolíticas que Cuba tuvo que enfrentar. Pero fue todo lo contrario: en efecto, de Cuba emigraron solo 13 mil 666 personas en 1993, menos que Canadá, con 17 mil 156; Jamaica, con 17 241; El Salvador, con 26 mil 818; República Dominicana, con 45 mil 420 y México, con más de 126 mil, o sea, cerca de diez veces más. Así, en el 93, Cuba no ocupó más que el sexto rango entre las naciones americanas desde donde las personas emigran.

Hablemos ahora de 1994 y de la ola de balseros: es importante esta fecha, pues la prensa occidental mediatizó y politizó muchísimo esos eventos, que daban la impresión de que toda la población del país quería marcharse. ¿Cuál fue la realidad? En ese año, Cuba solo observó 14 mil 727 salidas, detrás de Canadá, El Salvador, República Dominicana y México. O sea, en aquel año, solo se situaba en quinta posición en términos de emigración. Es interesante hacer un balance migratorio utilizando los datos más recientes: en el 2006, Cuba  solo fue origen de 9 mil 304 emigraciones hacia EE.UU., o sea, el décimo rango en el continente, detrás del Perú, Canadá, Haití, Jamaica, Guatemala, Colombia, República Dominicana, El Salvador y México. Así, Cuba pasó del segundo rango en 1959, al décimo en el 2006.

Curiosamente, la problemática migratoria nunca se ha politizado en los medios occidentales para las otras naciones. Por ejemplo, para el año 2006 El Salvador, con una población dos veces inferior a Cuba, tuvo tres veces más emigrantes hacia EE.UU. Sin embargo, nadie utilizó este hecho para calificar el régimen de El Salvador de dictatorial o totalitario. Como se puede constatar, el tema migratorio no es válido para estigmatizar a Cuba: si uno decide politizarlo, solo puede constatar que el gobierno cubano es uno de los regímenes políticos más legítimos del continente. La estigmatización no es más que ideológica y, por consiguiente, carece de fundamento.

Como vemos, el marco ideológico establecido en el seno de los medios censura los verdaderos debates. De hecho, la prensa occidental, propiedad de los grandes grupos económicos y financieros, ostenta características poco democráticas. ¿Por qué el gran capital económico y financiero invierte en el mundo de la prensa, sector sumamente deficitario? Es económicamente absurdo, pero eficiente desde el punto de vista ideológico. El objetivo de esos inversionistas no es generar ganancias, sino controlar el pensamiento y reducir el marco convencional del debate, el cual se vuelve, lógicamente, cada vez más superficial.
 
*Intervención en el panel En defensa de la humanidad.
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