Rafael de Águila - La Jiribilla.-


Prima nota:

Un coup d'etat new fashion. América Latina ha conocido cientos de golpes de Estado. Difícil tarea para alguien que los haya contado. Podría anudarse la historia del continente a la historia de continuas e incesantes asonadas. Una vez y otra  el Ejército ha expulsado del poder a las autoridades que hasta ese instante lo detentaran, fueran autoridades civiles o militares, ora hubieran arribado al poder de la mano de elecciones, ora resultaran milicos perpetradores de anteriores putsch. Tales asonadas solían resultar traumáticas y sangrientas. El objetivo de la gran mayoría de estas Juntas Militares fue reprimir (léase asesinar) a la izquierda, a todo cuanto en algún instante pudiera expedir semejante olor. Alguno hubo sangrientamente original que en desfachatez inaudita llegó a bautizar el régimen que presidía como dictablanda. Reconózcase la verdad: EE.UU. los apoyó a todos. Los armó a todos. Los asesoró a todos. No pocos de estos episodios se fraguaron con la participación directa del gobierno norteamericano. Nadie se atrevería hoy a negar o ignorar eso. El flamante Presidente norteamericano, y algunos otros en América Latina, aducen hoy que argumentos tales derivan de enconos del pasado, debemos olvidar semejantes antecedentes, se nos dice, abrirnos al presente, y aún más, al futuro. Bellas palabras esas, sin duda. Olvidar antecedentes, sin embargo, no ha resultado jamás garantía segura. Para los descreídos, los tomos de Historia. Hasta la década del 80 del siglo XX los golpes de Estado alimentaron la triste saga del continente. Lamentémonos como Cicerón en sus Catilinarias: “Oh, tempora, oh, mores¡”. Llegó el instante, sin embargo, en el que los golpes de Estado, las Juntas Militares y los planes Cóndor pasaron de moda. La guerrilla, incluso, pasó de moda. Todo el dramático andamiaje devino demodé, el socorrido maderamen old fashion. Los militares regresaron a los cuarteles, los guerrilleros abandonaron las selvas, las urnas y solo las urnas comenzaron a tener el protagonismo. Las urnas comenzaron a dirimir, civilizadamente, lo que antes se dirimía a tiro o cuartelazo. Y todo resultó paradisíaco… "hasta que la izquierda comenzó, urnas mediante, a inundar el continente". A abalanzarse en tsunami incontenible. La izquierda llegaba al poder en un continente tradicionalmente dominado ideológica, política, militar, financiera, económica y jurídicamente por la oligarquía. El ordenamiento sociojurídico respondía in extenso al anterior status quo. Si la izquierda deseaba gobernar, si gobernar significaba al fin, verdaderamente, aires de cambio, la izquierda debería entonces diseñar un nuevo ordenamiento sociojurídico. Un ordenamiento de esa naturaleza debe, por fuerza, emanar de la posibilidad de diseño de una nueva Constitución, una nueva Ley de Leyes, una nueva Carta Magna. Y es el pueblo quien debe decidirlo. Y es el pueblo quien debe conformarla. Y aprobarla. La Constitución no está, ni puede estar jamás, en modo alguno, en sitio alguno, por encima del pueblo. No puede cabalgar sobre el pueblo, aherrojar al pueblo. Del pueblo emana, por y para el pueblo existe. Para el soberano. Urge entonces preguntar al soberano. Indagar si desea una nueva Constitución. Urge que, una vez consumada la pregunta, manifestado el deseo mayoritario de reforma, elija el pueblo representantes a una Asamblea Constituyente. Y urge que una vez conformado el proyecto por la Asamblea el soberano lo apruebe. En puridad ese proceso responde a los más sacros e ineluctables principios democráticos. Nadie se atrevería a cuestionarlo o dudarlo. Procesos tales han tenido lugar en varias naciones del continente. En todas ellos, sin excepción, las fuerzas que otrora detentaran el poder se han opuesto decididamente, han desplegado sus armas con inusitada virulencia. Si bien en tales lances no les ha asistido la razón o acompañado la ética no puede negarse que han actuado de la mano de la lógica. De acuerdo a las condiciones de estos países resulta imposible que la izquierda logre sostener (hoy) su praxis en un marco jurídico ideado (ayer) por la derecha. El marco jurídico se levantaría como bloque de contención. El ordenamiento jurídico, verdad de Perogrullo, ha respondido, responde (y responderá siempre) a las clases en el poder. Un nuevo ordenamiento jurídico en América Latina significa de hecho (y de derecho) defenestrar a la vieja oligarquía, oligarquía que, naturalmente, se negará a ser defenestrada. Y en el actual status quo, en mitad de la presente correlación de fuerzas, para negarse a correr esa suerte no parecen bastar las urnas. No olvidemos que para algunos las urnas, los sacros principios democráticos, funcionan solo en la medida en que favorezcan sus más oscuros intereses. En consecuencia comenzaron a tejerse diversos modus operandi. Hubo intentos de golpe militar, pustch mediático, golpe petrolero, insubordinación de poderes, intentos de secesión, magnicidios, dilaciones, motines departamentales, ausencia de quórum, secuestro de presidente, disturbios callejeros, amenazas, matanzas de campesinos.  El surtido resultó amplio y diverso. Y… fallido. Los “diseñadores” de modus operandi” puede se sintieran impotentes. Burlados. En abril del 2002 un intento de golpe de Estado en Venezuela es abortado por el pueblo. Vaya el poder de estos populistas, fue el lamento de la derecha. Mas… "detengámonos". No fue el venezolano un pustch como los que otrora asomaran la odiosa testa una vez y otra en América Latina. Los “diseñadores” conocían que debían urdir un golpe de Estado "distinto". Un golpe de Estado que no semejara un golpe de Estado. Al menos no a la vieja usanza. Si la democracia de las urnas no bastaba para garantizar el stutus quo, si los golpes de Estados eran ya demodé, pues habría que crear golpes de Estados de nueva estirpe, golpes de Estado new fashion, golpes de Estado… "democráticos". Así pues aquella asonada en Venezuela fue la versión 1 del nuevo engendro. ¿Qué caracterizaba al recién creado espécimen? Ah, pues, sencillo, los militares deberían actuar, inicialmente, eso resultaba imprescindible, elemental, conditio sine qua non, mas tranquilos: a posteriori, en cuestión de minutos, los pundonorosos uniformados harían mutis, y asomarían el rostro señores de levita, frac o terno, muy serios todos ellos, tales señores anunciarían urbi et orbi la buena nueva, llamarían a la reconciliación nacional, a elecciones libres, dirían que el Presidente hubo de renunciar, como testimonio mostrarían un documento con la firma del mandatario, no importa que resultara falso el documento y apócrifa la firma. Los poderes de la nación elegirían a las nuevas autoridades. Sin perder un instante se acusaría al Presidente democráticamente electo de  violentar la democracia. Extraño retruécano. El Presidente democráticamente electo padece además de una extraña enajenación mental. Lo ha atacado la enfermedad de Creutzfeldt Jacob. O cualquier otra. Se nos ha vuelto loco. Los poderes Ejecutivo y Legislativo aprueban, los Tribunales asienten y acusan… al "Presidente democráticamente electo". Y es que deben emplearse las estructuras democráticas y legitimantes para legitimar lo ilegitimo y lo antidemocrático. Y he ahí que se ha inventado el golpe de Estado… "democrático". Un coup d'etat que no es un coup d'etat. Nada de gorilas uniformados en el Poder. Nada de generales. Nada de Estados Mayores. Nada de Juntas Militares. Son civiles los que se mueven ahí, serenos, avezados, décadas de experiencia las que exhiben, no los subestimemos: son viejos políticos, poderosos hombres de negocios, las fuerzas vivas de la nación. Ese fue el modus operandi ideado y puesto en práctica en Venezuela. Ese primer intento fracasó. Rotundamente. Lo vimos todos. Unos emocionados, otros maldicientes. Unos vitoreando al pueblo, otros insultándolo. La oligarquía, en cambio, no se amilanó. Se llevó el engendro al laboratorio. Merecía un retoque, una versión 2, parecía un buen plan, no estaba obligado a fracasar otra vez. Merecía una segunda oportunidad. Se le colocaron parches y remiendos. Y se esperó. La paciencia fue recompensada: asomó una segunda oportunidad. Y he ahí que ese modus operandi se ha empleado ahora en Honduras. Emparchado y remendado. Rutilante. Se ha empleado cuando un Presidente democráticamente electo pretendía, vaya soberbia inmunda, preguntar al pueblo si deseaba reformar o no la Ley de Leyes. Vaya reincidencia la de estos izquierdistas, esa malsana y reiterativa insistencia por preguntar al pueblo. No se puede permitir semejante delito, no se admiten cambios en la Constitución. Quien lo pretenda es un traidor. He ahí que las fuerzas vivas de la nación (es decir, las fuerzas que siempre han gozado de la vida) se niegan a que tenga lugar semejante barbaridad. Por Dios, ¿preguntar al pueblo?, dantesco, sin dudas. Y he ahí que precisamente por intentar semejante monstruosidad el Presidente democráticamente electo incurre en una violación, más aún, ha traicionado a la Patria. Se coloca fuera de la Ley. No es lícito preguntar al pueblo. No es democrático preguntar al pueblo. No, sir. Es un invento macabro de los populistas, una creación diablesca de los demagogos. Abracadabra. He ahí que los militares quiebran puertas, irrumpen en el dormitorio del Presidente, le empujan en camisa de dormir, le arrastran a un jet, le expulsan del país. Hasta esos límites debía llegarse manu militari. Al siguiente día los Poderes Legislativo y Judicial destituyen al expulsado, nombran nuevas autoridades, autoridades civiles, válganos Dios, y el Presidente renunció (se muestra un documento, espurio, desde luego). Y el Presidente se nos había vuelto loco. Enajenado mental, el pobre hombre. Y por supuesto, no puede faltar el llamado a la reconciliación nacional. Y la convocatoria a elecciones libres. Y voilá, que ya tenemos coup d'etat de new fashion. Y esta vez nos ha funcionado, my God. He ahí que tenemos al fin un modus operandi listo para emplear contra la izquierda en América Latina, la izquierda que exceda lo permisible, que cruce la raya, si las condiciones son propicias, por supuesto. Y si presionan, si vociferan como energúmenos esos que sostienen que no es este tiempo de golpes de estado, si nos vienen con el pedanteo obsoleto de la democracia, ah, pues…, correcto, easy, ladies and gentleman, eso fue debidamente previsto, nada de cabos sueltos, escudados precisamente en la new fashion, como se trata de un conflicto entre los Poderes de la nación, llamamos a la negociación, sentamos a dialogar a golpistas y golpeados, ideamos un plan para que los golpeados regresen al Poder… "sin poder". Podrán ser Presidentes, podrán militar todavía más a la izquierda, si ello les complace, mas nada de eso será trascendente, estarán bien ataditos, manos y pies, nada que temer.

Segunda nota:

De Jacobinos y Girondinos. Izquierda y derecha son conceptos cuyos ecos paradigmáticos resuenan desde la Revolución Francesa de 1789. Unos se agrupaban en la Asamblea Nacional a la derecha, otros a la izquierda. Desde entonces unos y otros proseguimos agrupándonos a un lado u otro. Y ha surgido el centro, y la centroderecha, y la centro izquierda, y la extrema izquierda, y la extrema derecha, todo un caudal de infinitas gradaciones. La concepción de este golpe de Estado new fashion, esta aberración en la que Ejército, Congreso, Tribunales y Partidos Políticos tradicionales se han mixturado en Santa Cruzada se enmarca indudablemente en el conflicto Izquierda – Derecha en la América Latina actual. Conflicto que, sin sombras de la menor duda, con mayor fuerza e implicaciones que nunca antes, impacta en el debate alrededor del concepto de democracia. La derecha pretende entender hegelianamente la democracia, asumirla como un dogma, algo acabado, el non plus ultra, el "fin de la historia". La izquierda, que ha hecho suyos los postulados democráticos alcanzados en siglos de desarrollo histórico social, intuye que el pueblo, el soberano, al decir de los enciclopedistas franceses, el populus, el demos, tiene mayores derechos que aquel que le autoriza únicamente a elegir cada cierto número de años representantes, seres a los que ofrecen carta blanca para hacer y deshacer a su absoluto antojo, hacer y deshacer a nombre y representación de representados a los que jamás se les solicita opinión alguna. Evidentemente democracia, sostiene la izquierda, debe ser algo más. Son incontables los teóricos y juristas que sostienen semejante tesis. A pesar del tiempo transcurrido se ha regresado al viejo debate Rousseau – Montesquieu. “El Contrato Social” versus “El espíritu de las Leyes”. Representación versus Participación. Recordemos la frase, rotunda, de Rousseau: “La representación es una falsificación”. En consecuencia la izquierda emplea, cada vez más y con mayor fuerza, mecanismos y formulas que garanticen mayor dosis de participación popular en las decisiones gubernamentales. Se trata de la llamada “democracia participativa”. El método se acerca, quizá como ningún otro ad usum, a la democracia primigenia de griegos y romanos. Vox populi, vox dei. La izquierda, en un espectro que abarca todas las gradaciones, se yergue hoy en el continente con fuerza inusitada. Una izquierda que (la propia derecha lo reconoce sin tapujos al calificar a sus líderes de populistas) se levanta sobre el vasto entusiasmo de los pueblos que la ha llevado al poder aquí y allá. Ello ocurre en un continente hasta hace muy poco tiempo dominado por partidocracias, espurios grupos de poder, selectos latifundistas, decenas de poderosas familias que asumen (e insumen) la casi totalidad del PIB, en fin, un continente dominado por las eufemísticamente mal llamadas “fuerzas vivas”. Tales fuerzas mantienen aún hoy el control de espacios políticos, económicos y mediáticos no desdeñables. Su misión, y con toda seguridad así la entienden, resulta mantener a pie firme la línea del frente, erigirse salvaguarda del viejo orden jurídico, garantía de que todo permanezca intacto cuando en el futuro, un futuro cercano, confían ellos, las urnas les favorezcan. No pueden permitir en modo alguno el empleo de referéndum, es peligroso preguntar a los pueblos, no lo creen lícito, vaya a saber Dios lo que a esa chusma pueda ocurrírsele, desean seguir representando a las mayorías para hacer lo que a las minorías resulte conveniente. Ese es el delito en el que ha incurrido la izquierda latinoamericana: esos populistas, esos demagogos pretenden, vaya delito de lesa humanidad, preguntar a los pueblos. En Ecuador, en Bolivia, en Venezuela, hemos sido testigos de desesperada oposición cuando se trató de preguntar (o finalmente de acatar) la voluntad del soberano. Pero se preguntó. Y se actuó acorde a la voluntad del pueblo. No podía ello permitirse en otro sitio. No podía permitirse en Honduras. No más. Líbrenos Dios. Y no se permitió. Qui prodest scelus, is fecit, reza un muy viejo precepto romano. Aquellos a quienes beneficia lo han cometido, resulta la traducción. La frase se atribuye a Séneca, que para desdicha de ciertos voceros u órganos de prensa no figura entre la izquierda latinoamericana.

Tertia nota:

Olvidemos los enconos del pasado. Eso hemos escuchado. Un nuevo comienzo exige el olvido de viejas cuitas. Una nueva era demanda el deslastre de negativas remembranzas, esas que no harían más que inocular virus y bacterias a un presente supuestamente libre de ellas. Un presente puro, níveo, casto, estéril, angelical. Al fin ético. No más golpes de estados fraguados desde el Potomac. No más ingerencia de las embajadas norteamericanas. No más intervenciones armadas Us Army. No más empleos de mercenarios. No más minado de puertos. No más intentos de magnicidio. No más elucubraciones de los centros CIA. No más cover action. Idílico. Paradisíaco. El mejor de los mundos posibles, Oh, Cándido. Y uno desea creer. Sin prejuicios o monomanías. Por supuesto que uno desea creer. Así cada día hemos aguardado en Internet, frente el diario o la TV una declaración de USA, una posición fuerte, decidida, a tono con la violación de esos principios democráticos que USA jura defender, más que una declaración, hemos aguardado (confiados, dispuestos a olvidar los enconos del pasado, a no asumir la monomanía de acusar a los poderosos vecinos del Norte de todo cuanto al Sur ocurra) hechos. Claros, rotundos, inequívocos. Actos y hechos hemos aguardado. Y hemos quedado aguardando. Nadie puede acusarnos si ha menguado un tanto nuestra raída paciencia. Si se ha resentido cierta porción de nuestra agujerada confianza. Hemos escuchado al Canciller de facto llamar al Presidente norteamericano “negrito”, confundirlo con un troglodita a lo George W. Bush al acusarlo de ignorar la ubicación geográfica de Tegucigalpa. Y escuchamos al Presidente norteamericano repudiar el golpe. Fueron palabras bellas, pronunciadas en ese estilo y ese tono que en el nuevo Presidente hechiza. Y la confianza se fortaleció. He ahí que la OEA, la ONU, la Unión Europea, todos, en bloque, en masa, condenan el golpe, exigen el retorno al poder del Presidente democráticamente electo, emplean (pese al diseño de la versión 2 de golpe de Estado new fashion) las palabras correctas: llaman golpe al golpe y golpistas a los golpistas. Poderosas agencias de prensa en USA, en cambio, emplean otros apelativos. Váyase a saber a lomo de qué oscuros designios mediáticos se empeñan en el uso de esa fraseología. No se trata de instancias de Gobierno, sin embargo. Lo sabemos, y respiramos aliviados. Proseguimos aguardando a que la Administración norteamericana reaccione con fuerza, que los golpistas corran a reconocer errores, a pronunciar hipócritas mea culpa, a rasgarse vestiduras. Pero la Sra. Secretaria de Estado propone… "negociar". ¿Con quién? Con los golpistas. Lo escuchamos y no lo creímos. Alguien, algún traductor inexperto, habrá incurrido en un dislate, indudablemente. Mas no, no hay error, con toda serenidad la Sra. Clinton ha propuesto negociar. Si hubo dislate no fue del traductor. Ni a la ONU, ni a la OEA, ni a la UE pudo ocurrírsele semejante retruécano. Se le ha ocurrido al Departamento de Estado. A la Sra. Clinton. La negociación finalmente fracasa. Y fracasa porque no hay absolutamente algo que negociar: los golpistas, obcecados y elusivos, persisten en no permitir formula alguna que represente el retorno del Presidente constitucional. Urge reconocer que algunas de las fórmulas resultaban verdaderamente halagüeñas. El Presidente democráticamente electo podría regresar al poder, se abstendría, eso sí, de realizar referéndum, es decir, no se le permitiría preguntar al pueblo. Nada de preguntar al pueblo. Y compartiría el Gobierno con los golpistas. Y prohibido destituir a los mandos militares, esos que arrastraron al Presidente desde sus habitaciones privadas, esos que enlodaron la democracia, esos que enfrentaron al pueblo, que dispararon y asesinaron. Prohibido. El Presidente democráticamente electo regresaría al poder y… "se estaría bien tranquilito", sin más reformas ni ideas populistas, sin más arrebatos socializantes. Los golpistas, tontos como son, dijeron no a aquella propuesta, dijeron no a la mediación, que era decir no a la Sra. Clinton. Mas no sucedió absolutamente nada. Cabría preguntarse, si todo cuanto ha ocurrido en Tegucigalpa hubiera tenido lugar en Bogotá, ¿cuál habría resultado la posición del Departamento de Estado? ¿Habríamos sido testigos de semejante y elocuente timidez? ¿Habría la Sra. Clinton propuesto parsimoniosamente negociar con golpistas que despojaran del poder y empujaran al exilio al Sr. Presidente de Colombia? Uno intuye que ni la derecha más extrema y furibunda se atrevería a dudar que otro habría resultado el escenario. Los más atrevidos, incluso, no descartarían ciertas acciones de la flamante IV Flota, ciertos movimientos de algunas aguerridas unidades de superficie US Navy en las proximidades de las costas colombianas. Las actitudes, declaraciones y actos de la Administración norteamericana han resultado a ojos vistas francamente tímidos. Aquellos que confiaban, aquellos que aseguraban que debíamos recomenzar y olvidar entuertos, han quedado desorientados. Y los Estados Unidos de Norteamericana han perdido, una vez más, lamentable y elocuentemente, una excelente oportunidad. Una oportunidad inmejorable para hacer creer a los descreídos, para devolver la confianza a los desconfiados, para hacer que las bellas y siempre fáciles palabras aparezcan escoltadas por los siempre determinantes y decisivos hechos. Uno, tal vez con razón, vislumbre, teme, avizore, que tal vez los tiempos, pobres de nosotros, no hayan cambiado. ¿Habrían decidido los golpistas aventurarse en semejante contingencia sin el apoyo de USA? Se consultan antecedentes y ello resulta estrictamente… "dudoso". Recordemos la frase de Virgilio en la Eneida: “Pueden, porque creen poder”. ¿Desconocía la embajada USA en Tegucigalpa lo que se fraguaba? ¿Lo desconocía el Centro CIA en esa ciudad? ¿Lo desconocían los mandos militares destacados en ese país? Se reincide en el análisis de antecedentes, y las dudas, siempre las dudas, asoman la testa. Se recuerda operaciones encubiertas, retumbos y soplos de las peripecias del coronel Oliver North, aires de aquel desagradable asunto del Irán Contra, pirueta rocambolesca top secret fraguada por las más altas estructuras del Gobierno norteamericano, y las dudas, aullantes, se agitan en danza macabra en torno nuestro. Toma uno las dudas, los antecedentes, la timidez, la parsimonia y las aguas tibias que han caracterizado el actuar oficial del Gobierno norteamericano, se lanza a un enfoque holístico, integral, desprejuiciado, sí desprejuiciado. Y las dudas se abalanzan a racimos. Uno, sin embargo, quiere creer. Uno se muerde las uñas. Uno desea olvidar viejos resentimientos, confiar en el presente, abandonarse a la idea de que al fin todo ha cambiado, que relegar cuitas y enconos es imprescindible para adentrarnos limpios de resentimientos en este presente. Uno quiere todo eso. Quiere creer. A toda costa. Y no puede. Ahí están las dudas. Piensa uno en la posibilidad de que viejos personeros de la anterior Administración, figuras que conservan ciertas cuotas de poder (poderes sospechados e insospechados), potestades oficiales (y extraoficiales), hayan empeñado su palabra y apoyo en este gorilesco remake, todo a título personal, sin que la nueva Administración USA lo conozca, lo autorice, lo secunde, sin que la nueva Administración USA se haya enlodado manos y pies. Y la confianza, incólume, regresa. Tales personeros existen, detentan cargos claves, semejante posibilidad no puede descartarse en modo alguno. Mas… ¿qué vínculo puede existir entre tales acciones free lance y la timidez y parsimonia oficial, las aguas tibias hasta hoy emanadas de las actitudes, hechos y palabras de la Administración norteamericana? La confianza, pobre de ella, retrocede. Y uno no cree, no puede creer. No le alcanzan los hechos (que las palabras no bastan) para olvidar las viejas cuitas. Los hechos del presente. Y no alcanzan porque se intuye, se sospecha, se recela que el ectoplasma de ciertos viejos fantasmas puede se haya corporizado para irrumpir en el dormitorio de un Presidente democráticamente electo con el objetivo de privarlo manu militari de su mandato. Y es que tal vez no resulte tan solo el pasado quien aliente y alimente sospechas. Puede que ese aliento nos llegue desde el presente. Al menos están ahí las dudas, un montón de dudas. Y aúllan. A voz en cuello.

Cuarta nota:

 Un flash back a la teoría de las exportaciones. Décadas atrás, cuando la izquierda no soñaba con ganar tantas elecciones y referéndum, cuando la guerrilla disparaba desde la selva, cuando unas cuantas familias administraban a su antojo el desgobierno de nuestros países y pundonorosos oficiales egresados de la Escuela de las Américas torturaban a unos cuantos “facinerosos”, se acusaba a Cuba de exportar revoluciones. Si había guerrilla en América Latina la causa no residía en las deplorables condiciones de vida (y muerte) que reinaban en nuestro continente, en la pobreza, el hambre, la desigualdad, la injusticia social, el abismo insalvable entre opulentos y escuálidos. No, Sir. Si la  guerrilla disparaba en América Latina todas las culpas eran de Cuba. ¿A ver a quién demonios se le acusó de alentar guerrillas en Suecia? ¿A ver quién logró alguna vez exportar revoluciones hacia naciones del Primer Mundo donde el infortunio de una pobre ballena encallada en un arrecife costero puede mantener en vilo a millones de seres desde la confortable paz de sus residencias? En el Tercer Mundo millones de seres lloran en una Villa Miseria porque han encallado en la muerte, el hambre, la enfermedad. Se llora desde el más desesperante infortunio. Las revoluciones no han surgido jamás en sitio alguno si en tales sitios no han existido seres que las luchen. Y no existirían seres dispuestos a poner en riesgo la vida si precisamente la vida no estuviera antes en el más rotundo riesgo. Mas la era de las guerrillas y revoluciones armadas hubo de terminar. Thanks God. Ya no podría Cuba exportar revoluciones. Es esta la era de las urnas y los referéndums, el tiempo en el que la izquierda arroya con el apoyo mayoritario y atronador de los pueblos. Se impone acusar a otros de alguna otra exportación, también new fashion. Ahora el peligro consiste en que se tenga en cuenta la voluntad de los pueblos, el fantasma que hoy recorre el continente es el macabro espectro del referéndum, de la reforma de las Constituciones. Menester es acusar a alguien de atizador de pueblos, de exportador de referéndum. Busquemos la nación donde mayor uso se haya hecho de semejantes ardides maquiavélicos. Ahí está: Venezuela. Así como antes Cuba exportaba revoluciones y azuzaba guerrillas se adjudica ahora a Venezuela el protagonismo de nación exportadora del peligroso virus del populismo, Venezuela que lanza allende sus fronteras ese virus letal que enloquece a todos, que los lleva a efectuar los muy temidos referéndum, les inocula el insoportable afán de reformar Constituciones, les anima a esa locura que llama a conformar Asambleas Constituyentes, toda esa parafernalia demagógicamente inmunda y falaz que supone preguntar a los pueblos. Si la izquierda arriba al poder de la mano de las urnas, si el voto de las grandes mayorías le favorece, si se desea consultar la voluntad del pueblo, pues… las culpas son de Chávez. Antes era Fidel quien exportaba revoluciones y alentaba guerrillas. La izquierda ha triunfado en el continente en los últimos años porque han existido (y existen) causas y condiciones que han favorecido y propiciado esos triunfos. Y esas causas y esas condiciones son internas, endógenas, responden a las particularidades de cada país, no dependen, no pueden depender de exportaciones. “De nihilo nihilum”, escribió Persio en sus Sátiras contra la filosofía epicúrea hace ya más de 2000 años. No existiría quien acusara a país o líder alguno de alimentar referéndum en Suecia u Holanda, en cualquier otra nación del Primer Mundo. A líder alguno podría ocurrírsele la idea de que el signore Berlusconi constituye un mal ejemplo al estimular o exportar orgías presidencialistas. O que monsieur Sarcozy alienta el divorcio y el matrimonio con bellas top model. Nadie ha acusado a las naciones europeas de exportar su sistema de salud a Norteamérica, y, sin embargo, hoy el Presidente norteamericano lucha a brazo partido decidido a dotar a su país de un sistema de salud menos bochornoso. Los propios Estados Unidos de Norteamérica han enmendado repetidas veces su Constitución, no se ha escuchado voz alguna que haya acusado a esa nación de exportar el procedimiento a otros sitios. La idea de la exportación de populismos (como antes la de exportar revoluciones) no pasa de ser un muy socorrido y manoseado lugar común, una aburrida monomanía, algo macarrónicamente absurdo. Si surgen hoy por doquier figuras de izquierda en América Latina, si resulta que tales figuras son seguidas con fervor por los pueblos, si amenazan con ganar elecciones, si las ganan, si una vez en el poder toman medidas en beneficio de aquellos que al poder les llevaron, las culpas no pueden ser de Hugo Chávez. Si Hugo Chávez exhibiera poderes tales, Hugo Chávez rivalizaría con las potestades del mismísimo Dios Padre. Y Hugo Chávez no es, no puede ser, Dios Padre. No es Zeus. Confundir a Hugo Chávez con Dios Padre resultaría el silogismo de un esquizofrénico, delirium tremens, algo risible, tonto. Un cuento para niños. Un muy viejo lugar común. Alguno habrá que confunda a Hugo Chávez con el Diablo. Mas el Diablo, afortunadamente, no posee esos poderes. Y al final podrá acusársenos de izquierdistas, mas no de blasfemos.

Quinta nota:

Las heridas más profundas y los traumas más terribles. Menciónese el cáncer en un hogar donde la enfermedad haya diezmado a la familia. Menciónese y los sobrevivientes se estremecerán de pavor. Los golpes de Estado en América Latina pueden homologarse a un enorme y terrible cáncer, un cáncer que ha diezmado continua y dramáticamente a la familia latinoamericana. Han sido cientos de miles los asesinados, los desaparecidos, los torturados, los detenidos, los vejados, los exiliados, los vapuleados. En consecuencia cualquier resurgimiento, incluso new fashion, estremece a los pueblos de la región. Se teme, con razón, la más ínfima posibilidad de retorno de la enfermedad. Y no habrá quien aplauda o tolere recidivas. La suerte de Honduras puede ser la suerte de todos en el continente. Por ello, al nuevo engendro pocos le vislumbran éxito. Está condenado. Será barrido. Extirpado. En el hall de la Historia desde el inicio de los tiempos se ha habilitado un incinerador. Un incinerador para engendros. Antes, por supuesto, se le registra debidamente como antecedente. Oh, sí. Cualquier olvido en materia de Historia puede resultar letal. Cancerígeno. Y al incinerador será lanzado este coup d'etat new fashion. De producirse nuevos brotes listo estará el incinerador, listos los debidos antídotos, a la mano las más certeras terapias. En el caso hondureño, de mantenerse la obcecación de los golpistas, de aferrarse al poder a contra viento y marea hasta la realización de elecciones, ello puede devenir (¿quién se atreve a ponerlo en duda?) mayor auge de la izquierda en América Latina, mayor decepción ante los probables galimatías del Departamento de Estado. Para Honduras cabe aguardar la radicalización de un importante sector de la población, la posibilidad de triunfo, en fin, de un futuro gobierno de izquierda, gobierno que, de no falsearse elecciones de manera tan burda como antes se despojó de su cargo a un Presidente, quién sabe si alcance a tomar posesión en el 2010.

Nuestros pueblos conocen bien el refrán: quien no desee ingerir un tímido caldo quizá no tenga otra alternativa que admitir tres enormes, enjundiosas y humeantes tazas.

Contra Cuba
Cubadebate Un jurado declaró hoy culpable al senador de Estados Unidos Bob Menéndez de los 16 cargos que enfrentó en el juicio federal por corrupción que sacó a la luz cómo el político “puso su p...
Lo último
La Columna
La Revista