Arthur González - El Heraldo cubano.- La política exterior norteamericana en relación a Cuba permanece encadena por los congresistas de origen cubano, los cuales todo lo condicionan y cuestionan a sus intereses personales, sentimentales y financieros.


Para nadie es secreto que desde hace 53 años los cubanos radicados en los EE.UU. que han hecho carrera política, viven de las continuas acusaciones a la Revolución cubana y del presupuesto millonario que aprueban las diferentes administraciones yanquis, en su frustrado intento por derrocarla.

Ninguna de las administraciones de los últimos 50 años puede dar un paso en el mejoramiento de las relaciones bilaterales con Cuba, sin que los congresistas de origen cubano den su consentimiento.

Ha sido tanto el poder de objetar, gracias al financiamiento que reciben anualmente y con el que “ayudan” a otros congresistas en sus campañas políticas, que vetan, cuestionan y acusan sin miramientos a cualquier funcionario norteamericano que intente un acercamiento o proponga un paso que ellos consideren en contra de sus ideas y propósitos, como fue recientemente el careo entre Ileana Ross-Lehtinen con la Secretaria de Estado Hilary Clinton, donde la primera la cuestionó públicamente por permitir los viajes con licencias a Cuba.

Ahora la factura se la quieren pasar a la candidata a ocuparse de América latina en el Departamento de Estado, Roberta Jacobson, al ser acusada por los senadores de origen cubano Robert Menéndez, demócrata, y Marco Rubio, republicano, de que las políticas de la administración de Barack Obama hacia Cuba le han permitido al gobierno cubano duplicar sus reservas de divisas en los últimos años, por permitir el envío de remesas familiares a la Isla.

Es tanto el odio de estos congresistas y su deseo de matar por hambre al pueblo cubano, que cualquier acto u acción que ellos interpreten como una mejoría para los cubanos es un suceso condenable.

Después tienen la desvergüenza de decir que contra Cuba lo único que existe es un embargo. Falso, todos sabemos que es una Guerra Económica para evitar la satisfacción de las necesidades del pueblo, tal y como está escrito en el Plan de Acción Encubierta del 18 de enero de 1962 firmada por el presidente J.F. Kennedy.

A Cuba estos señores la quieren ver aplastada, aunque para lograrlo tengan que imponerle cadenas a la política exterior del gobierno estadounidense.

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