Miguel Fernández, periodista cubano residente en Miami -. Cubainformación.- Hace 32 años, el emigrado cubano Eulalio José Negrín Santos cayó asesinado en las calles de New Jersey, por el único delito de amar a su entrañable isla. Ni siquiera la presencia de su hijo de 12 años, quien le acompañaba en el momento del crimen, evitó que el asesino descargara la muerte con rabia. El exilio “intransigente” cobraba una nueva víctima en su cruzada de odio.


Negrín abandonó Cuba en 1962, quizás corriendo tras los cantos de sirena que desde el Norte, anunciaban una vida mejor, pero pronto descubrió que más allá de las ideologías, la Patria se llevaba prendida del alma. Su negativa de vestir el uniforme del extranjero invasor durante la genocida guerra de Viet Nam, y la experiencia de ver como muchos de los que como él habían salido a un “exilio” sin nombre se amparan en el terrorismo más sádico contra su propia gente, se convirtieron en factores concientizadores de su futura vida.

Oriundo de la antigua zona matancera de Sabanilla del Encomendador, actual localidad de Juan Gualberto Gómez en el municipio Unión de Reyes, Negrín formó parte del primer grupo de la comunidad cubana emigrada, conocido como Grupo de los 75, que arribó a la Isla en diciembre de 1978 para abrir espacios de diálogo con las autoridades de su país de origen.

Un defensor inclaudicable de la reunificación familiar, combatió el cruel bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra Cuba y abogó por el sostenimiento de relaciones normales entre la isla caribeña y la nación norteña.
En una carta-testamento fechada el 15 de agosto de 1979, José Eulalio Negrín, denunció las amenazas de que era objeto. En marzo, la organización terrorista Omega 7 había efectuado ya un atentado dinamitero contra el local del Programa Cubano de New Jersey, fundado por él, y se afirma que había recibido otros mensajes de advertencia. “Por este medio, y hoy en vida, acuso al gobierno de los Estados Unidos de conspirar conjuntamente con elementos cubanos falsamente anticomunistas y mafiosos a nivel local, estatal y federal en contra de mi vida y del Programa Cubano de New Jersey”, denunciaba en aquella carta.

Como una premonición a lo que estaba por venir, en esta misma carta, Negrín otorgó poderes a sus familiares en Cuba y a las autoridades cubanas para disponer de sus pertenencias personales y para que en caso de asesinato, accidente o sabotaje, su cuerpo fuera trasladado a la República de Cuba y enterrado junto a su padre en su tierra natal en la provincia de Matanzas. Su última voluntad fue cumplida y sus restos descansan en la tierra que nunca dejó de amar y defender.

El asesinato de Eulalio Negrín no fue un hecho aislado, y formó parte de una ola de ataques terroristas no solo contra Cuba, sino para frenar cualquier esfuerzo que buscase un acercamiento entre la Isla y sus emigrados.

Unos meses antes, el 28 de abril de 1979, en las calles de San Juan, Carlos Muñiz Varela, otro joven cubano exiliado, miembro de la brigada Venceremos y fundador de la agencia de viajes Varadero, en Puerto Rico, había sido baleado por pistoleros de la mafia anticubana desde un carro en marcha. Una voz anónima en la radio a nombre de un titulado Comando Cero había advertido que Muñiz era «el primero en caer en esta “conjura fidelista-americana”, pero no el último. Ahora tenemos 74 más que ejecutar».

La ola de terror organizada por los “valientes” exiliados intransigentes atrincherados en Miami provocó, entre otras acciones, la colocación de más de 11 artefactos dinamiteros en las oficinas de la revista Réplica, dirigida por Max Lesnik, y dos ataques incendiarios contra las oficinas de la agencia de viajes Marazul.

Estos pistoleros, agrupados en la criminal organización Omega 7, muchos de ellos disfrutando total impunidad en el Miami que los cobija, intentaron asesinar al embajador cubano ante la ONU Raúl Roa Kourí, masacraron al diplomático cubano Félix García en New York, atentaron con bombas contra la aerolínea Trans World en el aeropuerto John F. Kennedy, contra el Lincoln Center, la Embajada soviética ante la ONU, entre muchos lugares, y ultimaron a tiros al emigrado Ramón Donéstevez, quien estaba a favor de mejores relaciones entre la emigración y las autoridades de la Isla.

La lista de acciones terroristas ejecutadas por los “intransigentes” del exilio cubano de Miami contra los emigrados que jamás pretendieron romper con el cordón umbilical que los unía a su Patria es larga y cruenta, y aún hoy, sobrevive en las “cabezas calientes” de muchos de ellos que siguen pretendiendo ver correr la sangre de los que no se pliegan a sus designios.

Eulalio Negrín murió convencido de que el sacrificio no fue en vano. La emigración cubana quiere participar de los cambios que se producen en la isla y aportar su cuota de entrega para construir una Patria como la soñó Martí, “con todos, y para el bien de todos”, a pesar de los odios y las pesadillas de quienes siguen esperando saciar su sed de venganza contra su propio pueblo.

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