Alina M. Lotti - Cubahora.- Para ella octubre es un mes fatídico, pues aunque durante todos estos años ha vivido marcada por la pérdida física de su padre —Luis A. Morales Viego (Villito), integrante de la Comisión Técnica de Esgrima— , los recuerdos siempre le juegan una mala pasada en el décimo mes del año.


Margarita Morales, hija de mártir de Barbados: `He esperado justicia por años´

Luis A. Morales Viego tenía  45 años de edad al morir y actuaba como secretario de la Confederación Centroamericana y del Caribe de Esgrima. Fue ejemplo de atleta. Como árbitro internacional asistió a los Juegos Panamericanos de México, 1975, y a los Centroamericanos de Panamá, en 1970;  a las Universiadas de Moscú, en 1973, y a los Juegos Olímpicos de México, en 1968, y Munich, 1972.  Su título más alto fue el de campeón centroamericano en florete, individual y por equipo.

Alina M. Lotti - Cubahora.- Para ella octubre es un mes fatídico, pues aunque durante todos estos años ha vivido marcada por la pérdida física de su padre —Luis A. Morales Viego (Villito), integrante de la Comisión Técnica de Esgrima— , los recuerdos siempre le juegan una mala pasada en el décimo mes del año.

Ha transcurrido mucho tiempo desde aquel 6 de octubre de 1976, cuando una aeronave de Cubana de Aviación explotó en pleno vuelo en la isla caribeña de Barbados, donde perdieron la vida 73 personas inocentes. Sin embargo, Margarita Morales Fernández  registra en su memoria, con total nitidez, los acontecimientos que sucedieron luego del desastre.

Siempre ha dicho que es muy difícil olvidar y cuando alguien le habla del tema, irremediablemente, se le llenan los ojos de lágrimas. “Para mí el 6 de octubre es un día de luto, no es algo obligado, que deba hacerlo, es que me siento de esa manera. Mi papá era un ser especial, cariñoso, muy bueno, educado, preocupado por nosotras. Son inolvidables el momento de la noticia, y los instantes felices que disfrutamos a su lado. Sus hijas éramos lo más grande que tenía, y cuando regañaba nos poníamos muy tristes, porque casi nunca lo hacía.

“Yo tenía 14 años y estaba en un preuniversitario en el campo; mi hermana, un año más pequeña, estudiaba en la escuela vocacional Lenin. Serían las 10 de la noche cuando  mi mamá me fue a buscar con un compañero del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER).

“Me sorprendía que el hombre hablara, mientras ella no pronunciaba palabra alguna, estaba muy triste.  Él dijo que el avión donde venía mi papá había tenido un accidente, pero era necesario esperar. Después, cerca de las 12 de la noche, fuimos a buscar a mi hermana”.

“Mi papá tenía un cargo en la Confederación Centroamericana de Esgrima, viajaba constantemente, pero nunca esperé una noticia de ese tipo. Cuando llegamos a la casa ya estaban todos los vecinos. ¡Imagínate a esa hora de la madrugada ver a todos ahí! Sabíamos que había sucedido una cosa desagradable, y ya por la radio empezaban a anunciar el accidente, y no se esperaban sobrevivientes. Así estuvimos hasta mediados de octubre,  cuando se enterraron los pocos cadáveres hallados. ¡No te puedo explicar, todo era muy doloroso!”.

—  ¿Cuándo tuviste conciencia exacta de que había muerto?

—Desde que llegué a mi casa y vi a mi abuela materna. Mi papá era muy querido. Recuerdo ese día como si fuera hoy…, venían personas de toda Guanabacoa, los CDR y la FMC abrieron un libro de condolencias, y después nos lo entregaron. La gente lloraba y, aún sin conocernos, nos brindó apoyo.

“Para nosotras era muy duro, sentíamos la solidaridad, el aliento de los vecinos, pero sabíamos que no iba a regresar. La noticia había sido inesperada.  Éramos una familia muy pequeña, por eso quizás fuimos tan apegados.

“Fue de los primeros que practicó esgrima en Cuba, primero con un francés y luego con unos profesores checos que vinieron, al triunfo de la Revolución, a enseñar este deporte”.

Después,  ¿cómo llevaste la vida sin él?

—“Durante mucho tiempo tuve la sensación de que no estaba muerto. Incluso pensaba que estaba haciendo un trabajo y se había tenido que quedar en algún lado. Si dolorosa fue la noticia, más lo fue que cuando trajeron los restos el suyo no llegara.

“Yo cumplía 15 años en marzo de 1977, es decir, unos meses después del suceso, y no me los celebraron, estábamos muy tristes. Siempre he vivido con la sensación de pérdida, he sentido necesidad de mi papá, de su cariño. Ese 6 de octubre perdí parte de mi vida y nunca más he sido completamente feliz.  A pesar de todo, mi mamá se esforzó porque estudiáramos,  inclusive las dos nos graduamos con diploma de oro en la antigua Unión Soviética.

“Lo cierto es que no puedo olvidar,  a lo mejor por eso soy tan sentimental. Me causa dolor la palabra terrorismo. Y eso es a causa de esta experiencia que no deseo para otra persona. Es muy duro haberlo perdido de esa manera y tener que recordarlo a través de fotos. Yo tuve la suerte, por la edad que tenía, de haber vivido más tiempo a su lado. Otros hijos de las víctimas apenas conocieron a sus padres u a otros familiares.

“Según las investigaciones estuvieron cinco minutos bajo las llamas, y en esa incertidumbre cuántas cosas no habrá pensado, seguro sus últimos minutos nos los dedicó, éramos lo que él más quería”.

—Desgraciadamente, aún no se ha hecho justicia y Posada Carriles sigue en libertad…

—Por más sanciones que se le pongan a Posada Carriles, por más juicios que se le hagan, mi papá no va a recobrar su vida. Yo estoy convencida de que él no tiene sentimientos, porque es un asesino, por la manera en que se expresa y por los actos terroristas que ha cometido.  No tiene vergüenza.

“Posada acabó con la felicidad de 73  familias,  destruyó la estabilidad emocional de mucha gente. Y por eso debe ser juzgado, sancionado. Me siento mal cuando pienso que ese crimen puede quedar impune, porque eso significa olvidarnos del dolor de los que quedamos vivos.

“Yo he estado años esperando justicia. Y, a pesar de lo que me cuesta hablar del tema, lo voy a seguir haciendo porque para mí lo más importante es que ese crimen no se repita. Siempre recuerdo a las madres de los jóvenes esgrimistas, y ahora que tengo hijos imagino cuánto deben haber sufrido.

“Mi caso no es la historia triste de dos niñas que perdieron a su papá. No quiero que se vea así, sino como algo que pasó, y si no luchamos contra eso puede volver a ocurrir. Es importante que la  gente sienta el terrorismo como dolor, desgarramiento, pérdida”.

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