Enrique Bethencourt - La Tiradera.- Es difícil encontrar en el mundo un entorno urbano que haya retrocedido tanto en la última década. Pasando de ser un lugar de prosperidad y esperanza a una ciudad de desempleo y pobreza, en la que la gente huye masivamente en busca de una vida mejor que aquí se le niega. En este caso no vale disimular o tratar de ocultar la realidad por mayores o menores simpatías políticas. Se trata de datos objetivos, de fría realidad imposible de enmascarar.


El desempleo es una de las claves. Los datos oficiales señalan un paro del 18,1%. Pero las autoridades reconocen que la cifra está completamente maquillada y que alcanza en realidad un 50%. La mitad de la población no tiene empleo. Muchos carecen por completo de ingresos. Un enorme drama social comparable al de los países más empobrecidos del planeta.

La situación de la administración pública es simplemente caótica. Tanto que se puede decir, sin miedo a equivocarse, que la urbe se encuentra en situación de verdadera bancarrota, incapaz de asumir sus deudas ni de desarrollar sus obligaciones en infraestructuras o en funcionamiento de los servicios públicos esenciales, dejando desamparados a sus habitantes.

Éxodo

El éxodo poblacional ha sido una constante en los últimos años. Lo que ha significado que decenas de miles de viviendas, centenares de edificios estén vacíos, muertos. Una ciudad fantasma comienza a configurarse sobre las ruinas de la antaño urbe dinámica, viva, orgullo de sus habitantes y del conjunto del país, que atraía a gente del resto de ciudades y estados.

Los expertos disienten respecto a la deuda real de la ciudad. 20.000 millones de euros para algunos. Otros la elevan hasta los 30.000. Una deuda que ha arrasado con lo público pero también con numerosas empresas privadas que ni cobraron ni cobrarán y que han despedido a miles de personas.

Lo problemas se multiplican. La atmósfera se hace cada vez más irrespirable. La conflictividad social es incluso baja para la gravedad de las circunstancias que atraviesa la mayoría de la población, que en pocos años ha visto caer en picado sus parámetros de calidad de vida.

El desastre va en aumento mes a mes. Día a día. Ahora, destacan las numerosas víctimas de los cortes de agua. Miles de personas que por no poder hacer frente a los pagos, se quedan sin ese elemento sustancial para la vida –para hacer de comer, para lavarse, para limpiar su ropa y sus propios hogares- que es contar con agua corriente en sus viviendas.

Personas, familias, colegios o instituciones, con retraso de más de dos meses en el pago del recibo del agua, ven como se les corta el servicio en una muestra de absoluta falta de humanidad.

Se calcula que 30.000 hogares quedarán sin agua este verano. Tanto que activistas sociales, completamente desesperados por lo que está ocurriendo, han decidido pedir la ayuda de Naciones Unidas.

Todo lo que les cuento es verdad. Salvo un detalle. No es Caracas la ciudad afectada. Es Detroit, en Estados Unidos. Si fuera Caracas, la noticia abriría telediarios y sería eje de los debates radiofónicos y las tertulias televisivas. El periodismo, la información, también, se encuentran en estado ruinoso, en bancarrota total, hace mucho tiempo. Y no solo en Detroit.

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