Aurelio Pedroso - Progreso Semanal.- La ciudad capital, más otros sitios dispersos por la geografía insular en la que algunos cubanos rentan sus viviendas a extranjeros, se encuentran todos desde ya en sus máximas capacidades de alojamiento.


Hoy mismo hay muy pocas posibilidades para esos visitantes que, como electrones libres, buscan un techo criollo y no el de una instalación turística donde pasar Navidades y Año Nuevo con un agradable clima y un entorno social como para recordar.

Y ahora, como todos sabemos, con la buena nueva de que el tema con nuestros vecinos norteamericanos será de “Hand in hand, face to face”.

Si ya desde hace algún tiempo, y al calor del autoempleo, por ahí los hay que anuncian cursos intensivos de inglés en tres meses, no faltarán los que se precien de garantizar leer a Shakespeare en inglés antiguo en una semana o, al estilo de aquel Dale Carnegie, impartan cursos de “cómo entendérselas con un turista en 72 horas”.

Mal que pueda pesarle a algunos en el Ministerio del Turismo y en otras dependencias gubernamentales o quizás políticas, la modalidad de alojarse en la casa de un cubano no es tanto por el ahorro, sino por el placer de conocer y convivir con él porque si los hay que prefieren y exigen papel sanitario cinco estrellas, también los hay a quienes gustan los pregones callejeros que penetran como lanzas por una ventana y hasta ver cómo en la campiña ordeñan una vaca -o digamos que una chiva, para no exagerar.

Nada nuevo en esta industria llamada sin chimeneas, salvo la llegada inminente de una auténtica invasión gringa para la que el país no se encuentra aún totalmente preparado en infraestructura y así no alargamos mucho las dificultades o contrariedades que se pudieran presentar y que deberán encontrar muchas de ellas una solución a corto plazo.

Las cifras que se manejan de quienes han visitado la isla provenientes de EE.UU. en los últimos doce meses oscilan entre los 400 000 y 500 000. La que los expertos avisoran para el futuro es impresionante: de uno a cuatro millones anuales.

Ya se han visto estudios de dudosa procedencia, donde eruditos cubanos aseguran que hasta colapsarían las redes sanitarias, resultaría insuficiente la capacidad de almacenaje en frío para dar de comer a tanta gente y no existirían capacidades disponibles si los miles de yates o similares fondeados nada más que en Miami decidan atracar un fin de semana en la isla.

Con absoluta seguridad, las autoridades turísticas y las que no lo son, deben haber tomado nota de esto durante aquellos momentos en que era mero ejercicio de imaginación suponer la llegada del turista norteamericano. Y ya, como el famoso cuento, el lobo nos ha tocado a la puerta.

Comentaba un cubano jocoso, de esos que lleva consigo el humor hasta la funeraria o el cementerio, que Cuba es un país de bandazos, donde lo malo de hoy será bueno mañana y lo bueno de hoy, mañana es sanción carcelaria; que no estamos muy distantes del día en que por decreto oficial seamos convocados en “gesto patriótico y altruista” a alojar un gringo en cada casa disponible.

Relajo y choteo aparte, otros menos dados a las bromas sostienen que Cuba debería ser un país de servicios, con gran apuesta al turismo porque reúne en si todos los atractivos que dispersos se hallan en otras zonas del Caribe y que para ello debería fomentar una industria local que satisfaga en buena medida las demandas de tal industria acompañada de una agricultura próspera capaz de sustituir, por ejemplo, conservas que nos llegan hoy día refrigeradas desde Chile.

Cuba, damas y caballeros, acaba de aparecer en los mapas de los cruceros. No existía, pero ya han vuelto a mirar hacia ella y ahí estamos, aguardándolos, y no en pie de guerra.

El turismo organizado, ecológico, no destructivo del medio ambiente, como plato fuerte, sin obviar otros renglones de probada eficacia que por sus resultados económicos –la biotecnología, industria farmacéutica y otras–, brindan la prosperidad, el bienestar y las garantías de continuidad en la ofertas médicas y educativas completamente gratuitas, así como seguridad en política de pensiones y jubilaciones decorosas.

Esperemos con los brazos abiertos y preparémonos para esa llegada casi inminente de tamaña multitud, máxime cuando desde aquí y en otras tribunas internacionales le hemos reprochado varias veces al imperio que no les permitía a sus ciudadanos visitar nuestra bella geografía, donde radica el mayor activo más allá de las playas, ciudades coloniales, montañismo, historia, seguridad y hasta cultura: el carácter del cubano que tiene un alto valor. Y no confundamos valor con precio, como sentenciara el poeta Antonio Machado.

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