Con Filo.- Eduardo Galeano le llamó “democracímetro” a esa tecnología política occidental que insiste en tildar de más o menos democrático a gobiernos incómodos para Estados Unidos, en tanto estos se asemejen a su “modelo ideal”. Pero no es solo Estados Unidos quien se arroga la potestad de decir qué país vive en democracia… y qué país no. Europa también da lecciones para que nosotros, pequeñas y frágiles excolonias, podamos aspirar a un modelo político legítimo y honorable. De demócratas, "ejemplos" del diálogo y la cultura del intercambio respetuoso, estaremos hablando hoy.


De democracia, cumbres y poder: La política exterior de la Casa Blanca de Trump a Biden

Dalia González Delgado

Cubadebate

“Cumbre para la reconstrucción del liderazgo estadounidense” podría ser el nombre de la “Cumbre para la Democracia” que convocó el presidente Joe Biden para los días 9 y 10 de diciembre. En un escenario de transición y un nuevo contexto geopolítico, la política exterior de la Casa Blanca parece dar patadas de ahogado e ignorar una crisis de hegemonía tan real como indetenible. 

Desde la derrota en Afganistán hasta transformaciones en el escenario latinoamericano, pasando por la consolidación de China como potencia global y la pandemia de COVID-19, Biden ha tenido que enfrentar numerosos desafíos al frente de un país que busca preservar a toda costa su posición en el sistema   internacional. 

“America is back” (Estados Unidos está de vuelta), dijo a comienzos de este año, en uno de sus primeros discursos como presidente. “La diplomacia está de vuelta en el centro de nuestra política exterior”. También aseguró que Estados Unidos repararía sus alianzas y se “comprometería” con el mundo. 

Esas promesas eran consistentes con lo que había sido su campaña electoral, y aquella imagen de Anti-Trump con la que se presentó a los estadounidenses y al mundo. En un artículo publicado en 2020 –en plena competencia por la Casa Blanca– en la revista Foreign Affairs, Biden escribió que Trump había disminuido la credibilidad e influencia de Estados Unidos, y su misión era reparar el daño para hacer que su país “liderara al mundo una vez más”. 

Esa frase ambigua, en línea con la política exterior tradicional estadounidense, puede ser interpretada de muchas maneras. Pero en la práctica, ¿cuánto ha transformado Biden el legado de Trump?

Como he venido explicando en comentarios anteriores en este espacio, Estados Unidos vive una crisis política profunda que trasciende el cambio de presidente. La permanencia de la crisis sanitaria, el asalto al Capitolio el 6 de enero, el aumento del extremismo ideológico y la violencia política, el crecimiento sostenido de la desigualdad y la polarización, el racismo sistémico, la desconfianza en su sistema electoral y la corrupción en ese ámbito, son algunas de las señales. 

Todo eso puede ser leído como una quiebra del modelo de democracia liberal estadounidense, que ya de por sí encierra las limitaciones propias del predominio de las élites. Al mismo tiempo, hay sectores entre las élites que no aceptan la decadencia relativa de Estados Unidos y afirman que sus problemas y fracasos son resultado de presidentes débiles. 

Todo lo anterior afecta el diseño y la implementación de la política exterior, si entendemos que se trata de una política pública que como tal está condicionada por ciertas dinámicas internas.

Hay que añadir aquí los mecanismos de funcionamiento del sistema de gobierno, y la interrelación de la Casa Blanca con el Congreso y las Cortes Federales. Todo ello, además, en un escenario mundial cambiante, donde Estados Unidos dejó de ser la única voz líder, aunque esa idea no niega su poderío militar y económico. 

De hecho, ese poderío les permite sostener una política de sanciones contra otros países. Esa forma de castigo a naciones soberanas es uno de los principales puntos de continuidad con respecto a la administración de Donald Trump. En Cuba lo sabemos, como lo saben venezolanos, rusos, iraníes, y otros que Washington percibe  como rivales. 

Aunque parezca a primera vista contradictorio, algunos autores señalan que esas medidas coercitivas unilaterales son un síntoma de la pérdida de hegemonía estadounidense.

Si la entendemos en términos Gramscianos, como dominación más consenso, es evidente que Estados Unidos perdió la capacidad de cooptación que tenía en décadas anteriores. Por eso, su necesidad de emplear otros mecanismos de presión, que si bien no logran sus objetivos en la mayoría de los casos, sí afectan a millones de personas. 

Y aquí quiero añadir un punto clave. La pérdida de hegemonía de Estados Unidos junto a la emergencia de otras potencias, no significa necesariamente que el mundo vaya a convertirse automáticamente en un lugar mejor. De hecho, el multipolarismo puede aumentar los conflictos, en dependencia de cómo cada potencia interprete cuál debe ser su lugar en el concierto de naciones. 

Tomando en cuenta todo lo anterior, la Cumbre para la Democracia puede ser interpretada como un intento por reconstruir alianzas y renovar el liderazgo perdido, y al mismo tiempo enmascarar las múltiples crisis a las cuales se enfrenta Biden. 

Incluso la pandemia de COVID-19 dio a Estados Unidos una oportunidad para “destacarse” como el líder del mundo que pretende ser. Pero el resultado es que ni siquiera han logrado contener la transmisión dentro de sus fronteras, mucho menos contribuir activamente a su disminución en el mundo. Países que ellos perciben como rivales, como China, Cuba o Rusia, han hecho más que Estados Unidos por la contención de la enfermedad a nivel global. 

Por eso, los temas de la Cumbre no son la pandemia, las vacunas o las desigualdades en el acceso a sistemas de salud de calidad, sino la “democracia”, los “derechos humanos” y la “lucha contra la corrupción”.  Aunque no son asuntos sobre los cuales Biden pueda dar lecciones, están más a tono con lo que ha sido su discurso como candidato y presidente.  

Uno de los aspectos más cuestionados ha sido la lista de invitados. Guaidó pero no Venezuela, Taiwán y no China, tampoco Rusia, Cuba, Bolivia, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala. A la cita, que se realizará de forma virtual, asistirán apenas un centenar de países. ¿Significa que el resto no son “democráticos” según los estándares de Washington? 

Desde muy temprano en su historia Estados Unidos dio señales claras de aspiraciones de expansión territorial y dominación regional y global. Y eso ha sido su política exterior: la búsqueda, construcción y mantenimiento de la hegemonía mundial, que es parte indisoluble de su proyecto nacional y de la manera en la cual los estadounidenses se ven a sí mismos. “Líderes del mundo libre”, si estuviéramos en una película hollywoodense. 

Si pensamos las cosas desde esa perspectiva entenderemos mejor, por ejemplo, las relaciones con Cuba. El conflicto desatado a partir de 1959 tiene raíces profundas que tienen que ver con contradicciones antagónicas entre dos proyectos nacionales: uno imperialista, de dominación global, por parte de Estados Unidos, y uno de soberanía, por parte de Cuba. 

Podría haber mejores relaciones que las que tenemos ahora mismo; de hecho, hemos pasado por diferentes etapas con momentos de mayor o menor agudización del conflicto, y la historia ha demostrado que es posible el diálogo y la cooperación en temas de interés común, pero hay cosas que nunca van a cambiar en tanto ambos países defiendan sus respectivos proyectos de nación. 

Ese análisis es válido para cualquier país que busque un camino de soberanía frente a Estados Unidos, más aún si se encuentra geográficamente ubicado en América Latina y el Caribe, como Venezuela o Nicaragua en el contexto actual. Ese proyecto de dominación choca también con la emergencia de otras potencias, como China, Rusia y otros actores regionales. 

Así, la llamada Cumbre para la Democracia hay que interpretarla como parte del diseño de una política exterior que se enfrenta a una crisis de hegemonía, y busca reconstruir el liderazgo estadounidense con elementos de cambio y continuidad con respecto a la administración anterior. 

 

La democracia en Estados Unidos se ha alienado y degenerado, apunta cancillería china

Cubadebate

 

El Ministerio de Relaciones Exteriores de China publicó el pasado domingo un informe en su sitio web titulado “El estado de la democracia en Estados Unidos”.

Basado en hechos y opiniones de expertos, el documento tiene como objetivo exponer las deficiencias y el abuso de la democracia en Estados Unidos, así como el daño de exportar dicho modelo.

El texto señala la esperanza de que Estados Unidos mejore su propio sistema y prácticas de democracia y cambie su forma de interactuar con otros países.

Además del preámbulo y la conclusión, el informe incluye dos partes tituladas “¿Qué es la democracia?” y “La alienación y tres males de la democracia en Estados Unidos”.

La democracia constituye un valor común compartido por toda la humanidad. La misma resulta un derecho para todas las naciones y no una prerrogativa reservada a unos pocos países, de acuerdo con el informe, tras señalar que la democracia toma diferentes formas y no existe un único modelo para todos.

El informe señala que sería totalmente antidemocrático medir los diversos sistemas políticos del mundo con un solo criterio o examinar diferentes civilizaciones políticas desde una perspectiva única.

El sistema político de un país debe ser decidido de forma independiente por su propio pueblo, indica el documento.

Desde una perspectiva histórica, añade, el desarrollo de la democracia en Estados Unidos fue un paso adelante. El sistema de partidos políticos, el sistema representativo, una persona un voto y la separación de poderes negaron y reformaron la autocracia feudal de Europa.

Sin embargo, a lo largo de los años, la democracia en Estados Unidos se ha alienado y degenerado, desviándose cada vez más de la esencia de la democracia y su diseño original, apunta el informe.

El informe aborda la alienación y los malestares de la democracia en Estados Unidos a partir de tres aspectos: un sistema plagado de problemas profundamente arraigados, las prácticas desordenadas y caóticas de la democracia y las desastrosas consecuencias de la exportación estadounidense de su modalidad democrática.

El documento señala que la prioridad para Estados Unidos debería ser trabajar con toda seriedad para garantizar los derechos democráticos de su pueblo y mejorar su sistema de democracia, en lugar de poner demasiado énfasis en los procedimientos y el formalismo de la democracia a expensas de la sustancia y el resultado de la misma.

Otro asunto imperativo para los Estados Unidos es asumir mayores responsabilidades internacionales y brindar más bienes públicos al mundo en lugar de buscar siempre imponer su propia modalidad de democracia a los demás, dividir el mundo en diferentes campos utilizando sus propios valores como instrumento o imponer intervenciones, subversiones e invasiones en otros países con el pretexto de promover la democracia, agrega el documento.

La comunidad internacional se enfrenta ahora a desafíos apremiantes a nivel global como la pandemia de COVID-19, la desaceleración económica y el reto de la crisis del cambio climático, resalta.

Este escenario, precisa el documento, reclama que todos los países superen las diferencias en sus regímenes, rechacen la mentalidad del juego de suma cero y persigan un multilateralismo genuino.

Todos los países deben defender la paz, el desarrollo, la equidad, la justicia, la democracia y la libertad, que son valores comunes de la humanidad, según el informe.

De acuerdo con el texto, resulta también importante que todos los países se respeten mutuamente, trabajen para ampliar los puntos de coincidencia poniendo de lado las diferencias, promuevan la cooperación de beneficios mutuos y construyan conjuntamente una comunidad de futuro compartido por la humanidad.

(Con información de Revista política y poder)

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