Con Filo.- “(…) hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física, y así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, es incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana, y hacia ella exclusivamente, mientras que a la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno”. Así pensaba hace dos siglos el entonces secretario de Estado, luego presidente del naciente imperio estadounidense, John Quincy Adams. De esa teoría de la “fruta madura” y de sus reverberaciones hacia el presente hablaremos hoy.


Cuba, la «fruta» que no cree en leyes de gravitación política

A pesar de todos los esfuerzos, no pudieron norteamericanizarnos, y en 1959 una Revolución triunfante barrió la ignominia del país y abrió las alas de la Isla que remontó el vuelo hacia su destino como país libre y soberano

Raúl Antonio Capote

Granma

John Quincy Adams, diplomático y político estadounidense, quien llegó a ser el sexto presidente de Estados Unidos (1825-1829), tiene en su currículo, más allá de otras aventuras imperiales, un fallido «aporte» a las ciencias.

Adams formuló, el 28 de abril de 1823, hace 200 años, la teoría de «la fruta madura», según la cual Cuba, por su cercanía geográfica, debido a cierta ley de atracción, debía caer en manos de EE. UU.

«Pero hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física, y así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, es incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana», afirmó el político.

Meses después, definida la política hacia Cuba, el Gobierno estadounidense extendería, con la Doctrina Monroe, su estrategia para todo el continente.

Tener en el bolsillo del Tío Sam la llave de las Américas, abriría las puertas del Caribe y el resto de América al naciente imperio. Desde entonces, la política de los presidentes de EE. UU. ha sido diseñada para responder a ese objetivo geoestratégico.

Así se opusieron en 1826 a la propuesta del libertador Simón Bolívar, llevada al Congreso de Panamá, para independizar a Cuba de España e intentaron comprarla en 1848, 1853 y 1857, etc.

Al estallar la Guerra de los Diez Años, mientras México, Colombia, Bolivia, Chile, Venezuela, y otras repúblicas latinoamericanas reconocían la beligerancia de los cubanos, Estados Unidos mantuvo no solo una actitud pasiva, sino hostil a la insurgencia.

Durante la Guerra del 95 impidieron que los patriotas cubanos residentes en aquel país ayudaran con hombres, armas y municiones a los que combatían en la Isla.

Cuando consideraron que la fruta estaba madura, intervinieron en nuestra guerra de independencia; la ayuda «fraternal» del norte finalizó con la ocupación militar, y al pueblo cubano se le arrebató la victoria por la que había peleado durante 30 largos años.

El «punto de no retorno» en el sentimiento antimperialista del pueblo de Cuba puede situarse a fines de febrero de 1901, cuando el gobernador militar Leonard Wood comunicó al presidente de la Asamblea Constituyente que, por instrucciones del Secretario de Guerra, Elihu Root, el pueblo de Cuba «debía desear» que en su Ley Fundamental se incorporasen ciertas prescripciones que mutilaban la soberanía.

En carta al presidente Theodore Roosevelt, el 28 de octubre de 1901, el gobernador Leonard Wood resumió la situación con estas palabras: «Poca o ninguna independencia le queda a Cuba, por supuesto, bajo la Enmienda Platt y lo único indicado ahora es buscar la anexión».

Washington, durante más de 50 años, controló la economía y la política e intentó hacernos pensar en inglés para subyugarnos. Pero Cuba había peleado por su independencia «con el brazo y el corazón de sus hijos». En lo más profundo del pueblo cubano, forjado con la sangre, el valor y el sacrificio, había nacido un sentimiento que no podría ser cambiado nunca más.

A pesar de todos los esfuerzos, no pudieron norteamericanizarnos, y en 1959 una Revolución triunfante barrió la ignominia del país y abrió las alas de la Isla que remontó el vuelo hacia su destino como país libre y soberano.

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