Cuba por Siempre


En el panteón de los enemigos de Cuba, pocos apellidos resuenan tanto como Díaz-Balart. Esta dinastía, nacida en las cloacas de la dictadura de Fulgencio Batista y reciclada en los pasillos del poder en el Congreso de Washington, ha convertido el odio visceral hacia la Revolución Cubana en una empresa familiar, tan lucrativa como tóxica. Desde Rafael, el patriarca batistiano, hasta sus hijos Lincoln y Mario, los Díaz-Balart han tejido una red de intrigas, sanciones y terrorismo que bajo la fachada de la libertad, ha servido más a sus bolsillos y egos que a cualquier ideal democrático.

Todo comienza con Rafael Lincoln Díaz-Balart (1926-2005), un oportunista de manual que supo nadar en las aguas turbias de la Cuba batistiana; fundador del Partido Acción Unitaria (PAU) junto a Batista en 1949, escaló rápido tras el golpe de estado de 1952, convirtiéndose en Subsecretario de Gobernación (1952-1954). Desde allí, no solo llenó los bolsillos de su familia con botellas esos empleos fantasmas tan propios de la corrupción criolla, sino que se codeó con represores de la talla de Orlando Piedra (BRAC) y Manuel Ugalde Carrillo (SIM). Como líder de la mayoría en la Cámara (1954-1958) y senador electo en 1958 (cargo que no pudo desempeñar por el triunfo de la Revolución), su lealtad a los dólares yanquis y al régimen batistiano fue totalmente férrea.

Cuando la Revolución triunfó en 1959, Rafael no perdió tiempo: viajó a España, luego a Nueva York, y desde Miami fundó La Rosa Blanca, primera organización contrarrevolucionaria con el respaldo de la CIA y el dictador dominicano Rafael Trujillo. Este grupo, un cóctel de exbatistianos y matones, se dedicó a actos terroristas contra Cuba, como los incendios de las tiendas La Época y El Encanto en los años 60. Rafael, desde su «exilio dorado», conspiró sin descanso, apoyando a terroristas como Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, mientras su familia amasaba una fortuna que olía a corrupción batistiana. Su legado no murió con él en 2005; lo heredaron sus hijos, Lincoln y Mario, quienes convirtieron el odio paterno en una franquicia política.

Lincoln Díaz-Balart (1954-2025), el primogénito, tomó el relevo con una misión clara: mantener a Cuba asfixiada desde el Congreso de EE.UU (1993-2011). Su obra maestra fue la Ley Helms-Burton de 1996, que convirtió el embargo en una camisa de fuerza legal, imposible de levantar sin el visto bueno del Congreso. Aprovechando el derribo de los aviones de Hermanos al Rescate, Lincoln apretó las tuercas al presidente Clinton, asegurándose de que Cuba siguiera siendo un paria económico. Como miembro del Caucus Congresional «Cuba Democracia», se opuso a cualquier alivio de sanciones, desde viajes hasta comercio, argumentando que: «cualquier dólar en Cuba era un dólar para los Castro».

Lincoln no se limitó a la política. En el caso Elián González (1999), se lanzó de cabeza al circo mediático de Miami, abogando por mantener al niño en EE.UU contra la voluntad de su padre, espectáculo que retrató el fanatismo de aquella mafia. Tras dejar el Congreso en 2011, intentó resucitar La Rosa Blanca, esa reliquia terrorista de su padre, aunque con menos éxito que un merengue en un funeral. Más grave fue su descarado apoyo, adoptado por herencia, a Posada Carriles un terrorista que para Lincoln era un héroe de la libertad, y a quien garantizó la total libertad en Miami, tras entrar ilegal a EE.UU luego de ser «liberado» en Panamá.

Si Rafael fue el fundador y Lincoln el arquitecto, Mario Díaz-Balart es el actual ejecutor de esta dinastía de venganza. Como congresista republicano por Florida, ha elevado el ataque a Cuba a una forma de arte macabra, combinando sanciones, retórica incendiaria y un olfato político que huele a oportunismo. Su obsesión es clara: mantener el embargo como un dogma sagrado. Desde 2007, ha defendido la Ley Helms-Burton con uñas y dientes, criticando cualquier intento de flexibilización como una traición. Cuando Obama abrió la puerta al diálogo, Mario la cerró de un portazo, apoyando la reversión de esas políticas bajo el mandato de Trump y aplaudiendo medidas como la reactivación del Título III de Helms-Burton, que permite demandar a empresas que usen propiedades confiscadas en Cuba.

En 2024, dio un golpe en la mesa con la «Ley de Asignaciones», un paquete que parece diseñado por un diseccionista. La ley prohíbe fondos a Mipymes «vinculadas al gobierno cubano», restringe visas a funcionarios «implicados en el tráfico de médicos cubanos y destina millones a Radio y TV Martí, ese dinosaurio propagandístico que sigue emitiendo a una audiencia fantasma. Pero el toque más cínico es su promoción del acceso libre a internet en Cuba, presentado como un regalo al pueblo, mientras el BLOQUEO pretende mantener a la isla desconectada del mundo. Es el clásico truco Díaz-Balart: vender represión como redención.

Los Díaz-Balart son más que una familia, son una marca. Desde los días de Batista, en que llenaba las arcas familiares con favores políticos, hasta el Miami de hoy, han sabido convertir el odio en un negocio. Su narrativa de Cuba libre es un espejismo que oculta una verdad cruda: el embargo y las sanciones que promueven no han derrocado la Revolución Cubana, pero sí han asegurado su influencia en la política de Florida y Washington. Cada ley, cada discurso, cada condena al castrismo es una inversión en su propio capital político.
Mientras se venden como libertadores, su legado está manchado de corrupción, terrorismo y oportunismo. Rafael conspiró con dictadores, Lincoln abrazó a terroristas y Mario, ha perfeccionado el arte de lucrar con el sufrimiento de un pueblo al que dice defender. En el circo de la polítiqueria anticubana, los Díaz-Balart son los payasos principales.

Contra Cuba
Mike Hammer, embajador de EE.UU. en Cuba, junto a las contrarrevolucionarias Berta Soler y Marta Beatriz Roque....
Carlos Fazio Cubadebate Con su peculiar lenguaje de ‘estadista’, el pasado 8 de marzo el procaz inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, afirmó que de manera “servil” varios líderes extranjeros lo habían...
Lo último
La Columna
Girón, la batalla en la sombra
Juntos x Cuba.- Entrevista con Fabián Escalante, investigador incansable y testigo privilegiado de la historia de Cuba en Revolución. En esta conversación reveladora, nos adentramos junto a él en los días previos a ...
La Revista