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Randy Alonso Falcón

Cubadebate

Al actual Encargado de Negocios de los Estados Unidos en Cuba le han impuesto una tarea que no es compatible con la investidura oficial que ostenta. Su propia experiencia, con un largo currículo en el oficio diplomático, le permite comprender que lo que le han encomendado para su desempeño es una empresa detestable.

La misión de un agente diplomático acreditado en cualquier país es asunto serio, pues encarna la representación de su propio país y su gobierno ante aquel que tiene la cortesía de recibirlo, de permitirle permanecer y desempeñar sus funciones. Como todo visitante en un destino que no es el suyo, se supone que su conducta sea ética y su comportamiento respetuoso.

Parece que esas normas elementales de decencia no se orientan a los diplomáticos de los Estados Unidos, como cuando no se educa bien a un niño en su hogar de crianza.

Para homogeneizar las expectativas de cada gobierno conforme a patrones culturales, morales e ideológicos, que varían de país en país, la comunidad internacional se tomó el trabajo de redactar, negociar y aprobar la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961, instrumento internacional que rige y orienta el comportamiento de los agentes diplomáticos y sus oficinas, y también los deberes y derechos del país receptor. Sus artículos son fáciles de comprender y no resulta difícil cumplir con ellos si se tiene la debida educación y la genuina intención.

Sin embargo, es evidente que ni siquiera este instrumento logra adecentar la conducta de los diplomáticos de los Estados Unidos en diversas partes del mundo, y varios de los que han transitado por Cuba son claros ejemplos de ello.

No es posible que el Encargado de Negocios ignore el desagrado que su actuar genera en esta sociedad -con el cual pierde toda posibilidad de respeto y consideración-, y que la tolerancia de la que cree disfrutar solo se explica por la sólida garantía de que no avanza un ápice en sus propósitos de ser agente y promotor subversivo en este país.

Pero su comportamiento entraña otra cara menos perceptible. Son varios los cubanos que ya han compartido la queja de que este individuo los incita actuar contra el Estado y las autoridades, a convertirse en críticos de las políticas oficiales y en generadores de inconformidad. Entre ellos hay académicos, economistas, emprendedores privados, líderes fraternales y otros que, con independencia de cómo piensen y se manifiesten, sienten lógica preocupación ante las sugerencias del funcionario de un gobierno extranjero cuya política oficial es abiertamente agresiva contra Cuba.

El Encargado de Negocios, como todo funcionario extranjero, está obligado a respetar las leyes cubanas, pero disfruta de inmunidad diplomática, que lo exime de tener que enfrentar personalmente la actuación de las autoridades en cumplimiento y aplicación de la ley. Sin embargo, los ciudadanos a los que él incita no gozan de ese privilegio, menos aun cuando él mismo acompaña sus incitaciones con promesas de retribución material, financiera o de otra índole, y cuando ésta se ejecuta de manera directa o indirecta.

Los cubanos comprenden que ellos sí están obligados a enfrentar la ley, en especial cuando se actúa contra la Patria al servicio una potencia extranjera, que no esconde sus propósitos agresivos y arrastra una extensa y sucia trayectoria que ha costado la vida de miles de cubanos y sometido al pueblo a una guerra económica sin cuartel.

Se conoce que la Cancillería cubana le ha llamado la atención al Encargado de Negocios más de una vez por su conducta irrespetuosa y contraria a las normas del derecho internacional. Se le ha alertado sobre el rumbo negativo e inútil que le han orientado seguir para su desempeño en Cuba, al servicio de estrechos intereses de políticos anticubanos, seguramente muy distantes de lo que el pueblo de los Estados Unidos esperaría de quienes asumen la importante tarea de representarlo en el servicio diplomático.

También le han advertido sobre el acto oportunista de incitar a cubanos a actuar contra su país, mientras él se escuda tras el parapeto de la inmunidad diplomática.

Para un observador común, ajeno a responsabilidades oficiales, queda claro que este funcionario no conoce Cuba, no comprende a nuestro pueblo y no tiene el más mínimo sentido de lo que aquí es tolerable y lo que no lo es. Nadie le explicó a tiempo que la experiencia acumulada de muchos años de lucha frontal contra la agresión imperialista nos permite observar con firmeza y paciencia su actuación majadera e injerencista, sólo hasta que se le llene la copa a los cubanos.

Vea además:

http://www.cubadebate.cu/especiales/2024/12/30/que-pretende-el-nuevo-jefe-de-mision-en-la-embajada-de-estados-unidos-en-cuba/

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