Dora Pérez Sáez - Juventud Rebelde.- «Robertico es un niño como la mayoría de los muchachos cubanos: despierto, inquieto y juguetón en sus diez años de edad. Pero él “tiene sus leyes”», asegura Madelaine García, su joven mamá.

«A los hijos hay que guiarlos, educarlos y cuando se comportan mal, regañarlos… aunque con Robertico la situación es difícil, pues él sabe defenderse muy bien.

Hace unos días le pedí que fuera a buscar el pan, y me contestó: “Mamá, a esta hora yo estoy viendo los muñequitos”. Y era cierto, empezaba la tanda infantil.


«Le dije: “Tú mamá está apurada, haciendo la comida”. Y me contestó: “Lo siento, ahora voy a ver los muñe, y si da tiempo antes de que cierren, voy y te traigo el pan”. Y no solo él es así; conozco a otros muchachos que también “se las traen”.

«Apoyo la Convención de los Derechos del Niño, pero estoy segura de que a los cubanos a veces se nos va la mano».

La afirmación de Madelaine la comprobó JR al conversar con pioneros de diversas edades que residen en el capitalino municipio de La Habana del Este, quienes dominan los aspectos esenciales de la Convención y conocen sus derechos, y también sus deberes.

«En Cuba se reconocen nuestros derechos. Aquí somos lo principal. La salud y la educación son gratuitas. Además, nuestra familia nos cuida y tenemos la seguridad de que el Gobierno nos atenderá si ocurre una catástrofe», explicó Claudia Medina Arencibia, alumna de noveno grado de la Secundaria Básica 7 de noviembre.

«El primer deber y derecho es estudiar», aseguró Jennedith Aldana, quien cursa el noveno grado en la escuela 26 de julio. «También, informarnos de lo que pasa en el país y en el resto del mundo, recibir una educación sexual adecuada y expresar nuestros sentimientos, porque somos escuchados».

José Alejandro Pérez Núñez, alumno de sexto grado de la escuela Panchito Gómez Toro, afirmó que es muy bueno tener una organización que los agrupe a todos, como la de Pioneros José Martí, en la que los niños cubanos hacen realidad sus expectativas.

«La OPJM nos brinda la posibilidad de participar en muchas actividades culturales y deportivas, y también en concursos de conocimientos.

«Y lo más importante —expresó Claudia— es que tenemos derecho a elegir y ser elegidos en todos los procesos pioneriles, y en los consejos de dirección de las escuelas se escuchan nuestras opiniones, y se toman decisiones que en otros países solo serían asunto de adultos».

«También practicamos deportes —añadió el pequeño Abdel Alfonso Viera, estudiante de cuarto grado de la escuela Nadiezhda Krúpskaia—. Estoy en el equipo de balonmano de mi escuela, y he participado en varias competencias».

«Y yo en un grupo de teatro —agregó    Jennedith—, porque tenemos actividades culturales, como festivales y concursos literarios, de artes plásticas y de ruedas de casino».

Trabajar con la infancia
En los 16 años que José Juan Ortiz lleva trabajando en la Oficina del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), nunca antes había conocido un país donde se pusiera tanto énfasis en hacer cumplir los derechos que establece la Convención sobre los Derechos del Niño.

«Cuba demuestra claramente que no hay que ser un país rico para garantizar esa norma, ni siquiera para pasarle por delante, o sea, para dar más protección y más desarrollo a la infancia. Ustedes confirman que si existe voluntad política, aparecen los recursos».

El representante de UNICEF en Cuba advierte con dolor cómo en estos momentos en que el mundo está sumergido en una crisis alimentaria, climática, energética y financiera, han aparecido 14 billones de dólares para salvar a los bancos.

«En un mes se encontró ese dinero, pero no hay ni la centésima parte de esa cifra para salvar a mil millones de personas que sufren desnutrición crónica, de los cuales cientos de millones son niños. Por eso lo que pide UNICEF es que haya voluntad política para ellos, como en Cuba».

—¿Qué importancia tuvo la promulgación de la Convención?

—Fue el comienzo de una nueva era en el trabajo en favor de la infancia. Antes podría estar respaldado de cierta manera por una visión caritativa, algo así como «pobrecitos los niños que sufren». Después de la Convención empezaron a ser considerados ciudadanos de pleno derecho, y por tanto hay que garantizárselos.

«Ese cambio en la visión sobre la infancia les otorga un componente fundamental: el derecho a participar. Antes se podía decir: “Hay que vacunar a los niños, porque si no se mueren”. Ahora debemos decir: “Hay que vacunar a los niños, porque tienen el derecho a la salud”».

—¿Puede decirse que la Convención es un nuevo soporte para la labor que ya desarrollaba UNICEF?

—Claro, porque el texto nos encarga para asistir a los gobiernos de todo el mundo en su aplicación. Es decir, somos colaboradores de los esfuerzos de los estados, pero la responsabilidad es de ellos.

—¿Cuántos derechos establece la Convención?

—Los derechos están tipificados de varias formas. Van creciendo, porque es una ley de mínimos. O sea, son derechos genéricos, y todo lo que pueda hacer el país por encima de ese mínimo, mejor.

«Por ejemplo, está el derecho a la educación, y hay países que dicen: “Aquí se garantiza, como mínimo, la educación primaria”. Hay otros, como Cuba, donde ese derecho es gratuito para todos los niveles, incluida la universidad».

Una isla nada convencional
El Estado cubano no esperó por la adopción de ningún tratado o cumbre internacional para consagrar su voluntad de proteger y garantizar los derechos de los niños.

Desde la década del 60 del pasado siglo entraron en vigor medidas, programas y una legislación que aseguraba que niños y adolescentes son titulares de los mismos derechos de que gozan todas las personas, más otros específicos derivados de su condición de personas que están creciendo.

Así expresó a este diario Ana Audivert, directora de Información y Divulgación Jurídica del Ministerio de Justicia, quien reveló que la aplicación de la Convención sobre los Derechos del Niño no está regida por un organismo en particular.

«Cuba firmó la Convención sobre los Derechos del Niño el 26 de enero de 1990, y la ratificó el 21 de agosto de 1991. El instrumento entró en vigor el 20 de septiembre de ese mismo año».

—¿Qué cambió en Cuba después de la Convención?

—Para Cuba fue bueno, nos indicó lo que habíamos hecho y lo que aún faltaba.  Nosotros ya contábamos con una serie de leyes que brindaban una protección especial a los menores. Desde la Ley de la Maternidad de la Trabajadora, de 1974; el Código de Familia, de 1975; o el propio  Código de la Niñez y la Juventud, de 1978, que se adelantó a la Convención en cuanto al tema de la participación del joven.

«A partir de 1991 ha habido que atemperar algunas de estas normas al principio del interés superior del niño presente en el texto de Naciones Unidas.

«Así, por ejemplo, en el año 2003 el Consejo de Estado aprobó el Decreto-Ley No.234, que respalda la responsabilidad de ambos padres en el cuidado de los hijos, o la Instrucción 187 de 2007 del Tribunal Supremo Popular, que establece que en aquellos procesos de naturaleza familiar, el menor debe ser oído por el tribunal que conoce del asunto, en un ambiente propicio.

«A ello habría que agregar otros programas surgidos en los últimos años, como los nacidos al calor de la Batalla de Ideas, que buscaban un mayor desarrollo de niños y adolescentes».

—Eso significa que los derechos de los niños no terminan con la Convención…

—Los postulados de la Convención obligan a los países a una protección integral, lo cual implica derechos en la justicia administrativa, y también sociales y económicos.

«La protección de la infancia ha de materializarse con certeza jurídica; la ley ha de ser reguladora de la convivencia social. Y la familia, la escuela y la comunidad han de responder conscientes del papel que les toca desempeñar.

«Las leyes por sí mismas poco pueden hacer. Se requiere la concreta implementación de políticas públicas que garanticen la protección real de la infancia, programas específicos para quienes requieren protección especial, niveles de capacitación y una educación jurídica».

Los niños son lo primero
La Convención de los Derechos del Niño fue adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989. De los más de 190 países que integran la ONU, no la han ratificado solamente Somalia y Estados Unidos.

Fue el primer instrumento que incorporó toda la escala de derechos humanos internacionales, entre estos los derechos civiles, culturales, económicos, políticos y sociales. Su cumplimiento es obligatorio para los estados signatarios.

Sus principios rectores incluyen la no discriminación, la adhesión al interés superior del niño, el derecho a la vida, a la supervivencia y al desarrollo y a la participación.

Posee 54 artículos que exigen la prestación de recursos y aptitudes específicos necesarios para asegurar al máximo la supervivencia y el desarrollo de la infancia, además de la creación de mecanismos para proteger a los niños contra el abandono, la explotación y el maltrato.

Dispone que la persona menor de 18 años tiene, entre otros, el derecho a la vida, a ser inscripta, a tener un nombre y una nacionalidad; a la libertad de pensamiento, de religión y de asociación; al disfrute de la salud y la educación, al descanso, al juego y a actividades recreativas propias de su edad.

Dolor de uno, dolor de todos
Más allá de lo que hace el Estado cubano para garantizar que los pequeños disfruten de una infancia feliz, aún en algunos espacios del país sus derechos son vulnerados en el plano de las relaciones sociales y familiares.

A veces los padres aplican severos castigos que incluyen la agresión física al menor, y en el caso de los adolescentes, no son escuchados y se les imponen normas que desembocan en conductas rebeldes.

La presencia de menores en episodios de violencia familiar, la incitación o participación de estos en hechos delictivos y casos de niños víctimas de agresiones sexuales no están ajenos tampoco a las relaciones sociales en nuestro país.

Por ello se hace imprescindible el constante trabajo de organizaciones de masas como la Federación de Mujeres Cubanas y de los Trabajadores Sociales, entre otras instituciones que tienen entre sus objetivos velar porque todos disfruten de una niñez sana y alejada de la violencia.

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