La Jiribilla.- Con un tremendo fildeo de Navas, sacando la bola del hueco, para forzar a Enriquito Díaz en segunda base, no solo se coronaba campeón Santiago de Cuba, sino que finalizaba la 46ta. Serie Nacional de Béisbol. A poco más de un año de ocupar Cuba el segundo lugar en el Clásico Mundial —con lo cual quedó demostrada para los escépticos la clase de pelota que se juega en la Isla— una temporada de las mejores que se recuerdan sube más el techo al pasatiempo nacional. 


El primer gran logro fue la presencia de público, lo cual prueba la creciente rivalidad y amor a la camiseta mostrada por los peloteros. Se sabe que la población cubana es altamente especializada en béisbol y que no coge guagua (con las dificultades de transporte) si no espera un juego de altos kilates. En  la medida en que iba avanzando el torneo y apretándose para muchos equipos la clasificación, los estadios fueron repletándose hasta llegar al delirio de la postemporada en la que hubo multitudes sin poder entrar a las instalaciones. El segundo gran logro, y que conduce al primero, es la notable mejoría del pitcheo cubano. En un inicio llegué a achacárselo a la pelota con que se estaba jugando, al parecer  de menos bote que la utilizada en eventos internacionales, sin embargo, viendo la manera en que partieron esa misma bola toleteros como José Julio Ruiz o Alexander Mayeta en los play off, se puede corroborar que sí camina y esa gran mejoría del pitcheo radica en un trabajo profundo de muchos colectivos con la variedad de lanzamientos y la riqueza de pensamiento a la hora de subirse al box. Si bien todavía en el control hay que profundizar, es visible el trabajo monticular sobre lo bajo, en las esquinas, y en muchos casos quitándole y poniéndole a la velocidad con maestría. La cantidad de lechadas y lanzadores con promedios de carreras limpias por debajo de 3, incluso de  2 carreras limpias, cada nueve entradas fue notable. Se destacan junto a consagrados como Ciro Silvino Licea (1.15), Norge Luis Vera (1.92), o Pedro Luis Lazo (2.40), otros muy jóvenes o que empiezan a asentarse en un primer nivel como Jonder Martínez (1.40) del equipo Habana; Yunieski Maya (1,40) y Vladimir Baños (2.04), de Pinar del Río; Ángel Peña (1.45) e Ismel Jiménez (2.10), de Santi Spíritus; Elier Sánchez, de Camagüey (1.90); Rogelio Carrillo (1.96) y Juan Serrano (2.69), de Villa Clara y Arley Sánchez (2.01) y Frank Montieth (2.27), de Industriales, por mencionar solo algunos.  

Un tercer gran logro es el de peloteros que han obtenido en esta temporada la categoría de extraclases e ídolos ya nacionales, más que de su provincia, como Alexei Ramirez, de Pinar del Río; Alexander Mayeta y Yoandry Urgellés, de Industriales; Juan Carlos Linares, de La Habana; Dayan Viciedo, de Villa Clara; Isaac Martínez, de Ciego de Ávila; José Julio Ruiz, Luis Miguel Navas y Alexei Bell, de Santiago de Cuba; Roberqui Videaux y Giorvis Duvergel, de Guantánamo, que se suman a otros ya asentados en el estatus de grandes figuras como Osmany Urrutia, Michel Enríquez, Eduardo Paret. Yulieski Gurriel,  Frederic Cepeda y Ariel Pestano, por citar unos nombres.

Creo que hacer en estos momentos un team Cuba será crear otra gran polémica nacional como lo fueron los play off.  Un cuarto gran logro, fue el nivel de paridad con la subida de algunos equipos, si bien hay provincias que deben trabajar duro todavía. Sobresale el eterno gran cuarteto de grandes: Santiago de Cuba (gran campeón), Industriales (que se creció para colarse en la final y dar batalla a las avispas), Villa Clara (que le debe mucho, —aunque discrepe por algunos excesos— a la manera de sacarles el jugo a sus peloteros del director Víctor Mesa) y Pinar del Río, (que tras una campaña espectacular vino a morir en la orilla). Tras esos tradicionales colosos hay que mencionar a colectivos como La Habana, Santi Spíritus, Las Tunas y Camagüey que han crecido y tienen ya cualquiera de ellos para llegar más lejos; y otros equipos que, aun quedando fuera de la postemporada tienen mejorando algunos aspectos para meterse en la clasificación como Ciego de Ávila o Granma, por ejemplo.

Si el primer gran logro lo consideré la afluencia de público, el quinto gran logro —que resume todos los anteriores— ha sido el carácter de fiesta nacional realmente eufórica que nuestro pueblo le ha dado a la temporada; con un dramatismo-alegre creciente, en la medida en que fueron avanzando los play off. En esa finalísima no hubo otro tema que se acercara ni remotamente al interés en toda la Isla; yo salía por la calle con mi gorra industrialista  y lo mismo un niño que una señora, aun sin conocerme, me gritaba algo o se ponía a discutir conmigo. Aquí en la capital, las congas, los entierros, los que se han disfrazado de leones o avispas, los carteles en bodegas, cafeterías, edificios, lo mismo con chistes, que apoyando a uno u otro equipo, convirtieron al béisbol en verdaderos carnavales. Me imagino (algo me han contado mis amigos de allá) cómo ha sido en el oriente del país. Hay que destacar algo que ha echado por fin a andar y que espero que el próximo año coja cuerpo, que es la venta de pulóveres, afiches, banderines, gorras con los símbolos de los equipos. Así como las transmisiones televisivas que nos dejaron ver con lujos de detalles toda la etapa final. Todo esto le ha dado un sabor extra al fiestón que hemos vivido y que no se detiene, pues mientras haya béisbol Cuba estará en su olimpo, con sus peloteros y su fanaticada que hacen de este deporte una pasión enraizada en su más auténtica tradición cultural. Terminó el campeonato ¡Santiago Campeón!, que siga la conga de la pelota cubana.

 

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