Julieta García Ríos - Juventud Rebelde.- La niña advierte la entrada de la visitante. La observa y mirándole a los ojos la interroga. Lo hace con sus manos. Deja al descubierto los dedos índice y del medio de ambas manos, los cuales quedan unidos. Luego, con estos, hace toques perpendiculares. Un joven vestido de carmelita, estudiante de la especialidad de Lengua de Señas Cubanas, explica a la mujer que la pequeña quiere saber su nombre. Así, de manera cómplice, se comunican. Daylín es el nombre de la niña y Niurka es el de su maestra, lo ha dicho sin que se lo hayan preguntado.


Esto sucede en el aula de preparatoria de la escuela para sordos e hipoacúsicos René Vilches Valdés, donde se estudia hasta el sexto grado. Llegamos allí para conocer como transcurre un día en esta institución.


PUEDEN HABLAR
«A los tres años de edad el niño oyente tiene incorporado en su leguaje espontáneo un promedio de 2 500 a 3 000 palabras, mientras que los sordos a los seis han utilizado hasta mil vocablos».
El dato nos lo facilita Rita Simón Valdés, directora de la escuela y graduada de Enseñanza Especial en 1997: «La vía auditiva es muy importante no solo para recibir información, sino para el desarrollo del pensamiento, y para la formación de la personalidad».
«La lengua de señas es visual. Por eso no basta con hacer signos con las manos; es necesario expresarse también con el rostro y el cuerpo. Es algo que empíricamente hacemos los oyentes cuando queremos comunicarnos con alguien que no está cerca».
La especialista comenta que en el centro estudian 128 niños de Ciudad de La Habana aunque tiene una capacidad mayor, ya que en la actualidad existen menos casos de niños sordos e hipoacúsicos.
«Las principales causas que provocaron discapacidad en los niños que aquí estudian son el suministro de antibióticos ototóxicos durante el proceso de gestación o en los primeros meses de nacido el bebé —actualmente existen antibióticos de cuarta generación que no dañan el sistema auditivo—; las secuelas de la meningoencefalitis o los efectos colaterales que provocan los medicamentos ingeridos para combatir la enfermedad, y las de carácter hereditario, que afectan al 12 por ciento de los alumnos».
Ante la interrogante de cómo son los niños con esta discapacidad, Rita responde: «Se caracterizan por ser niños muy vivos y observadores, tanto que pueden parecer curiosos, porque necesitan observarlo todo para saber y entender el mundo. También son inquietos».
La maestra explica que la mayoría de estos niños anatómicamente están preparados para hablar. Es por esto que desde preescolar se les enseña a leer los labios y el lenguaje oral.
—¿Cómo se les puede regular la voz, ya que algunos hablan muy alto?
—Fundamentalmente mediante la vista, el tacto y con el apoyo de la tecnología. Ellos observan la posición articulatoria de cada sonido y luego la imitan. Otro de los mecanismos que emplean es tocar la cara, la nariz, el cuello para percibir las vibraciones. Primero tocan al maestro y luego a sí mismos para comprobar si lo están haciendo correctamente.
«Por último existen programas de video-voz o visual-voz con los cuales de manera computarizada ellos pueden observar los gráficos que genera el sonido de alguna letra o palabra, y así comparar los de sus maestros con el de ellos».


¿MUNDO DE SILENCIO?
«Nadie está preparado para enfrentar la discapacidad de su hijo. Es difícil recibir la noticia», asegura Carmen Rosa Fernández, madre de un niño sordo.
A los 16 meses de nacido, su hijo Sandor Manuel Zamora aún no hablaba; ni siquiera decía «papá» y «mamá».
Aquella tarde en que, muy cerca del niño, una amiga tocó fuerte a la puerta de la casa, y él no se volteó ante el sonido, la madre comprobó que algo andaba mal.
En el hospital pediátrico William Soler las investigaciones confirmaron que padecían de pérdida de audición. Un equipo multidisciplinario atendió al niño y orientó a la familia. Pocos meses después, Sandor asistió al círculo infantil para niños sordos e hipoacúsicos Año Internacional de la Mujer, en Alamar, reparto del capitalino municipio de La Habana del Este.
«Bienvenidos a nuestro mundo de silencio», decía el cartel a la entrada de la institución. Las palabras le resultaron chocantes a la madre. En el círculo, la familia recibió un curso para aprender la lengua de señas.
A los dos años de edad, las primeras palabras que aprendió el niño fueron «mamá» y «papá» y luego vendrían los colores. Pero lo que más sorprendía a los padres eran los razonamientos de Sandor. «Reconocía los colores y sabía ubicarlos en el espacio. Nos decía: “Verde como la hierba fresca, azul como el cielo y el mar...”».
«El niño aprenderá a leer y escribir, pero eso será con el tiempo», pensó Carmen cuando su hijo comenzó la Primaria en la escuela René Vilches. Afortunadamente estaba equivocada.
«Ahora Sandor tiene diez años de edad, cursa el cuarto grado y va a la par de los niños oyentes de su edad. A veces comparo sus libretas con las de los amiguitos del barrio y compruebo que están recibiendo los mismos contenidos. Desde luego, los sordos pasan más trabajo para aprender. El Español se les hace más difícil, aunque son muy hábiles para las Matemáticas», comenta Carmen.
La madre opina que los trabajadores de la escuela son sensibles y solidarios. Reconoce en especial la labor de los choferes, «héroes anónimos» de estas historias. Ellos son los primeros que reciben al niño cuando cada mañana los transportan hacia la escuela. «Hacen hasta lo imposible para que nada falle, pese al deteriorado parque de ómnibus escolares».


ABEL Y SUS AMIGOS
Durante el receso, Sandor nos presentó a su amigo Abel Alejandro Rodríguez. Su amistad viene desde que estaban en el círculo infantil. Ahora cursan el cuarto grado en la misma aula.
Abel nos dice: «Me gusta mucho la escuela porque aquí se aprende. El maestro siempre nos explica. En clases nunca está sentado. Trabajamos con la pantomima, las láminas, los dibujos... Disfruto leer poesía, cuentos e historietas. Tengo La Edad de Oro. Es muy lindo. En mi casa leo y cuando no conozco el significado de alguna palabra mi mamá me lo explica».
Conversamos con Abel mediante su maestro, Leonid Torres Hebra, quien hace de intérprete. El niño es comunicativo y se familiariza con el trabajo de los reporteros. Influenciados por él, otros de su aula nos dejan entrar en su mundo.
Lisandra Mendosa Govín: «Mi escuela es grande, limpia y muy linda. Aquí estudiamos mucho y aprendemos a desarrollarnos. Damos clases de Computación, Matemática, Español, Lectura labio-facial... Cuando los oyentes hablan despacio puedo entenderlos, pero casi siempre lo hacen muy rápido. Vivo en Guanabacoa y quiero ser peluquera, porque me gusta peinar. A los sordos nos alegra que las personas aprendan la lengua de señas; así pudiéramos comunicarnos».
Saraí Coello Valdés: «¿Qué pasa cuando me encuentro en la calle con otro sordo? Me siento contenta, puedo comunicarme bien y lo entiendo. Al momento nos hacemos amigos. La expresión que más me gusta es «lengua de señas», porque ese es nuestro idioma».
Emilio Reyes Ramírez: «Me gusta nadar, ir a la playa y jugar con el agua fría del mar. En la escuela nos llevan a visitar la Bahía de La Habana. Hacemos pantomimas para representar cómo cuidarla y también dibujos. A veces pinto la bahía sucia, llena de basura y petróleo, como se ve. Otras, la dibujo limpia, con las aguas azules, como quisiera que fuera».
Emilio vive en Santa María del Rosario, poblado del municipio de Cotorro. Cada mañana se levanta a las cinco para ir a la escuela. Es el primero en montar el ómnibus escolar y el último en regresar a casa.
Cuando todos se van, una solo puede pensar que en el mundo de estos niños no puede haber compasión; no puede haberla donde abunda el ingenio y se desborda la ternura.
Una red muy especial
El 4 de enero de 1962 se constituyó en el Ministerio de Educación el Departamento de Enseñanza Especial.
En el curso escolar 1977-1978 comenzó el perfeccionamiento en esta enseñanza, de la que forman parte 422 escuelas, entre ellas, las especializadas en la educación de niños con retraso mental, retardo en el desarrollo psíquico, trastornos de conducta y de comunicación.
También existen centros escolares para sordos e hipoacúsicos, ciegos y débiles visuales, sordo-ciegos, impedidos físico-motores y para la rehabilitación de asmáticos y diabéticos. Igualmente hay centros para niños autistas.
Esta última especialidad se incorporó a la enseñanza hace cinco años, cuando Fidel inauguró la escuela de niños autistas Dora Alonso, en la Ciudad Escolar Libertad, de la capital.
En Cuba, unos 46 520 niños estudian en la Enseñanza Especial, que incluye a los pequeños que permanecen hospitalizados durante largas temporadas. A estos sitios llegan los maestros. También a los hogares de otros que por determinadas patologías están obligados a permanecer en casa.
Las transformaciones de la Enseñanza General en los últimos años se extendieron a la Educación Especial, en la que los medios audiovisuales enriquecen el proceso de aprendizaje.

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