Eduardo Contreras - El Siglo.- En mi larga trayectoria de abogado me ha correspondido actuar en las más diversas esferas del Derecho y en distintas latitudes, ser parte en procesos de alto interés, y a mi profesión debo el honor de haber podido conocer y trabajar con distintas personalidades.

La más reciente, ese creador del arte que es Silvio Rodríguez, a la vez diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular de la muy hermana Cuba revolucionaria.


Curioso, pero a pesar de mis varios años de exiliado en La Habana y Santiago de Cuba, de haber estado como público en muchos de sus conciertos en los 70 y los 80, todavía no le conozco personalmente; sin embargo, como ha de sucederle a millones de latinoamericanos, la circunstancia de que durante años sus canciones hayan entrado a nuestros hogares y a nuestras conciencias nos hace sentir que lo conocemos desde siempre, que es un amigo y un compañero consecuente. Más todavía cuando recordamos cómo en dictadura circulaban secretamente de mano en mano los casettes o los viejos discos con las canciones de Silvio prodigando esperanzas, levantando ánimos, encendiendo luces.

Estuvo en Chile este año y apenas bajo del avión pidió hablar con la presidente Bachelet a la que planteó la necesidad de buscar los mecanismos institucionales para garantizar que la presencia en nuestro país de los artistas que nos visitan no quede regida sólo por las frías leyes del mercado sino que se haga posible que el pueblo trabajador pueda acceder también a las mejores manifestaciones de la cultura. No sé qué le contestaron pero sin duda fue una petición justa y habrá que insistir en que el Estado no sólo debe garantizar a su pueblo el derecho a la vida, a la salud, al trabajo, a la educación, a la previsión social, sino también a la cultura como un bien inherente a la persona humana por el propio hecho de serlo.

No le pareció prudente el alto costo de las entradas a sus presentaciones y escuchó atentamente a quienes protestaron por ello; había que dar una señal potente y la dio. La suspensión de su concierto en Talca, cuya responsabilidad asumió de inmediato, precipitó un reclamo judicial de algunas personas en su contra, de lo que naturalmente se hizo eco esa prensa trasnochada con tufillo anticomunista que tanto conocemos por acá. Pero la fuerza de los hechos, la normativa legal acerca de los derechos del consumidor y la buena disposición de los colegas del sur, crearon las condiciones para que finalmente el proceso judicial terminara en desistimiento de la denuncia y en avenimiento de las partes.

En paralelo y sin que fuera condicionante compensatoria de nada, Silvio puso a disposición de la comunidad su generosa oferta de un concierto gratuito el que ha empezado a organizarse. Una probabilidad es que ello suceda pronto, en noviembre, si el trovador cubano concurre a los actos de homenaje a nuestra inmortal Violeta.

Hoy, recuperada la equidad y la serenidad, pienso en lo paradojal que hubiera resultado condenar a Silvio a cualquier sanción por defender el derecho al acceso a la cultura. Como dijimos en su defensa, usando los términos legales, no se puede tratar de convertir en una suerte de “desproveedor” a un hombre que durante décadas ha sido precisamente uno de los grandes “proveedores” de fuerzas para el alma de millones de seres humanos. A este propósito he recordado – por cierto guardando proporciones y distancia de situaciones - que el año 1961 cuando Neruda de regreso de Cuba fue a visitar al gran Siqueiros procesado arbitrariamente en México, le dedicó al partir aquellos versos de “aquí te dejo, con la luz de enero, el corazón de Cuba libertada y Siqueiros, no olvides que te espero en mi patria volcánica y nevada. He visto tu pintura encarcelada que es como encarcelar la llamarada”.

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