A cuatro décadas de su desaparición física, el pensamiento del Che sobre la economía obliga a repensar cómo queremos el Socialismo del siglo XXI

Amaury E. del Valle - Juventud Rebelde.- Che fue el máximo impulsor del trabajo voluntario, el cual consideraba una demostración de una conciencia revolucionaria superior. Durante un trabajo voluntario en el Reparto Martí, entonces en construcción.

El Che es en gran parte, todavía hoy, un misterio por estudiar. Su vida está indisolublemente ligada a una obra intelectual, que, como él mismo confesara en una carta en febrero de 1964, a veces puede parecer algo «oscuro», precisamente porque en la mayoría de las ocasiones se hacía cuando «ya pasa la medianoche en mi reloj».


Sin embargo, leerla detenidamente es encontrar un sinfín de reflexiones, algunas signadas por el momento histórico que le tocó vivir, otras que guardan una vigencia pasmosamente real. Incluso no son pocas las que se adelantaron a acontecimientos que han marcado los últimos años, como el derrumbe de lo que llamó el «modelo soviético de socialismo».

Es el campo de la economía, después de la política nacional e internacional, o sus consideraciones sobre la lucha de liberación, uno de los más abordados por el Comandante Guevara

Pilares necesarios

El pensamiento económico del Che no es un acertijo indescifrable o un minotauro teórico imposible de vencer. Aún con su carácter inacabado, podría sintetizarse, como lo hizo él en su famoso ensayo El socialismo y el hombre en Cuba, en apenas una frase admonitoria que sigue siendo un desafío hoy: «Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo».

Y es que uno de los pilares de la concepción económica del Che fue precisamente la imbricación de una estructura donde primara más allá de la satisfacción de las necesidades de los seres humanos, la educación, para hacerlos sentir verdaderamente propietarios de los medios de producción y a su vez beneficiarios de estos.

Uno de los momentos fundamentales en este sentido fue la conocida polémica suscitada sobre la dirección de la naciente economía socialista en Cuba, entre 1963 y 1964. Esta, que empezó siendo sobre cuestiones meramente nacionales, se convirtió en determinado momento en un debate cuestionador del propio modelo económico instaurado en los entonces países socialistas.

Al respecto, el propio Che al alertar contra la «apologética ciega», criticaba a quienes pretendían transplantar experiencias ajenas a la realidad cubana al afirmar que «... la llamada ley del tránsito del socialismo al comunismo es mecánica y mojigata, es un intento de acomodar la realidad soviética a la teoría, desechando el análisis y los broncos problemas que se crearían si se tomara una vía realmente revolucionaria».

En ese sentido, el investigador Michael Löwy, en su trabajo «Ni calco ni copia: Che Guevara en búsqueda de un nuevo socialismo», asegura que, en contracorriente de la tendencia de su época de copiar el modelo soviético, las ideas del comandante guerrillero sobre la construcción del socialismo eran «una tentativa de “creación heroica” de algo nuevo, la búsqueda —interrumpida e inacabada— de un paradigma de socialismo distinto, y en muchos aspectos radicalmente opuesto a la caricatura burocrática “realmente existente”».

Algo similar opinan otros estudiosos del Che, y en especial del debate sobre la economía en Cuba entre 1963-64, quienes reconocen que en esta época existían evidentes tensiones y contradicciones entre los ideales preconizados por la Revolución Cubana, y los que en ese momento primaban en los altos dirigentes de la Unión Soviética. Se oponían entre sí los ideales internacionalistas de la Revolución Cubana socialista de liberación nacional, al sistema soviético y su ideología ya teorizada, que a pesar del esquematismo y la subordinación a los intereses de «el socialismo en un solo país», era sin embargo la fuerza mayor que en el mundo actuaba y hablaba en nombre del marxismo».

No por gusto el propio Che significó la «gran osadía» de cuestionarse no solo el modelo de socialismo existente, sino incluso el propio papel de la URSS en la arena internacional, criticado por él al considerar que muchas veces actuaba de manera similar a una potencia imperialista.

Al respecto, en un discurso fundacional pronunciado en Argelia, en febrero de 1965, en clara alusión a la URSS sostenía que «... no puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad que se construye o está construido el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista».

Como asegura el economista cubano Osvaldo Martínez, esto era entonces como dijera el Che una «“herejía” y “osadía” para referirse a su plan tentativo de escribir una verdadera economía política marxista no apologética y que fuera como “un grito dado desde el subdesarrollo”».

Y es que no hay dudas de que el objetivo del Che, como el de Fidel y otros revolucionarios, era fundar un pensamiento propio de la Revolución Cubana, alejado de lo que entonces se entendía como «marxismo-leninismo», ya que lo que se consumía en Cuba y en el resto del mundo con ese nombre no eran más que «verdades» que se tenían por eternas, cuando en realidad respondían más a realidades concretas de la URSS e incluso a distorsiones de la teoría marxista, que a un verdadero pensamiento creador y ecuménico sobre el socialismo, al cual llamó el Che en sus reflexiones.

Hacer el siglo XXI

Uno de los aspectos que más preocupó al Che en sus reflexiones fue la búsqueda de la eficiencia económica, la aplicación de la ciencia y la técnica como vía de aumentar la producción, pero en especial la utilización del estímulo moral como complemento e incluso sostén necesario de la actitud ante el trabajo.

En El Socialismo y el Hombre en Cuba se refirió directamente a esta idea cuando afirmó que «persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía tomada como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida... Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo».

Igualmente, en carta que le enviara a Fidel en abril de 1965, antes de su partida al Congo, sostenía que «el comunismo es un fenómeno de conciencia, no se llega a él mediante un salto en el vacío, un cambio de la calidad productiva, o el choque simple entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. El comunismo es un fenómeno de conciencia y hay que desarrollar esa conciencia en el hombre, de donde la educación individual y colectiva para el comunismo es una parte consustancial a él... No podemos medir en término de ingreso per cápita la posibilidad de entrar al comunismo...»

Sin embargo, el Che ni estaba de espaldas a la realidad ni era un idealista incurable, como algunos han querido pintarlo tratando de mitificar su figura para minimizar su pensamiento.

Profundo observador, estudioso constante y viajero incansable, rápidamente supo aquilatar que el socialismo iba por un camino erróneo si perseguía competir con la superproducción del capitalismo, precisamente la base en la que se asienta todo su sistema de explotación.

«Un modelo comunista de producción presupone una abundancia considerable de bienes materiales pero no necesariamente una comparación estricta con el capitalismo», sostenía, al aseverar que más allá de la producción desmesurada se imponía la «planificación y la eficiencia económica», pilares de su teoría en el campo de la economía.

«Nosotros tenemos una gran laguna en nuestro sistema; cómo integrar al hombre a su trabajo de tal manera que no sea necesario utilizar eso que nosotros llamamos el desestímulo material, cómo hacer que cada obrero sienta la necesidad vital de apoyar a su revolución y al mismo tiempo que el trabajo es un placer...», reconocía el Che en la mencionada carta a Fidel.

Él mismo se cuestionaba esta situación de la cual aseguró que era necesario «estudiar a fondo», al proponer en una reunión de balance efectuada en el Ministerio de Industrias «luchar con toda nuestra fuerza para que el estímulo moral supla al estímulo material dentro de lo posible durante el mayor tiempo posible, es decir, estamos fijando un proceso relativo, no estamos fijando la exclusión del estímulo material, simplemente estamos fijando que debemos luchar porque el estímulo moral en el mayor tiempo posible sea el factor determinante en la actuación de los obreros».

Sin embargo, no descartaba utópicamente el necesario reconocimiento material a quien trabajara mejor que los demás, ya que sostenía que «ese obrero será premiado y será premiado no con tanto dinero en efectivo por tanto por ciento que haya sobrepasado la norma, sino por su capacidad para adquirir mayor capacidad. Por ejemplo, yendo a una escuela donde se le paga su salario y de donde sale con una nueva calificación. Esa nueva calificación al volver a la fábrica automáticamente se convierte en aumento de salario, es decir, en estímulo material...».

Impulsor del trabajo voluntario, al que en determinado momento calificó como verdaderamente revolucionario, el pensamiento económico del Che fue a detalles tan específicos, dada su función como ministro, que llegó a intervenir teóricamente y en la práctica en la determinación de cómo se formarían los salarios en la sociedad socialista entonces en ciernes.

«¿Cuánto trabajo invierte un mariscal y cuánto un maestro?, ¿cuánto un ministro y cuánto un obrero? Lenin en El Estado y la Revolución tenían una idea (marxista) que luego desechó de la equiparación de sueldos de funcionarios y obreros pero no estoy convencido de que su marcha atrás sea correcta», se cuestionaba el Che al criticar el Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS, entonces tomado casi como una «Biblia» para la construcción socialista.

Y él mismo se respondía analizando la realidad vista en la URSS y en Cuba que «la esencia real de todas las dificultades que existen hoy es una falsa concepción del hombre comunista, basada en una larga práctica económica que tenderá y tiende a hacer del hombre un elemento numérico de producción a través de la palanca del interés material». Acotando también que «pretender aumentar la productividad por el estímulo individual es caer más bajo que los capitalistas».

Educar al hombre nuevo en una forma nueva de producir, fue la tesis esencial defendida por el Che, aunque no siempre fue bien comprendida, y mucho menos aplicada, incluso en Cuba, como tampoco sucedió en la URSS.

En la entrega de diplomas de reconocimientos a trabajadores destacados Como Ministro se preocupó por la introducción de la tecnología para mejorar la eficiencia.

Visión del derrumbe

Quizá hasta el momento no se haya aquilatado suficientemente la importancia del pensamiento económico del Che a la luz de los acontecimientos actuales, y de los desafíos que enfrenta Cuba.

En parte se debe a que muchos de sus escritos sobre el tema no fueron en ocasiones divulgados hasta años recientes, y por otro lado a que la mitificación solo como comandante guerrillero y hombre de acción opacó en no pocas ocasiones su arista de filósofo y economista marxista, de formación autodidacta, pero profunda.

Encontrándose en Praga, luego de salir del Congo, el Che escribe a Orlando Borrego, uno de sus más cercanos colaboradores, que pensaba «iniciar un trabajito sobre el manual de Economía de la Academia», en referencia al ya citado material de la Academia de Ciencias de la URSS.

Estos apuntes, inéditos hasta hace muy poco, como otros que hiciera en las selvas bolivianas sobre filosofía, constituyen una de las más preclaras visiones del Che sobre el socialismo y específicamente sobre la Unión Soviética.

Su inquietud venía desde su visita a este país, más de un año y medio antes, donde al intercambiar con dirigentes y académicos apreció «argumentos peligrosamente capitalistas».

Alimentada por la polémica sobre la economía cubana en la construcción socialista, de la cual fue actor fundamental en sus primeros años, la idea de que fuera la sed de ganancias y la competencia productiva con el capitalismo el motor impulsor del desarrollo le preocupaba enormemente.

Como afirma el académico argentino Néstor Kohan, «Guevara opinaba que en la transición al socialismo la supervivencia de la ley del valor o tendía a ser superada por la planificación socialista o... se volvía al capitalismo».

Igualmente criticó en el Manual de Economía Política soviético los cantos de sirenas preconizados desde la URSS sobre la «crisis general del capitalismo», frase de la cual sostuvo que había que «tener cuidado con afirmaciones como esta. “Agonizante” tiene un significado claro en el idioma; un hombre maduro ya no puede sufrir más cambios fisiológicos, pero no está agonizante. El sistema capitalista llega a su madurez total con el imperialismo, pero ni siquiera este ha aprovechado al máximo sus posibilidades en el momento actual y tiene una gran vitalidad. Es más preciso decir “maduro” o expresar que llega al límite de sus posibilidades de desarrollo».

Pero a su vez, tampoco estaba nada convencido de que el comunismo estuviera a las puertas de la casa, como preconizaban los teóricos soviéticos, ni que situarse metas económicas para competir con el capitalismo era la vía idónea para alcanzarlo, ya que como él mismo aseguró ««nadie puede poner metas de “pan y cebolla” para llegar al comunismo».

Esa doble característica de criticar al capitalismo pero tampoco aceptar modelos «santificados» fue el mayor aporte de su obra económica, inacabada y sustentada en apuntes, un esfuerzo «destinado a invitar a pensar, a abordar el marxismo con la seriedad que esta gigantesca doctrina merece».

Por eso el Che pudo, a la distancia de treinta años antes, formular su advertencia: «La Unión Soviética está regresando al capitalismo»; y a su vez dejar sentado el camino hacia un modelo de socialismo como el que se pretende construir en el siglo XXI, que deberá romper con cualquier simplificación estrecha de la economía política, pues como dijera en entrevista concedida en 1965 al diario argelino La Vanguardia, «esta nueva sociedad es el producto de la conciencia».

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