Palabras de inauguración de la exposición fotográfica que se inauguró el marco del Coloquio Sara Gómez: Imagen múltiple. El audiovisual cubano desde la perspectiva de género.

Inés María Martiatu - La Jiribilla.- La obra de Sara Gómez y su personalidad como artista fueron invisibilizadas y muy poco promovidas. Si revisamos una colección de la Revista Cine Cubano encontraremos que aquella mujer negra y joven, la única que por mucho tiempo se puso con sensibilidad y talento detrás de una cámara de cine para dirigir, y la única que hasta ahora ha realizado un largometraje en el ICAIC, no aparece en sus páginas.


Tardíamente se le dedica un dossier en el número 127 de la revista Cine Cubano, en 1989 a 15 años de su muerte acaecida en 1974. Esto ocurrió en el marco de ciertas medidas que suavizaron la línea dura de la política cultural cubana de entonces. Sabemos que Sara Gómez estuvo involucrada activamente en los nefastos sucesos que conmovieron el ámbito cultural cubano de finales de los 60 y comienzos de los 70. No por falta de trabajos se produce ese silencio sobre su obra. Solamente con 31 años había dejado 14 documentales y su primer largometraje De cierta manera.

Desde el punto de vista estético, la impronta de los estudios etnológicos en los que ella se inició muy joven, en el Seminario de Etnología y Folclore del Teatro Nacional de Cuba, se muestra como una peculiaridad en todos sus trabajos. En De cierta manera, su obra póstuma, Sara se vale de dos discursos: el documental cuando indaga en la realidad inmediata utilizando métodos propios de la Etnología y el discurso de la ficción cuando nos cuenta una historia.

Para Sarita la música tuvo un lugar importante en sus documentales y en De cierta manera. Aún en sus primeras obras nos entregó la esencia de la música popular tan entrañable para ella. Imágenes y sonidos únicos en documentales como Y tenemos sabor, donde presenta al cantante Amado Borcelá (Guapachá), desaparecido también prematuramente, en una actuación inolvidable junto al combo de Chucho Valdés.

La obra de esa cineasta aunque ha sido escamoteada ha trascendido el tiempo y las fronteras de nuestro país, a pesar de la indiferencia y el silencio. Cada día cobra más interés en el universo de los estudios de los diversos campos que ella toca en su cine. Cada día, jóvenes cineastas e intelectuales en general son conmovidos por la percepción de los graves problemas sociales en el contexto de la sociedad cubana actual, indagan en la obra de esta artista y encuentran en ella la inspiración para la continuidad y el aliento de las suyas propias. Documentales, ensayos y tesis de diploma o de maestrías y doctorados se escriben en Cuba y en el extranjero sobre la obra de esta mujer realmente excepcional.

Su cine todavía mantiene su carácter trasgresor, aún es mirado con recelo, porque en él se plantean y problematizan muchos cuestiones que ella mostró y que todavía no están resueltos al interno de nuestra sociedad. Las desigualdades sociales, la discriminación de la mujer, el prejuicio religioso, la doble moral y el prejuicio racial en momentos en que como escribiera el ensayista Roberto Zurbano han aparecido "expresiones neorracistas que han venido emergiendo en la vida cotidiana cubana del siglo XXI".

En una quizá premonitoria prisa por expresarse, por dejar con su incisiva inteligencia creadora su mirada amorosa y valiente sobre su querida isla y su pueblo, en su obra Sara se manifiesta sin temor a la crítica o a la censura. Su mirada abarcó desde las vegas y los paisajes de Vueltabajo, las tradiciones de La Habana Vieja o de Santiago de Cuba, la cual aparece en todo su esplendor y su misterio captada por la sensibilidad de Sara en aquel memorable documental, Iré a Santiago. No escatimó en mostrar generosamente sus propias experiencias, los muy humanos trabajos sobre la mujer y la maternidad con que ella también como madre se involucró con ternura en Atención prenatal. Ella asume también su historia personal de mujer negra a través de los entrañables recuerdos familiares en Crónica de mi familia.

Todavía me conmueve recordar a Sara, mi querida Sarita, juvenil y vestida de miliciana, bailando con el también conocido editor de cine Nelson Rodríguez. Beny Moré canta y baila con su traje blanco, su bastón y su sombrero característicos. Es una secuencia del documental Saluts les cubains, Saludos cubanos, realizado por la directora francesa Agnes Varda en 1963. Esas imágenes surgen entre lo real y el sueño. Son fotos fijas animadas, enlazadas por disolvencia ante nuestros ojos y esto refuerza la impresión de irrealidad. Como en un espejismo su figura, se va haciendo inasible, desaparece poco a poco.

Seguramente esa mujer negra, bella y luminosa, inteligente y sobre todo valiente, nuestra querida Sarita, nos estará acompañando, activa, preocupada por los importantes empeños a los que entregó todo el esfuerzo de su joven vida desde la lucidez y la ternura.

La Habana, 1ro. de noviembre de 2007

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