Joel del Río - La Jiribilla.- Hace un par de semanas vaticinaba yo, con argumentos que creía buenos y cierto vicio de augurios, el triunfo brasileño en casi todos los apartados principales del Festival. No ocurrió así. Como tal vez ya sepa el lector, hay un grupo de valiosas películas procedentes del gigante sureño, algunas de ellas excepcionales, que fueron total o parcialmente ninguneadas. Me refiero a ese extraordinario documental autorreflexivo, la sinceridad y autocrítica vueltas celuloide, que es Santiago; y también me refiero a los numerosos aciertos que pueden localizarse en Olor a caño, La vía láctea, Desierto feliz, e incluso en la extraña y singular El bajío de las bestias, todas ellas olvidadas en el reparto de premios.


A los cronistas del audiovisual siempre nos frustra en algo (supongo que se trate de egolatría lastimada) el hecho de que los resultados de un evento se distancien tanto de nuestros pronósticos, pero a esa hora solo nos queda reconocer que también uno puede equivocarse, los jurados acertar y descubrir valores que uno no detectó, y al final cada película encontrará, o no, su camino hasta cada espectador, por lo tanto no vale afanarse en discutir demasiado si el reparto de reconocimientos debe ser así o de otra manera. De cualquier modo, debe hacerse constar que los merecimientos principales, por lo menos en cuanto a los Corales de los largometrajes de ficción, se concentran en torno a un solo tipo de cine, autoral, moroso, introspectivo, y narrado con una parsimonia llevada a niveles extremos de distanciamiento y desdramatización.

La mexicana Luz silenciosa alcanzó no solo el Coral máximo (secundada por la cubana Madrigal con el Premio Especial del Jurado), sino que también acaparó los galardones a mejor dirección (Carlos Reygadas), fotografía y sonido. Aunque no me cuente nunca entre quienes desmayan de placer con el cine de Reygadas, respeto y aplaudo su apuesta. Sus premios en La Habana estaban “cantados”, habida cuenta de que se cuentan por decenas los reconocimientos internacionales (para el Oscar, y en los festivales de Cannes, Lima, Sarajevo, Toronto, Nueva York, Chicago, Bergen, Londres y Montreal) que cubrieron Luz silenciosa antes de llegar a nosotros. El segundo y tercer Corales le correspondieron, respectivamente, a la brasileña El año en que mis padres salieron de vacaciones y la argentina El otro, mientras que se reconoció con una mención los méritos de la chilena Fiestapatria. 

Controversial y absolutista en cada una de sus excepcionales opciones estilísticas y narrativas, apología lírica del misterio y la revelación, paradigma insigne del gran cine de autor (aquel que no se quiere latinoamericano en un sentido estrecho, chauvinista y folclorizante), con su acontecer de perturbadora dilación, y su tendencia obvia a discutir conceptos quintaesenciados como la lealtad, el sacrificio y la emancipación, Luz silenciosa clasifica con honores en la línea estilística acreditada por Tarkovski, Dreyer, Angelopoulos y Oliveira. Tal vez el Premio Especial del Jurado hubiera sido un galardón más coherente con la magnificencia formal de un filme cuya relación con un público más amplio pudiera ser difícil. Pero ese premio se reservó para la cubana Madrigal, un empeño también signado por la polémica y por ciertas rémoras a la comunicación incluso con su público natural.

De los largometrajes en competencia, creo merecían mayores recompensas del jurado oficial la mexicano-argentino-brasileña Cobrador, in God We Trust (reconocida como mejor edición y con premios colaterales como los de la UNEAC, la prensa cinematográfica cubana, el círculo de periodistas de cultura de la UPEC), mientras que en el segmento de Ópera Prima, cada año más complejo, rico y difícil de jerarquizar, se reconoció la sutil dignidad de la brasileña La casa de Alice, seguida por la mexicana Partes usadas, la cubana Personal Belongings y la argentina El asaltante, mientras que se ignoraba olímpicamente varios títulos de los que se inscribirán, a no dudarlo, entre lo mejor del cine latinoamericano más reciente: la uruguaya El baño del Papa, la argentina XXY, las mexicanas La zona y Familia tortuga, o las brasileñas El grano y Quero. Evidentemente, esta sección de principiantes ha devenido la competencia más atrayente, aportadora y conspicua dentro del Festival. Si compitieran juntos TODOS los largometrajes de ficción, los resultados hubieran sido, de seguro, muy otros, tal vez más consensuados, abarcadores e indiscutibles de lo que hemos visto hasta este punto. 

El jurado de documentales le vio méritos suficientes a la muy cacofónica, superficial, aburridora y sensacionalista El telón de azúcar, aunque deba reconocérsele cierta agudeza nostálgica para registrar, nunca explorar, ciertas erosiones en la Cuba de los últimos veinte años. Otras obras de mayor calado conceptual y estético (no solo las brasileñas Santiago y Accidente, sino también la chilena Calle Santa Fe, la mexicana JC Chávez y la argentina Hacer patria) fueron preteridas. Argentina latente le ganó un lauro más, el Premio Especial del Jurado, a la enorme carrera de ese clásico en vida llamado Fernando Solanas, mientras que el segundo y tercer premio, y la mención, fueron entregados respectivamente a la cubana Pucha vida, la argentina Señor Presidente y la brasileña Saba. El triunfo de la Escuela Internacional de Cine y Televisión, en San Antonio de los Baños (Pucha vida, mención al mejor cortometraje para Siberia, y premio de las Casas de Cultura para Model Town) demuestra que en el segmento de cortometrajes y documentales mucho puede ganar, y demostrar, esta institución, si lo permiten quienes seleccionan las muestras en competencia.

Al principio de este artículo prometía tácitamente no ponerme a cuestionar los galardones, pero evidentemente caí en la tentación del cuestionamiento, espero yo que bien argumentado. De todos modos lo principal de un festival, cuando es bueno, no son los premios, sino la cita de comprensión y complicidad que representan entre el público y los creadores. Eso no ha faltado en La Habana. Lo tuvimos con creces durante diez días. Al fin y al cabo cuando uno se sienta frente a la pantalla, y comienza cada una de estas películas, los premios no impedirán el tedio o el mutis por el foro, y la ausencia de galardones tampoco frenará la emoción y estímulo sensorial e intelectual que representan algunas de las películas olvidadas por los jurados.

Los cines están en mejores condiciones que el año pasado (ojalá alcancen los recursos para que las reparaciones desborden la calle 23 y alcancen al Acapulco, el Payret, el Lido y el Ambasador). Vimos por lo menos una decena de títulos extraordinarios, y unos veinte muy dignos. La competencia latinoamericana volvió a protagonizar la cita sin que descendiera el nivel de la Muestra Internacional. Qué más pedir. A mí me basta. Y que me acusen de conformista.
 
Discurso de agradecimiento del ganador del Premio Juan Rulfo
de Radio Francia Internacional
Juan Rulfo, la dignidad de la literatura
 
 
 
René Vázquez Díaz • Malmö
 
 
Hay quien dice que la cualidad más destacada de la literatura es que no sirve para nada. Como para mí la literatura no es un pasatiempo sino un asunto que pertenece a lo más importante de mi vida, quiero expresar mi gratitud por este Premio Juan Rulfo, en París, explicando brevemente para qué creo que sirve la literatura ?la narrativa, la poesía? y qué han significado para mí la obra y el ejemplo de Juan Rulfo.

En este mundo plagado de violencia y de injusticias, las obras de ficción nos obligan a compararnos con "el otro", con "la otra" y con "lo otro", y a respetar o cuestionar sus actitudes. Ya sea por rechazo o identificación, la literatura desarrolla "la empatía", una cualidad en vías de extinción. No todo el mundo es blanco y tiene una cuenta bancaria en este planeta. No todos sufrimos ni soñamos de igual manera ni por las mismas causas. La buena literatura desafía a quienes se niegan a pensar otros destinos humanos, y otros mundos posibles. Las imágenes visuales que nos abruman a través de la televisión, la publicidad, el cine manipulativo, etc., comunican una noción de realidad que es más directa que la de la palabra. Pero también más limitada. En su condición de signo abstracto, la palabra escrita establece vínculos profundos, fuertemente individualizados, entre los fenómenos más disímiles generando procesos mentales de una complejidad que no se limita a lo meramente visual. Solo la palabra "leída" es capaz de crear una visión "interior" en el hombre. Las palabras-imágenes confluyen, chocan, colaboran y se transforman mutuamente en lo profundo de cada individuo, creando representaciones mentales únicas: reflejos de realidades que se transfiguran en combinaciones infinitas, y que sirven de orientación en la vida. Hay libros que, casi en contra de nuestra voluntad, llegan a erigirse en verdaderos guías ante situaciones existenciales concretas y complejas. Leyéndolos, ampliamos la noción intuitiva que tenemos de la Historia y nos capacitamos para adoptar una actitud crítica e independiente ante la realidad. Las palabras concatenadas que forman una historia bien contada, nos ayudan a entender los secretos de las relaciones humanas y entre los pueblos, las ideas y las creencias de una época y las tentaciones acomodaticias a las que estamos sometidos. Así aprendemos a juzgar, con ojo crítico, las acciones propias y las ajenas. Para José Martí, un grano de poesía sazona todo un siglo.

Creo en el papel de la literatura como contrapeso al flujo tremendo de lo que por comodidad llamamos "información", pero que en gran parte se compone de mensajes anodinos o adoctrinadores, violencia gratuita, erotismo deshumanizado, vulgaridad embrutecedora y, en el fondo, "desinformación". Para que los mensajes sean eficaces y se destaquen en el torrente de “información”, es preciso simplificarlos, aplanarlos y hacerlos llamativos a cualquier precio. La sobreabundancia de mensajes "imaginarios" (de imagen, como diría Lezama Lima) con que nos ametrallan, comunica una visión fragmentaria del ser humano y del mundo, invita al adocenamiento y genera falta de atención, embotamiento y estupidez colectiva. Es en ese caldo de cultivo donde los grandes medios globalizadores siembran la sumisión. Por el contrario, la literatura contextualiza, pone en duda, profundiza, revela y matiza. Problematizando lo que muchos consideran obvio, la buena literatura nos enseña a dudar de lo que nos “venden” ?por usar un verbo prostituido? como evidente.

Todas esas facultades se manifiestan de modo admirable en la obra de Juan Rulfo. Ya en mis lecturas tempranas, de niño buscapalabras en la Cuba profunda, me deslumbró tanto Pedro Páramo que durante años creí que los hombres indignos, los que llevan dentro un rencor vivo, terminan desmoronándose como si fueran un montón de piedras.

En Pedro Páramo y El llano en llamas comencé a entender la Historia de México ?Patria Grande de los cubanos? como cicatriz siempre a punto de rajarse. La dificultad de comunicación entre los seres humanos, los excesos de la explotación y la barbarie, el misterioso influjo del paisaje que siempre era de otros, la soledad extrema del ser... Todo eso estaba en las palabras de Juan Rulfo, que entraban en mí como murmullos que ya nunca se apagarían. Él me hablaba de México, pero en sus páginas yo veía al mundo entero. Juan Rulfo habló de hombres indignos y de hombres indignados. Para mí, él representa la mayor dignidad que un escritor puede ostentar, y en su altiva soledad vivió y murió indignado ante las injusticias del tiempo que le tocó vivir. En su última entrevista, realizada por Victoria Azurduy y reproducida en el periódico Granma el 23 de febrero de 1986, Rulfo señaló la falta de unidad política, económica y también cultural de América Latina, y dijo: “El sueño bolivariano todavía no llegó a florecer”. Hoy, los latinoamericanos vivimos momentos que hubieran llenado de esperanza al autor de Diles que no me maten.

Al llevar el nombre de Juan Rulfo, este premio es para mí un honor y una exhortación a meditar sobre el mensaje que nos dejó otro grande de nuestra lengua española, mi compatriota Alejo Carpentier: “las palabras no caen en el vacío”. Muchas gracias.
 
 

Cuba
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