Alealis Rivero Quevedo demostró una voluntad de hierro con voz de terciopelo. Es como una garganta de soprano que «mira» lejos con los ojos de su melodía

Luis Hernández Serrano, Fotos: Roberto Morejón - Juventud Rebelde.-Cuando nació, / con su diminuta alma repleta de luces, / le pusieron «Alealis», / al juntar caprichosamente los comienzos de los nombres de sus padres: «Alexis y Alina». /
Pero sin sospecharlo siquiera, / a la larga la sonoridad de la palabra inventada que la nombra, / parece mencionar las «alas» con que hoy / la suave gracia de la melodía de su garganta vuela lejos / supliendo con creces la luz natural / que la parte mala del destino le quitó de sus ojos.


Eso no lo dice el redactor de estas líneas, sino un poeta anónimo que le escribió unos versos a Alealis Rivero Quevedo, una singular muchacha del conocido Barrio Obrero, en el municipio capitalino de San Miguel del Padrón, que canta como una mensajera de los dioses y a quienes sus allegados llaman simplemente Lis.

Tiene 24 años y se graduó de canto en el Instituto Superior de Arte (ISA).

El 28 de octubre también se graduó de canto en el ISA un joven invidente, compañero de ella desde niño, aunque la vida los separó y se reencontraron en la carrera: Francy Díaz Pérez, de San José de las Lajas.

Lis nació el 28 de agosto de 1983. Es hija de Alexis Rivero Acosta y de Alina Quevedo Lara y, no porque lo digan sus abuelos Efrén y María, «es la combinación casi perfecta de una voluntad de hierro, con una voz de terciopelo».

Según nos explicó su progenitora, a través de la ANCI se preparó durante años en un seminario de musicografía consistente en la escritura de la música en el sistema Braille. Ella fue alumna de Frank Emilio desgraciadamente por muy pocos meses, porque él falleció, pero de él recibió las primeras nociones de esa escritura de invidentes. Después casi todos los años iba a ese seminario, que se daba en Matanzas. Ya estudiando en el ISA, el Instituto contrató al profesor Carlos Abel Ramírez, que semanalmente le impartía cuatro horas de musicografía. Eso fue lo que le permitió que pudiera transcribir la música de las obras que tenía que montar en el citado sistema Braille.

Luego de cinco años ininterrumpidos de estudio de canto, Lis se graduó en julio pasado con Título de Oro, le otorgaron el Diploma de Joven Laureada y fue la mejor graduada en índice académico, con 5,57 de promedio, y la más sobresaliente en extensión universitaria.

El recital de graduación —Manuel Pena como tutor y Dania Rodríguez Rodríguez al piano— tuvo por escenario la Sala Gonzalo Roig del Palacio del Teatro Lírico Nacional de Cuba, en el corazón de la capital cubana. Allí interpretó 12 piezas, entre estas muchas del período barroco, de Antonio Caldara, de Francesco Gasparini, de Bernhard Flies, de Léo Delibes, de G. Puccini, de Carlos Guastavino, de Amadeus Mozart, y de Emilio Grenet. El Jurado estuvo integrado por los profesores de la Cátedra de Canto del ISA: su jefa, María Eugenia Barrios; Marta Cardona, Ivette Betancourt, Waldo Díaz y Manuel Pena. También asistieron sus profesores de idioma.

La pieza que más le gustó cantar fue Lamento negroide, de Gonzalo Roig, pues tiene mucho que ver con ella, según nos dijo.

—¿Cómo evocas tu más temprana infancia y adolescencia?


El rincón de los premios es también el de la memoria, los sacrificios pasados y los sueños por cumplir.
—Estudiando y cantando. Desde que comencé mis primeras clases culturales en la escuela especial Abel Santamaría, en Ciudad Escolar Libertad, en Marianao, sentí los mismos deseos y la pasión por hacerlo que sigue anidando en mi pecho ahora.

«Allí mismo empecé la Secundaria Básica, aunque en el segundo año me trasladé para la Mártires del 12 de Septiembre y el preuniversitario lo cursé en el Raúl Cepero Bonilla, del municipio de Diez de Octubre».

—¿Y ese deseo de cantar?

—Desde niña jugaba a que yo era una gran cantante solista. Creo que nací con esas ansias de cantar y, además, en mi casa, particularmente mi abuelita María Cleofé Lara, como mi madre, me dieron impulso para mis entonaciones iniciales, pues las dos, aunque no profesionalmente, han cantado siempre un poco y bien. Parece, entonces, que mi canto es genético y me alegro de esa herencia.

«También yo escuchaba las novelas radiales y grababa lo que se me ocurría; lo que más me sorprendía era ese espíritu de muchachita que aspiraba a ser cantante».

—¿Nunca has compuesto alguna canción?

—Una vez me atreví a componer una para el concurso Cantándole al Sol. Su título es Porque todo se ilumina, pero se quedó en mi recuerdo solamente, concursando en mi corazón.

—¿Cómo fueron tus primeros balbuceos estudiantiles de canto?

—¡Ah!, ya con 15 años empecé a recibir clases con la profesora Olga Díaz, del Conservatorio Guillermo Tomás, en Guanabacoa. Ella también fue profesora de la Escuela Nacional de Arte (ENA) y cantante del Teatro Lírico Nacional. Hoy imparte en la Escuela de nivel medio para canto, adjunta al Palacio de Arte Lírico que dirige Adolfo Casas.

—¿Y en el ISA?

—Allí tuve tres profesores: Lucy Provedo, Leonor Montesinos (hija de Rey Montesinos) y Manuel Pena; las dos primeras ya no están en el ISA, pero Manuel continúa.

—¿Qué asignaturas te resultaron más significativas?

—Todas, pero recuerdo con agrado las vinculadas a la música, como las fonéticas de italiano, el alemán, el francés y otros idiomas.

—¿Qué géneros prefieres cantar?


Querer a la familia es tan importante para Lis como cantar.
—Todos, tanto lo lírico como lo popular. Me gustan mucho los boleros, las baladas y en especial la música afro. También la música andaluza, como la de Isabel Pantoja.

—¿Qué boleros te apasionan más?

—Dos de César Portillo de la Luz: Canción para un festival y Brotará la canción, y Bolero de amor, de Alfredo Martínez.

—¿Y qué cantante cubana admiras más?

—A Miriam Ramos.

—¿Y de los hombres?

—A Leo Vera.

—¿Qué es lo que más te gusta aparte de cantar?

—Querer a mi familia, a mi madre, a mis tías Yamina y Nadín, a mi hermano Abel Alejandro Rivero Quevedo, de 15 años, a mi padre y a mi papadre Bernardo. (Coincido con el poeta Pablo Neruda: no me gustan las palabras madrastra ni padrastro, que parecen despectivas).

«Aparte de cantar, también desde muy niña me gustaba y me divertía mucho jugar a las escuelitas, me atraía bastante el sano simulacro de ser maestra, impartir clases interesantes y amenas a niñitos imaginarios. Y ahora estoy enseñando el sistema de escritura Braille a un grupo de muchachos, pero me gusta el canto por sobre casi todas las cosas.

—¿Cómo hiciste para estudiar canto?

—Grababa las clases y las copiaba en Braille. He tenido que transcribir muchísimas partituras a este sistema, pues casi no hay ninguna hecha. Y tampoco hay partituras de obras clásicas. Pero por encima de mi propio esfuerzo, está el ánimo y el amor de mi madre, que ha sido mi mano derecha en el estudio.

—¿Quién fue el primer compositor al que le cantaste sus números?

—Manuel Suárez fue el primero que me dio sus canciones y me dio un demo con sus composiciones.

—¿Qué canción te impacta más cuando la cantas?

—Lamento negroide ejerce sobre mí una fuerza poderosa, por su letra y su música. Es como una sacudida. Es como cantarle a mi madre. Me imprime una energía positiva. Siempre tengo ganas de cantarla.

—¿Cómo defines la música y el canto?

—El canto es una manera de comunicarme con los demás. El modo de contar una historia con mi voz y dar placer al prójimo. La música está en todas partes y cada uno tiene vías para entenderla y explicarla. A mí me invita siempre a entrar en su reino. Es como si me dijera: ¡Ven, quiero mostrarte mi camino!

—¿Hay algo que te hace sufrir?

—Sí, cuando me sobrevaloran. Me considero romántica, sensible y sincera. Esto último me ha traído problemas. Soy impulsiva y a veces digo lo que siento con mucha crudeza. Y sufro también cuando me subestiman, al decir, por ejemplo, que una canción es demasiado difícil para mí.

«Soy feliz en el Centro Nacional de la Música Popular, en primera entre 10 y 12, en el Vedado, donde me han ubicado».

—¿Has actuado en la radio y la televisión?

—Sí, en la televisión dos veces, en 2002 y 2004, en el espacio Estilo. Y en la radio en Bolereando, y en Habana Radio. He grabado para Nocturno Furia de la madrugada, de Miriam Lemes e Imposible vivir sin ti, de Osmel Franci».

Sus premios

Lis obtuvo el tercer lugar en un Festival colateral al Boleros de Oro, de canto, en 2003, con tres obras: Soy lo prohibido, de Roberto Cantoral; Interludio, de César Portillo de la Luz, y Bolero de amor.

En el concurso Roberto Faz, de 2000, mereció siete premios con Si me pudieras querer, de Ignacio Villa (Bola de Nieve): el Gran Premio; el de Interpretación de la UNEAC; el de la Popularidad; el del Hotel Sevilla; el de la Casa de la Música; el de Los Guaracheros de Regla y el Premio especial del Teatro América.

En el Festival Nacional de la ANCI (2002) ganó los premios de la Universidad de Oriente y el del Jurado. En el concurso Mariana de Gonich (2001) en la Casa de la Cultura de Plaza, le otorgaron el primer lugar y el Premio de Interpretación de la UNEAC.

En el Festival Nacional de la ANCI (2006) recibió el Gran Premio y el del Centro Provincial de la Música. Y en el Festival de Composición Flor del Yumurí, de Matanzas (2004), le adjudicaron el Premio de Interpretación, con Hechizo, un danzonete de Manuel Suárez.
 

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