Senel Paz - La Jiribilla.- No eran los jóvenes como yo los que triunfaban ni los que reclamaba el momento. El propio Fidel, en sus discursos, se encargaba de decir que se necesitaban jóvenes alegres y profundos, dispuestos a grandes hazañas y sacrificios. Incluso en mi casa, donde éramos muy apagados, de pronto sobraba energía. Mamá fue la primera en despertar. Un día llegó a casa con un traje de miliciana, acompañada por su amiga Isabel, que era quien le abría los ojos. ¡Qué nalgatorio tengo!, se quejó ante el espejo, ya con el pantalón verdeolivo puesto.


Se te marca todo, rió Isabel. Yo espero que tú no te atrevas a salir a la calle con esa indecencia, intervino abuela; ¿para qué necesitamos una miliciana en esta casa, me puedes decir?, ¿qué hay aquí que amerite vigilancia? Ay, mamá, respondió mamá, poniéndose la camisa y la boina, no seas bruta; la vigilancia es contra los yanquis, contra la burguesía. Y se atrevió a salir, claro que sí, si estaba desconocida. Los hombres se detenían a su paso, y cuando iba lejos, se rascaban el cogote y comentaban, ¡Qué buena está Estela!, ¡qué pena que sea tan decente y tenga por madre a esa vieja tan rebencuda! Aprendió a disparar contra el enemigo, primero con una pistola rusa y luego con un rifle checo y más tarde con un fusil chino. Hacía guardias, salía de una reunión y entraba a otra, llegaba a casa a las mil y quinientas, estudiaba por las noches y se integró a las filas de la Federación de Mujeres Cubanas. ¡Qué ciega estaba yo!, decía a cada rato; toda mi vida fui una esclava y no me daba cuenta; de ahora en adelante, las ricachas, si quieren tener la casa limpia, que las limpien ellas; y si quieren que las llamen señoras, que agarren un avioncito y se vayan para Miami, porque lo que es a mí, no me vuelve a explotar nadie. Ahora trabajaba en un taller de confecciones textiles donde la eligieron del comité sindical, y regresaba hablando de planes de trabajo, de metodología, de cosas que había que hacer, de otras que no se podían permitir, de Lázaro Peña y la próxima movilización. Un 26 de julio, anunció que se iba para La Habana con Isabel, en un camión, y con unas naranjas y unos emparedados en una bolsa de nailon. De nada sirvió que abuela la amenazara con que a la vuelta no la dejaría entrar a la casa. Regresó como a los tres días en el mismo camión y con dos muñecas, un ejemplar de El Conde de Montecristo y panetelas y biscochos en la bolsa de nailon. Un guajiro, contó maravillada, se trepó hasta lo último en una farola y, desde allá arriba, saludaba y un fotógrafo lo retrataba. ¿Y había visto a Fidel? Claro, Felamida, todo el mundo lo vio. Fidel es precioso, tiene las manos largas, la frente amplia, es un verdadero machazo. ¡Y qué barbas! Lo estaba mirando cuando soltó aquello de que la tierra es de quien la trabaja. ¡Figúrense la algarabía que se armó entre la guajirada! Jamás se había escuchado nada igual: la tierra, de quien la trabaja. Ella misma saltó y gritó hasta quedarse ronca, Isabel saltó y gritó hasta quedarse ronca, y el millón de guajiros saltaron y gritaron y agitaron banderitas y corearon Fidel, seguro, a los yanquis dale duro, qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él, hasta quedarse roncos. ¡Qué manifestación tan bonita, cuánta gente había, qué altos son los edificios en La Habana! Yo les digo a ustedes una cosa: si los yanquis vienen, quedan, no van a poder con nosotros, aquí se van a encontrar la horma de sus zapatos. A la próxima marcha iríamos nosotros también, dijo; ya éramos mayores y teníamos que participar en los grandes acontecimientos.

Fragmento de En el cielo con diamantes, de Senel Paz. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2007.

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