María del Carmen Ramón Sánchez, estudiante de Periodismo - Juventud Rebelde.- Los 280 años de la Universidad de La Habana deben servir para que los centros de altos estudios ganen más en el rol que les corresponde como líderes de la producción y el debate de ideas, sostiene en diálogo con JR el profesor Manuel Calviño.

Es de madrugada y apenas se puede divisar a lo lejos, pero los rayos de luz que escapan por la ventana de su salita de estudio son una prueba de su presencia. Sus ojos azules casi se cierran, pero el deseo de cumplir con el deber lo mantiene firme.


Hojea las páginas de un libro con gran interés, porque siente que aún a su edad le falta mucho por aprender. Sus cabellos ya no lucen como cuando era miembro del grupo Moncada, ahora son cortos y tienen algunas canas.

Varios años han pasado desde que Manuel Calviño culminó sus estudios en la Universidad de La Habana y saltó incluso al reconocimiento público que implica tener un espacio en uno de los canales principales de la Televisión Nacional.

Hoy posee los merecidos títulos de Profesor Titular, Doctor en Ciencias Psicológicas y Máster en Comunicación y Marketing, pero aun así, se siente como un eterno estudiante.

—¿Ingresó usted en una universidad «de viraje»?

—Ingresé en la Universidad de La Habana en el año 1970. Ese fue un año de reconsideración. La Universidad era hiperquinética. La Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) se separaba de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) para enarbolar perfiles propios y mancomunados. Fueron años de reedificar el sentido protagónico del estudiantado alrededor de su federación propia.

«La escuela de Psicología era un hervidero de ideas y proyectos de hacer lo propio, de abrazar conscientemente el pensamiento marxista, para la construcción de una Psicología despegada de los moldes “americanistas”. Más allá y desde la militancia política, se enarbolaba el rendimiento docente, la participación en las acciones estudiantiles y ciudadanas, el crecimiento de la cultura artística y la práctica del deporte. Fueron años con muchos aciertos, pero no sin desaciertos.

«El diversionismo ideológico era la receta aplicada a toda disensión real o presupuesta. Se cometieron arbitrariedades, pero nunca se hizo desde la mala intención, son errores que nos dejan el compromiso de no volver a sus dominios.

«Hacia mediados de los 70 nos lanzamos a los estudios de postgraduación. Teníamos la necesidad de conceptualizar nuestras prácticas y fueron los países socialistas quienes nos abrieron las puertas para dar cauce a este anhelo. Sin saberlo, nos convertimos en la generación del viraje científico y profesional de la universidad».

—Usted fue miembro fundador del grupo Moncada. ¿Qué representó ese grupo para los universitarios de aquella época?

—Moncada fue un acontecimiento muy interesante. Estaba integrado por estudiantes de las facultades de Economía, Pedagogía, Psicología y Artes y Letras. Teníamos intereses similares y decidimos unirnos para hacer un proyecto de trabajo que hoy, a la luz de los años, le llamaría proyecto comunitario con la música. El objetivo era llegar al estudiante universitario, mostrarle otra música, recuperar las raíces y demostrar la juventud de cualquier agrupación artística auténtica. Era un proyecto de comunicación cultural, no de música. Esta era simplemente el medio de expresión de nuestras ideas, convicciones, justificaciones y sueños.

—Usted ha impartido cursos de postgrado y pregrado en diferentes ciudades del mundo. ¿Nunca le propusieron una plaza como profesor permanente?

—No han faltado las invitaciones a formar parte de esas instituciones. Más de una vez me dijeron: «Con su currículo usted aquí tendría todas las puertas abiertas»: Probablemente —respondo siempre—. Pero mi currículo está hecho desde y para mi país, para la gente que me ha dado la posibilidad de construirlo. Soy una persona agradecida y comprometida. No vivo en Cuba por casualidad, sino por decisión y convicción. Y es Cuba, los cubanos, nuestras ansias y anhelos, nuestras frustraciones y vacíos, realizaciones y expectativas, quienes tendrán siempre mi empeño, dedicación y lealtad. Soy cubano y no sé vivir con Cuba en mi maleta, o en mi recuerdo. Solo sé y quiero vivir con ella en mis cinco sentidos, en mis seis sentidos, porque incluyo el de la ética, el compromiso y la convicción.


La Universidad llega a sus 280 años porque hay circulación de ideas en sus aulas, porque hay esperanzas en sus pasillos. Foto: Calixto N. Llanes
—¿Qué distingue a la Universidad de La Habana del resto de las universidades del mundo?

—Es una Universidad sincrética, de un perfil heterodoxo, ecléctico, tanto cultural y socialmente, como científica, profesional y paradigmáticamente. Es unidad en la diferencia. Es también una universidad que vive su época por decisión e influencia. No solo se parece a su proyecto de identidad construido, sino también a sus escenarios reales de existencia. Es una universidad dialécticamente contradictoria, en la que lo absurdo convive con lo genuino; el libre albedrío, con la obligación normativa. Llega a sus 280 años porque hay circulación de ideas en sus aulas, porque hay esperanza en sus pasillos, porque hay afirmación y contradicción.

—¿Qué considera que debería cambiarse en la universidad actual?

—La universidad no debe seguir siendo en su funcionalidad una pirámide invertida. En todo caso, hay que enderezarla. La bien construida representatividad, no puede sustituir a la participación. Las estrategias, han de orientar a las tácticas. Pero las tácticas son prerrogativas de los que están directamente implicados en la batalla. Debe dar más paso a las peculiaridades de los diferentes grupos naturales de su yacimiento de ideas y prácticas profesionales y científicas. Hay que hacer prevalecer el discurso de la diversidad en la integración. La universidad debe ganar aún más el rol que le corresponde como artífice, líder, de la producción y el debate de ideas en el país. Tenemos que seguir avanzando en la construcción de una universidad no solo para el asentamiento, sino también para la disensión productiva. Una universidad que no solo sea espejo, sino también acción propia.

—La Revolución ha dado la oportunidad de superarse a jóvenes desvinculados del estudio a través de las sedes universitarias. ¿Qué piensa acerca de esto?

—Ya están en las aulas muchos jóvenes que hasta hace poco tiempo eran desvinculados. Se trata de personas que de alguna manera estaban en condición de exclusión social: no trabajaban, ni estudiaban. Muchos autoexcluidos, y otros excluidos por las disfuncionalidades del sistema, por insuficiencias de las instituciones y por ceguera paradigmática. La exclusión es causa de desintegración e invitación a la reproducción de la malsanidad. Entonces, no hay como no estar de acuerdo, desde la más elemental representación de la justicia social, con una acción de rescate.

—¿Cree que este plan en acción es realmente eficaz?

—La eficacia es una dimensión relativa. Si el propósito es multiplicar el acceso a la cultura, la educación, la formación del espíritu y el alma cubanos, está presupuesta en la propia acción. Podrá lograrse en mayor o menor medida, pero el asunto no es de medidas relativas, sino de justicia social.

«Otro es el tema, si pensamos que el propósito es la formación sólida y productiva de profesionales capaces de ejercer la disciplina profesional a la que una carrera universitaria propende en todas sus dimensiones. Aquí la valoración de la eficacia requiere de una mirada más rigurosa. Justicia y formación profesional son conceptos de realidades prácticas y discursivas distintas. El libre acceso a la formación profesional, la facilitación del camino de llegada, la creación de las condiciones mínimas es el inicio de un camino; pero no es todo el camino. Si no seguimos de cerca la puesta en marcha del proyecto, podemos, al paso del tiempo, haber ganado en justicia pero haber perdido en profesionalidad, lo que al final sentenciará una disminución de la justicia lograda».

—¿Cuál de las generaciones universitarias ha sido para usted la más representativa?

—Mi generación, porque me hizo y la hice. La que me antecedió, porque me dio el sustento espiritual y una alternativa para comenzar. La que me sigue, porque me exige mirar al futuro. Y la que vendrá después, porque arde en mí la necesidad, no como individuo, sino como época, de un epitafio razonablemente fecundo: «Valió la pena».

Nota: Esta entrevista forma parte de un libro en preparación sobre la Universidad de La Habana

Nace San Jerónimo
El 5 de enero de 1728 nace la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana bajo la denominación de la corona española.

El claustro de la institución lo integraron sacerdotes con métodos de enseñanza caracterizados por el formalismo, el verbalismo y la memorización.

Su estructura fue encabezada por un Rector, un Vicerrector y cuatro Conciliarios, cargos todos por elección que debían recaer entre los religiosos de la Orden de los Predicadores.

La edificación donde nació la actual Universidad de La Habana fue rescatada y reinaugurada y en ella se estudia actualmente la carrera de Gestión y Preservación del Patrimonio Histórico-Cultural.

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