Roberto Fernández Retamar - La Jiribilla.- La primera noticia sobre el triunfo de la Revolución me llegó de boca de mi suegra, que llegó con su cara iluminada por la sonrisa a decirme que Batista había abandonado el país. Me vestí rápidamente y salí a la calle. Yo vivía en El Vedado, en el edificio donde aún vivo. Me dirigí a La Víbora, donde nací y residían mis padres. Fui para compartir con ellos la común alegría de aquella noticia. Las calles estaban inundadas de gente que salía,  también contenta, a hacer algo similar, es decir, a celebrar.


En la guagua que me conducía a la casa de mis padres, en un sobre que tenía —y que rompí para poder escribir en él— tracé un poema que se llama “El otro (Enero 1ro., 1959)”, donde recogí el sentir de aquel momento que vivíamos como lo extraordinario que fue. Ese poema ha conocido después muchas publicaciones, incluso versiones a otros idiomas.

Desgraciadamente,  mis padres no se encontraban en su casa, porque estaban haciendo lo mismo que yo, recorriendo los hogares de familiares y amigos para compartir la inmensa alegría. Entonces ya eran multitudes las que llenaban de alegre bullicio las calles.

Regresé a mi casa y me dirigí luego a la de mi hermano Manolo, que había tenido una participación muy destacada en el Movimiento de Resistencia Cívica y vivía en un apartamento en El Vedado. Hacia allí me dirigí con mi esposa, Adelaida, entonces en estado de quien iba a ser nuestra primera hija.

Ese apartamento de mi hermano Manolo se convirtió en una especie de pequeño cuartel general del Movimiento de Resistencia Cívica, por donde pasaron muchas personas que salían de la cárcel. Por ejemplo, allí llamó Armando Hart, que salía del presidio, en lo que ahora llamamos Isla de la Juventud. Adelaida y yo, prácticamente, casi nos mudamos a esa vivienda.

Debo hacer una observación que me hizo mi hermano Manolo. Él era muy agudo, muy penetrante. Años después, cuando yo trataba de fijar lo que habíamos vivido ese intenso 1ro.de enero de 1959, me dijo que en realidad ese fue una especie de día inmenso que solo vino a terminarse el 8 de enero de 1959, cuando Fidel entró en La Habana. Fue una especie de luminoso día encantado y encantador que empezó en el amanecer del 1ro.de enero de aquel año 1959, y que no llegó hasta su fin sino hasta la memorable entrada de Fidel en La Habana.

Recuerdo que el Movimiento de Resistencia Cívica nos pidió a Manolo y a mí que saliéramos armados —con armas que nos dieron— para impedir saqueos, para impedir lo que ocurrió tras el 12 de agosto de 1933, en que desgraciadamente la Revolución de 1930 por una parte se frustró, se fue a bolina, como dijo Raúl Roa y, por otra parte, la justificada ira popular se tradujo en actos muy violentos. Se quiso evitar que se repitieran hechos de esa naturaleza. Pero cuando estábamos en el automóvil llegó la noticia de que debíamos dirigirnos a la Manzana de Gómez, donde se habían atrincherado algunos masferreristas (gente del esbirro Masferrer). Mi hermano y yo fuimos para allá. Pero antes de llegar a la Manzana de Gómez se armó un tiroteo tremendo y tuvimos que salir del automóvil y refugiarnos en una casa de la calle Prado, donde había unos viejitos muy atemorizados, como es natural, por los tiros. Y cuando vieron llegar a dos jóvenes con enormes pistolas en las manos, ¡imagínese!, eso era para intranquilizar a cualquiera. Allí estuvimos un tiempo hasta que amainó el tiroteo.

Muchas cosas pasaron ese día. Escuchamos por radio las palabras de Fidel, extraordinariamente conmovedoras y maravillosas. Fueron en rigor las primeras palabras que él pudo dar a conocer a la radio nacional. Lógicamente, solíamos oír Radio Rebelde, pero ahora eran las estaciones todas que se pusieron en cadena para escuchar a Fidel desde Palma Soriano: y entre otras cosas aludía a que Santiago de Cuba sería libre. A mí me pareció escuchar un poema. Digo más: estoy seguro de que era un poema.

Y en ese largo día de una semana, como dijo mi hermano Manolo, en un momento surgió una consigna: “13-26”, en alusión al 13 de Marzo y el 26 de Julio, dos hechos grandes. Cuando se llegaba a un lugar se decía: “¡Estos son del 13-26!”, y nos dejaban pasar. Al anochecer fuimos a donar sangre al hospital Calixto García, y cuando cruzábamos por una calle del Vedado, alguien gritó: “¡Esos son, sí, esos son!”. Y sentimos que estaban rastrillando las armas para disparar, y resultó una broma, pues la voz añadió: “¡Son del 13-26!”. En verdad,  el “¡Esos son!” era bastante electrizante.

Más tarde traté de recordar cuándo fue que Fidel le habló al pueblo de Santiago de Cuba reunido en el Parque Céspedes y pronunció su primer, extraordinario discurso a la nación después de la caída de Batista y del portentoso triunfo de la Revolución. Yo había olvidado cuándo lo pronunció exactamente. Para muchas personas, aquel discurso lo dijo el 1ro. de enero, pero en realidad parece que fue en la madrugada, entre el primero y el dos. Y la duda estriba en que todo el mundo —y nosotros— estaba como hechizado aquel día del tamaño de una semana. Ese discurso de Fidel fue sencillamente impresionante. Y debo confesar que la atmósfera que se respiraba, el ambiente que reinaba en esas circunstancias, hacía pensar en que nadie quería que se acabara aquel 1ro.de Enero. Y de hecho... no se acabó, pues duró, cargado de emociones, hasta el día 8.

Aquel día 8 Fidel pronunció otro discurso extraordinario en lo que se llamaba todavía el Cuartel de Columbia y después se llamaría Ciudad Libertad. Me refiero a aquel cuando las palomas se posaron en sus hombros, dibujando un símbolo imborrable; cuando Fidel le preguntó a su hermano de la Sierra “¿Voy bien, Camilo?”, una interrogación que fue otro símbolo, el de la lealtad. En fin, todo era como si fuera un sueño, solo que ese sueño era una fabulosa realidad. Así es como nosotros vivimos el 1ro.de Enero de 1959.

            EL OTRO
(Enero 1ro., 1959)
Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¿Quién se murió por mí en la ergástula?,
¿Quién recibió la bala mía,
La para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
Sus huesos quedando en los míos,
Los ojos que le arrancaron, viendo
Por la mirada de mi cara,
Y la mano que no es su mano,
Que no es ya tampoco la mía,
Escribiendo palabras rotas
Donde él no está, en la sobrevida?
 

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