José Antonio Bedia  -  La Jiribilla.- Un fenómeno se nos encima imponiéndonos esfuerzos colosales; indistintamente y sin llegar a acuerdos conclusivos, los teóricos le denominan “globalización o mundialización”. En un instante de tensas contradicciones entre las potencias hegemónicas, entre los países del llamado ‘Tercer Mundo’ y mucho más ostensiblemente entre los primeros y los últimos, la panorámica del proceso en ciernes trasluce la urdimbre de las relaciones internacionales en el siglo XXI. 

Insertos en un mundo unipolar solo criterios avalados con firmes postulados de identidad y que tengan la suficiente ductilidad de adecuarse a los retos actuales, nos permitirán sobrevivir. La “globalización”, es algo más que la simple concentración y centralización del capital, es un fenómeno nuevo de la expansión capitalista. El propio empleo del nombre intenta hacernos creer que estamos ante fuerzas “incontrolables”, “globales”, capaces de paralizar nuestras iniciativas autóctonas; este sello trata de restar toda oposición y aprovecharlo a la hora de insertarnos en la “aldea global”, sin atender a nuestras identidades.


Por otra parte, un grupo de teóricos intentan minimizar nuestra visión de los traumas que implementaría un mundo “globalizado”. Para Paul Hirst y Grahanme Thompson la “globalización” es simplemente un mito, es la disculpa generalizada ante todos los problemas que ocurren en nuestros países. Lo actual, según ellos, es un sencillo cambio de nomenclatura para “la integración”, dentro de la propia existencia del capitalismo. No es así, pues se intentan cambios radicales en las estructuras económicas que conocemos y hasta se ha llegado a pensar en un poder supranacional, pero tomemos solo como base este elemento ingenuo, “un nuevo tipo de ‘integración’”.

Una inicial agrupación de nuestros pueblos en América Latina se produjo, sin proponérselo, con la espada y el arcabuz, por los hombres de la Conquista. De este primer conglomerado integrador que pronto entró en desavenencias con su metrópoli surgen los hombres de la independencia, quienes puntualizan: “nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que otro tiempo fue, [...] no somos ni indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles”[1].  

Cualquier repaso a nuestra integración continental nos remite al discurso independentista. Con un sentimiento de libertad se abrazaban los territorios bajo el dominio español en el Nuevo Mundo. Miranda sueña con la ‘Colombia hispanoamericana’, O’Higgins aboga por una ‘Federación de pueblos de América’, Bernardo Moteagudo con la ‘Federación general de Estados Hispanoamericanos’, Juan Egaña, acota: “El día en que América reunida [...], hable al resto de la tierra, su voz se hará respetable, y sus resoluciones difícilmente se contradirán”[2].

En 1819 Bolívar funda Colombia, por esta época eran sus aspiraciones: “ver formar en América la más grande unión del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y su gloria”[3]. El Congreso de Panamá fue la máxima expresión de sus esfuerzos a favor de la integración continental; sin embargo, luego de la muerte del Libertador, su obra colosal involucionó. A fines del siglo XIX, el término “Panamericanismo” es utilizado por The Evenig Post, pero a favor de la campaña hacia la primera Conferencia Panamericana de Washington, en 1889. El carácter estratégico afloraba consustancial a los intereses del país anfitrión. Ese fue un momento crucial para Martí como defensor de lo que ha trascendido con el nombre de Nuestra América.

Interrumpida por la conquista la obra natural y majestuosa de la civilización americana, se creó con el advenimiento de los europeos un pueblo extraño, no español, porque la savia nueva rechaza el cuerpo viejo; no indígena, porque se ha sufrido la injerencia de una civilización devastadora, dos palabras que, siendo un antagonismo, constituyen un proceso; se creó un pueblo mestizo en la forma, que con la reconquista de su libertad, desenvuelve y restaura su alma propia.[4]

Conocedor de nuestras raíces lanzó su defensa continental hacia una verdadera integración; “La América ha de promover todo lo que acerque a sus pueblos, y abominar todo lo que los aparte”[5]. Una integración solidaria y sin exclusiones es lo que propone, hurga en la autoctonía, pues “La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, […] con leyes heredadas”[6].

Su estrategia encaminada a erigir la “república nueva” toma un carácter ético, defendiendo la autoctonía desde posiciones nada chovinistas y aquilatando con justeza las experiencias de otros pueblos: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo”[7]. Sin embargo, por más que se han dado pasos hacia una integración no se solidifica y a inicios del nuevo milenio ensombrecen los postulados de Julien Freud: “El presente toma el aspecto de una miseria y el porvenir de una angustia porque el pasado se ha perdido”[8].

Los desafíos que encaramos brindan actualidad a las propuestas martianas; sus directrices sobre este particular radican en cohesionar estrategias de equilibrio en las relaciones internacionales. Hoy que la esencia hegemónica de la “globalización” se impone inusitada. Debemos discernir sobre las transformaciones que operan a nivel de las mentalidades y en este mundo unipolar, buscar fórmulas propias a nuestra integración.

Pobreza y deterioro son en América Latina las dos caras de la “moneda global”. Ante este reto tenemos que recordar la historia común y si nuestra primera integración fue llevada a cabo por la violencia de la conquista, y la segunda puesta en marcha con las armas de la independencia, la tercera y definitiva debe basarse en nuestro filial encuentro. Hoy es obligado buscar una integración que sea el resultado del proceso histórico generador de la utopía iberoamericana, capaz de demostrar que aún sigue siendo “la hora del recuento, y de la marcha unida y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”[9].


 


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[1] Bolívar, Simón: “Cartas de Jamaica. Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla.” Obras Completas. Librería Piñango, (s.f.), T. I. p. 174.

[2] Álvarez, Alejandro: La diplomacia de Chile durante la emancipación. Madrid, (S.E.) 1910, P. 261.

[3] Bolívar, Simón: Ibíd. p. 169.

[4] Martí, José: “Los códigos nuevos.” José Martí Obras Completas. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, T.7, p. 98.

[5] Martí, José: “Informe.” Ob. Cit. T. 6, p. 153.

[6] Martí, José: “Nuestra América.” Ob. Cit. T. 6, p. 16.

[7]Martí, José: Ibíd. p. 18.

[8] Ansaldi, Waldo.: “Ni los unos ni los otros: Nosotros.” Nación e Integración en América Latina. Quito, Editora Nacional, 1992. p. 213.

[9] Martí, José: “Nuestra América.” Ob. Cit. T. 6, p. 15.
 

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