Marianela González y Liomán Lima - La Jiribilla.- Las palabras nos hunden o nos salvan, dice Eduardo Galeano, a veces parecen promiscuas y difíciles; pero, en definitiva, son pedacitos de la vida humana… Quizá, por eso, capturar su dimensión, es a veces un reto. Sobre todo, cuando se ha dicho (y se ha escrito) tanto sobre un determinado tema.
Con ese desafío, cinco jóvenes realizadores cubanos se adentraron en las venas de América Latina para "retratar" en un documental (el primero de este tipo), los sacrificios y la voluntad de los hombres de estas tierras que, pesar de los años y las penurias, dicen "yo sí puedo" y se acercan, por primera vez, a la dimensión de las palabras.
Los tonos sepias nos hablan, al principio, de tiempos idos… Estamos en Cuba, en aquellos años atrevidos de la campaña de alfabetización. Como ejército de hormigas, un grupo de jóvenes cruza ríos y sierras con faroles y los libros bajo el brazo.
El paralelismo nos lleva después a cuatro países y cinco historias en América Latina.
Alina Rodríguez, Carlos Machado, Daniel Vera, Benny Ray y Aram Vidal nos llevan a la realidad de los "nadies" de Guatemala, Honduras, Bolivia y Venezuela para entregarnos, con una nueva mirada, un tema riesgoso por el lugar común: el proceso de alfabetización que, con la guía de Cuba, se desarrolla en varios países del continente.
Pero el proyecto Yo sí puedo es solo un pretexto. En su hora y media de duración, más que repetirse en el intento de reflejar la voluntad de superación del hombre a pesar de penurias, está el deseo de "hacer un documental que, más allá de las cifras, muestre ese ser humano, con un rostro, una vida, que quiere salir adelante", afirma el realizador Alejandro Ramírez.
Sin investigación previa y menos de un mes en cada país para terminar la filmación, la obra de estos realizadores no muestra únicamente las realidades, los empeños, las inexperiencias y hasta los errores de "alumnos" y "maestros", sino que intenta penetrar en sus vidas, rutinas y esfuerzos de cada día, haciendo que lo pintoresco, el color local, fluya como uno de los rasgos más llamativos de la obra. Así participamos en procesiones y marchas de protesta, entramos en prisiones, mercados y aldeas. Nos conmovemos ante la historia de la anciana inválida o la de aquella indígena del lago Titicaca…
A primera vista, el documental puede parecernos reiterativo, repetidor de discursos temáticos, no solo entre las propias historias que lo conforman, sino con los propios medios cubanos. Pero lo hace diferente esa búsqueda incisiva en los conflictos, esa mirada desprejuiciada que es denuncia y también aviso.
A pesar de ser un documental hecho por cubanos, la Isla es allí solo una presencia en la búsqueda de un sueño. Los verdaderos protagonistas son la gente que a pesar de sus miserias materiales intenta crecer espiritualmente.
La mirada joven de los creadores intenta descubrir nuevas facetas de esa realidad americana. Tal vez uno de los elementos más interesantes de la obra es su fotografía, con el uso de la cámara en mano ("es un documental guerrillero", dice la realizadora Belkys Vega) y unos excelentes primeros planos, incisivos en los rostros, que intentan develarnos el mundo interior de estos seres humanos.
La directora de fotografía Denise Guerra asegura que fue esto lo que más llamó su atención:"los rostros expresivos y tristes, contrastantes con el color de sus vestidos o su pobreza."
Resalta también la música que acompaña y conmueve junto con las historias, compuesta en su mayoría por jóvenes entre 22 y 25 años (a excepción de una, que fue cedida por el músico cubano Harold Gramatges).
El documental, que se proyectará desde el viernes 25 de enero en el cine Chaplin de la capital, fue sin duda un paso por una cuerda floja para estos jóvenes realizadores. Al decir de Benny Ray, realizador de una de las historias, este es un intento de demostrar que "los límites están en la mente del hombre", que "más allá de un proceso de alfabetización, este proyecto es la muestra de que la voluntad del hombre no tiene fronteras".
