José Manzaneda* - Editorial de Cubainformación revista.- Durante los meses de septiembre y octubre de 2007 más de cinco millones de cubanos y cubanas (de un total de 11, 3 millones de personas) participaron en reuniones de estudio, reflexión y crítica sobre el modelo económico de Cuba, desarrolladas en los barrios, en los centros de trabajo y en los núcleos del Partido y la Juventud Comunista. Un gigantesco proceso de participación democrática que, de no ser por el silencio y la falsificación constante a la que nos someten los monopolios internacionales de la comunicación, dejaría en el más espantoso de los ridículos a quienes siguen proponiendo las democracias formales de mercado como paradigma insuperable de legitimidad popular.

 

1,3 millones de propuestas concretas para modificar aspectos de la vida económica del país procedentes de las voces de ciudadanos y ciudadanas de a pie, de trabajadores, de estudiantes, de campesinos y campesinas, de amas de casa. Una cachetada más desde esta Isla rebelde a las plumas multimillonarias vendidas al mejor postor mediático, a los profesionales “think tank”, inventores de estudios y encuestas a sueldo de las multinacionales del saqueo, y neutrales y rigurosos certificadores de que Cuba -¿a quién se le oye decir lo contrario?- no es una democracia.

Ante los problemas económicos del país que, a pesar del crecimiento de los últimos años y las nuevas alianzas internacionales, siguen golpeando a la población, ¿qué hace la dirección del país? ¿Entrena a una superpolicía? ¿Vende sus empresas a los magnates extranjeros? No: convoca al pueblo. Ejerce la democracia en estado directo y puro.

Hay elementos de la estructura económica que fallan. Y leyes, necesarias en el pasado, que ahora cumplen un papel de corsé para las fuerzas productivas. Es indudable. Y también hay burocracia, corrupción e indolencia administrativa. Pero ni diagnóstico, ni soluciones ni cambios pueden quedar en eso. En las manos y en la conciencia de la ciudadanía, de los trabajadores, está una gran parte de la solución a los problemas, que requiere soluciones colectivas que partan de recuperar el sentido de propiedad social de la riqueza del país. ¿Quién puede en estos momentos olvidar al Che?

Raúl Castro Ruz, actual presidente en funciones del país, se dirigía recientemente a la Asamblea Nacional: “Nuestro pueblo recibe información por muchas vías y se trabaja para perfeccionarlas y eliminar la nociva tendencia al triunfalismo y la complacencia, por garantizar que cada compañero con determinada responsabilidad política informe de manera sistemática con realismo, de forma diáfana, crítica y autocrítica. La crítica es esencial para avanzar.”

Eliades Acosta, nuevo Jefe del departamento de cultura del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, también nos decía: “Aspiramos a una sociedad que hable de sus problemas en voz alta, sin temor, en la que nuestros medios de comunicación reflejen la vida sin triunfalismo, en la que los errores sean ventilados públicamente para buscar soluciones, una sociedad donde haya mucha información y variada, donde haya productos culturales de alto nivel, donde podamos estar en comunicación con el mundo de una manera natural y sepamos defender las esencias de nuestra identidad y las conquistas de la Revolución misma.”

Es un momento fascinante de la historia de Cuba. Este debate que se está desarrollando en todo el país es desafiante en varias direcciones: frente a esquemas internos que parecían intocables y frente a quienes desde el exterior pretenden ver en todo este proceso una “transición” política que sólo es reflejo de su propio espejo ideológico deformado. El poeta cubano Cintio Vitier ya anticipó los momentos presentes, cuando afirmaba que el mayor desafío de Cuba era construir un parlamento en una trinchera.

* Coordinador de Cubainformación

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