Iramis Alonso - Cubaprofunda.- Dania, una colega, se niega a caminar por las calles de La Habana Vieja. Y si no le queda más remedio, a riesgo de tropezar o de que la consideren una maniática, anda con la cabeza alzada, mientras gira el cuello de un lado a otro, intentando adivinar de cuál ventana caerán en su cabeza aguas jabonosas u otras sustancias más agresivas. Días atrás, Dania casi pierde una elegante saya negra, recién estrenada, a causa de varias salpicaduras de cloro que llovieron sobre ella cuando paseaba distraídamente por el enclave más turístico de la capital cubana.

Sucesos como este van haciéndose habituales en la ciudad. Caminar por la esquina de San Miguel y Jorge, en la Víbora, es como enfrentar un naufragio. Con total desprecio por el transeúnte una señora lava habitualmente en el balcón, a cualquier hora. Por la tubería que desemboca en la acera, las aguas grises se precipitan, torrenciales, sobre la tierra de un parterre y el contenedor de basura (¡¡¡Ay, olores!!!), mientras una música escandalosa evita que la alegre lavandera escuche las quejas de vecinos y pasantes.


No muy lejos de la turbulenta esquina, una jauría de perros hace de las suyas en el paso que bordea la escuela primaria Jorge Matos. No son perros abandonados. Sus dueños los dejan salir a defecar y no se molestan en recoger después las deposiciones. Los alumnos deben esquivar los montones de excreta cada día, a veces sin éxito. La acera de la caca, así la nombran.

A tales calamidades agréguense los bocinazos atronadores y persistentes con que algunos choferes regañan, con razón y sin ella, a peatones, ciclistas u otro conductor, aderezados no pocas veces con una riada de soeces palabrotas. Súmese también lo difícil que resulta a esos propios choferes recorrer, por ejemplo, una vía tan concurrida como la Calzada de 10 de octubre, cuando se acometen los necesarios trabajos de reparación justo en los momentos de más tráfico, en vez de en horario nocturno, digamos. O el irrespeto constante a cualquier cartel que solicite que no se pise el césped, se arroje basura.

El colmo, entre tantos que podrían mencionarse, fue ver orinar a un ciudadano en plena tarde, apoyado en una columna del Museo Nacional de Bellas Artes. El líquido ambarino que bajó por el portal hasta la acera, era una ofensa a toda humanidad.

Desgraciadamente muchos identifican la protección del medio ambiente con el cuidado de la naturaleza. Piensan que lograr una armonía ecológica tiene que ver solo con conservar paisajes bucólicos arrullados por el canto de las aves.

Craso error. El medio ambiente construido, el paisaje urbano, tiene que ser también protegido, valorizado. En él, las personas necesitan encontrar limpieza, equilibrio, belleza, para poder tener una vida digna. La urgencia por que salir a la calle no sea un momento de pesadez, ira o congoja marca la cotidianidad de la capital de Cuba.

Hace falta cultura, es cierto. Hace falta explicar, informar, convencer. Pero hace falta también un poquito de mano dura, unas cuantas multas, que instituciones e inspectores se tomen esto más en serio, porque disposiciones regulatorias existen.

A modo de anécdota quiero revelar una experiencia personal. Desde que un inspector me sorprendió andando sobre los parterres de la 5ta. Avenida al cruzar la calle rumbo a la escuela, cuando era estudiante de preuniversitario, hace más de 20 años, nunca más he vuelto a pisar un césped.

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