Existe la profunda convicción de que todo, absolutamente, es mercancía, incluidas las personas (desde un presidente en campaña hasta un humilde ciudadano que busca empleo). También, por supuesto, las noticias. Una noticia no tiene que ser verdadera, sino parecerlo. En realidad, los medios fabrican y venden estados de opinión e imaginarios sociales. El mundo de las noticias es glamoroso. Los periódicos tienen muchas páginas, muchas fotos de hombres y mujeres hermosos, de carros deportivos del año, narran historias melodramáticas, accidentes espeluznantes, finales felices, siguen a príncipes y magnates que permiten ser observados "indiscretamente", por el ojo de la cerradura. El lector comprador piensa que tiene muchas opciones; cree incluso que está bien informado. Los medios reproducen las mismas noticias, como si fueran uno solo, pero la gente cree que lee cosas diferentes. Las discusiones a veces parecen estériles: uno enarbola razones, argumentos, muestra pruebas y espera ser rebatido o confirmado. Vana esperanza. Las noticias inventadas se repiten y acaban por aceptarse como válidas. Basta con que lo diga el grupo PRISA o aparezca en CNN. De la nada aparece una bloguera entre las cien personas más "influyentes" del mundo; entiéndase, es lo que dice Time.
Pero existe otro plano de la realidad que los mercaderes no controlan. Cuando los médicos cubanos llegaron a un país como Honduras –invadido durante décadas de noticias falsas-, la población descartó de inmediato toda la basura mediática sobre Cuba que se había acumulado en su memoria. En el plano de los hechos, las palabras tienen una acción limitada. Una fría madrugada acompañé a una doctora hasta una apartada choza de barro y piso de tierra, porque una parturienta necesitaba de sus auxilios. Mientras ella propiciaba el parto, yo sostenía la vela que le permitía ver. En una de las paredes descascaradas había un anuncio de un candidato a senador. Pero aquella señora, mucho más joven que yo, musitaba: después de Dios, Fidel. Es una anécdota trivial por repetida, que los grandes medios, sin embargo, ignoran. ¿Cómo puede Cuba vencer tantas palabras en su contra, palabrejas con vida que inoculan su veneno diario en los medios de difusión? Con hechos. ¿Quién es hoy Armando Valladares, el falso poeta inválido que salió caminando de la cárcel? ¿Quién será mañana esa bloguera que ahora retratan expertos manipuladores de imagen? Por eso cuando un hombre como Fidel Castro escribe o habla, todos (amigos y enemigos) leen o escuchan con atención.
Los hechos son testarudos enemigos de las sociedades de mercado. Y los hombres que no se venden, referentes de culto.
Pero existe otro plano de la realidad que los mercaderes no controlan. Cuando los médicos cubanos llegaron a un país como Honduras –invadido durante décadas de noticias falsas-, la población descartó de inmediato toda la basura mediática sobre Cuba que se había acumulado en su memoria. En el plano de los hechos, las palabras tienen una acción limitada. Una fría madrugada acompañé a una doctora hasta una apartada choza de barro y piso de tierra, porque una parturienta necesitaba de sus auxilios. Mientras ella propiciaba el parto, yo sostenía la vela que le permitía ver. En una de las paredes descascaradas había un anuncio de un candidato a senador. Pero aquella señora, mucho más joven que yo, musitaba: después de Dios, Fidel. Es una anécdota trivial por repetida, que los grandes medios, sin embargo, ignoran. ¿Cómo puede Cuba vencer tantas palabras en su contra, palabrejas con vida que inoculan su veneno diario en los medios de difusión? Con hechos. ¿Quién es hoy Armando Valladares, el falso poeta inválido que salió caminando de la cárcel? ¿Quién será mañana esa bloguera que ahora retratan expertos manipuladores de imagen? Por eso cuando un hombre como Fidel Castro escribe o habla, todos (amigos y enemigos) leen o escuchan con atención.
Los hechos son testarudos enemigos de las sociedades de mercado. Y los hombres que no se venden, referentes de culto.