Ariel Terrero - Cubaprofunda.org .-  En el afán por definir la magnitud del pecado, aquel funcionario inició la comparación, pero vaciló antes de concluir. Un trabajo que, por mal hecho, debe repetirse –dijo- implica la pérdida de recursos invertidos por el país y eso es igual, casi igual, que el desvío de recursos…, aunque el hurto siempre es peor –aclaró presuroso.
¿Cuál de estos dos castigos lacera más? Difícil respuesta, porque los daños de ambos convergen en un punto.

El robo -manera más apropiada de llamar al “desvío” de marras-, corrompe al alma y a la sociedad. A la sombra de carencias contemporáneas, corre el riesgo de naufragar el pensamiento martiano: “… la pobreza pasa: lo que no pasa es la deshonra que con pretexto de la pobreza suelen echar los hombres sobre sí”, dijo el hombre que prefirió echar su suerte con los pobres de la tierra.


Con la desidia que acompaña a no pocas obras, pasa otro tanto. Una construcción mal terminada, una tubería cuyo recambio no eliminó filtraciones en la red hidráulica, un edificio que aguarda durante años por detalles constructivos que lo hagan habitable, sacos de cemento endurecidos en algún almacén de larga espera… desangran a la economía y a la moral. Las chapucerías se tragan materiales, combustibles y energía humana, hacen estéril el gasto y obligan a multiplicarlo. El derroche de los recursos invertidos en pifias de la construcción tiene una expresión económica, dolorosa en un país torpedeado por el Período Especial; pero a la par sabotea valores fundamentales para una sociedad socialista: el trabajo, la planificación, el ahorro.

El remedio se torna urgente hoy. Cuba se ha visto obligada a reducir las inversiones programadas para este año por el impacto en la economía de los incrementos de precios de los combustibles, de los alimentos, y de prácticamente todo lo que importamos, informó hace unos días el secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, Carlos Lage. “…y serán necesarias nuevas reducciones”, agregó. “Aún así –advirtió también- el plan de inversiones del 2008 es un 29 por ciento superior al del pasado año y 2,4 veces el del año 2000”.

Recurrente para los cubanos, el ejercicio de apretarse el cinturón es, sin embargo, algo más que un imperativo de supervivencia económica. No solo se trata de gastar menos. El desafío de emplear con más eficiencia los recursos disponibles -incluidos dos abundantes, vitales y muchas veces desperdiciados: el tiempo y la energía humana- plantea a la nación la exigencia de planificar las inversiones de manera sabia, organizar bien las labores de cada jornada, ahorrar y reivindicar el valor del trabajo, tanto en la construcción como en otras actividades económicas.

Del reciente llamado de Lage me llamó en particular la atención el reclamo de una jornada laboral de ocho horas de alta productividad. “Las horas extras en la construcción se originan casi siempre en la falta de productividad de la jornada normal”, dijo ante los presidentes de Asambleas Municipales del Poder Popular.

En el tiempo mal empleado, en una obra chambona y en una construcción cuya terminación se alarga hasta el infinito en abierta burla de los cronogramas, asoman un despilfarro que contradice la necesidad de ahorrar y las acrecentadas necesidades de viviendas de la población. Ponen en tela de juicio, además, la capacidad del socialismo para planificar racionalmente sus recursos y el valor mismo del trabajo.

Por supuesto, además de reclamar productividad y aguijonear a las empresas y a sus obreros, para funcionar bien la economía necesita de condiciones, salariales incluidas, que estimulen la organización del trabajo en las construcciones y rendimientos más altos. En esa línea, el Ministerio de la Construcción y una comisión del Buró Político realizan actualmente un análisis integral de la actividad para adoptar en su momento medidas que eleven la capacidad constructiva del país.

La actual coyuntura, insisto, no solo plantea la urgencia de gastar menos. Tal lectura sería estrecha. Cuba tiene ante sí la oportunidad de poner coto a un viejo cáncer de las construcciones y, sobre todo, el desafío de moldear paradigmas económicos del socialismo que en la vida real todavía son escurridizos.

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