Graziella Pogolotti - La Jiribilla.- "Cuando Nora Calviño me convocó a esta sesión sobre Lucía y Humberto Solás, y me llevó unas páginas que yo había escrito y olvidado, publicadas en Cine cubano con las de Renecita Méndez Capote y Camila Henríquez Ureña, fue como si la película girara hacia atrás y me llevara a recolocarme en una época que muchos de los que estamos aquí hemos vivido conjuntamente.

Es imprescindible recordar no solamente lo que ha significado la obra de Humberto Solás, ya absolutamente indiscutible, y una película como Lucía, sino el clima intelectual, ideológico y cultural en que este fenómeno se produce.


Pertenezco a una generación de cinéfilos, que fuimos en una época ratones de cinemateca. Pasé, como muchos otros, por los cursos que Valdés Rodríguez ofrecía en la universidad sobre el cine, arte e industria de nuestro tiempo, en el cual perseguía “desaforadamente” lo específico cinematográfico. Inoculados por aquello, en donde quiera que estuve recorrí las cinematecas más inauditas, pasmada a veces con cierto esnobismo ante materiales que quizá ahora me parecerían insufribles.

Quiere decir que nosotros ansiábamos el nacimiento de un verdadero cine cubano. Habíamos visto por aquel entonces alguna película mexicana, alguna brasileña, que nos iban ofreciendo la perspectiva de lo que pudiera ser nuestro cine, del tremendo vacío que había que llenar entre nosotros. Sin duda, la aparición de los primeros documentales, de los primeros filmes producidos por el ICAIC, con todo lo que había en ellos todavía de tanteo, fue siempre, en cada estreno, una noche de fiesta. Por fin habíamos encontrado el camino, y era un camino que convocaba a los escritores y a los artistas de la época, muy lejos todavía de cierta compartimentación profesional que existe en nuestros días. El ICAIC, por lo tanto, no fue solamente la institución que pudo canalizar eso que para nosotros era la realización de un sueño, sino que fue, en aquellos años 60 una verdadera caldera donde se cocinaban las ideas. Fue una etapa que tuvo una densidad ideológica difícilmente comparable con ninguna otra.

En esos momentos no solamente circulaban entre nosotros —muchas veces con el patrocinio del ICAIC— las distintas tendencias dentro del marxismo, sino que también cobraba fuerza esa noción que se había ido formulando a finales de los 50, y que tenía que ver con el Tercer Mundo, el subdesarrollo y la perspectiva revolucionaria desde esta zona del mundo. Aquello que no solamente se incentivó con el triunfo guerrillero en Cuba sino con la expansión de los movimientos de liberación nacional.

Es muy curioso que estemos conmemorando los 40 años de Memorias del subdesarrollo y los 40 años de Lucía. Pienso que es cierta la contraposición entre los proyectos cinematográficos de Titón y de Humberto Solás, pero me llama la atención que en uno u otro, en términos diferentes, se estuviera planteando el problema del subdesarrollo y también ese gran problema que estaba presente tanto en el ambiente de los cineastas como en el ambiente de los teatristas, en unos y otros motivados en gran medida por la lectura de Brecht, de la necesidad de forjar un público nuevo, crítico, pensante y activo. Un público que, en términos ya protagónicos, tomara conciencia de su ser y de la razón de su existir. Esto, a pesar de las diferencias estéticas y conceptuales, está por debajo de una gran parte de la cinematografía que se hizo en Cuba en aquellos años. Pero también en ese debate ideológico presente en los años 60 se destacaban dos puntos de vista: aquel que propagaba la pertinencia de un modelo único, y aquel otro que, teniendo en cuenta los componentes específicos del subdesarrollo y de la historia colonial y neocolonial, se planteaba una perspectiva diferente: la posibilidad de construir el socialismo a partir de estos otros factores y teniendo en cuenta las particularidades de una historia y de una cultura. De todos modos, esta última corriente, aquella que partía del análisis de la originalidad de nuestros procesos, enfatizaba en la necesidad de una relectura de la historia, que también está presente en la documentalística de esos años tanto como en el caso de Lucía.

Aquella polémica entre la universalidad de un modelo y la especificidad de otro, de algún modo zanjaba, en ese preciso 1968, año del centenario de La Demajagua, el discurso de Fidel que se recuerda por aquello de: “Ellos hubieran sido como nosotros, nosotros hubiéramos sido como ellos”, que reafirmaba la coherencia, la continuidad de lo que en aquel entonces Fidel llamó los cien años de lucha.

Creo que ahora, cuando acostumbramos a revisitar con tanta frecuencia nuestro pasado, es conveniente recordar los términos precisos en los cuales se estaba planteando el debate y el sentido que se le daba a la historia, no uno pedagógico, sino orientado hacia provocar la toma de conciencia, el redescubrimiento del sí, y favorecer el crecimiento de un espectador activo.

Lucía, por lo tanto, irrumpe en este contexto de la mano, desde luego, de un autor cinematográfico, pasado por la personalidad de Humberto Solás, que siguió desarrollándose a través de los años. Me ha llamado la atención, y es algo que tiene que ver con las zonas de memoria y las zonas de olvido, que en el comentario que hicimos Camila, René y yo en relación con Lucía, se enfatizara precisamente la reivindicación del proceso emancipador de la mujer, no desde una perspectiva feminista, de la cual personalmente he estado siempre bastante alejada, pero sí teniendo en cuenta el papel de subordinación de la mujer, que no ha sido tenido en cuenta lo suficiente por los teóricos más ortodoxos.

Realmente, cuando las llamadas teorías de género empiezan a circular entre nosotros, afincándose básicamente en estudios literarios y de las artes plásticas, mucho se ha comentado acerca de que este tema entra en Cuba con cierta tardanza, a finales de los años 80 y principios de los 90. Por otra parte, algunos análisis que se han hecho de nuestra narrativa apuntan que también en este caso la novela y el cuento son bastante desconocedores del problema de la mujer, hasta que esta última va tomando progresivamente la palabra en el espacio público en los últimos veintitantos años.

En este sentido, creo que el cine de Solás constituye una obra precursora y merece que actualmente, con todas las herramientas puestas en circulación por las teóricas del género, sea situado en el justo lugar. Humberto, sin duda, con su obra cinematográfica, ha sido una personalidad que ha marcado no solamente el desarrollo de la cultura cubana, sino, pienso, que con esa fuerza extraordinaria que tiene el cine, más que otras manifestaciones de la creación artística, ha contribuido al despertar del público, al proceso de auto reconocimiento y construcción de esa necesaria identidad.

Intervención en el panel “A 40 años de Lucía” en la galería Servando Cabrera del ICAIC, 6 de octubre de 2008.

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