Ha muerto Humberto
Joseba Macías - Cubainformación.- Otra vez noticias que nos alteran. La muerte inesperada de Humberto Solás, uno de los grandes nombres de la cinematografía cubana, nos ha dejado así, tristes y sin palabras. No hace mucho que estuvo entre nosotros-as. En esos días, con motivo del acercamiento a estas latitudes de su película «Barrio Cuba», nos encontramos con él, por primera vez, en el Cine Capitol de Bilbao. Aquellas palabras son hoy nuestro mejor homenaje para este Humberto que, ahora mismo, galopa y galopa…
Texto publicado en Cubainformación en papel nº 7 - Otoño 2008
“Arratsaldeon, buenas tardes. Decía el poeta Vicente Huidobro que los cuatro puntos cardinales son realmente tres: Norte y Sur. Y paradojas de la vida, aquí en este Norte que en realidad es el sur de nuestro país (cuestiones de geografías pendientes y aritméticas del aire) es donde por fin encuentro a Humberto Solás, cuando nos sentamos juntos para intercambiar cromos y quién sabe. El caso es que nunca habíamos llegado a coincidir antes aunque habíamos hablado por teléfono, tenemos amigos comunes y alguna que otra complicidad en la distancia. En el tiempo en el que estuve trabajando como profesor coordinador de la Cátedra de Cine Documental de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, el nombre de Humberto nos acompañaba muchas veces entre el ron y las puestas de sol en esa hermosa utopía del ojo y la oreja que soñara Fernando Birri con personas tan cercanas a los dos como Enrique Pineda Barnet, Octavio Cortazar, Julio García Espinosa, Daniel Díaz Torres o Jorge Fuentes. Y es que Humberto, este Humberto que está hoy aquí con nosotros y nosotras, es un creador intransferible en esta contradictoria fábrica de sueños que nos inspira por encima de culturas y latitudes.
Dicen las crónicas que nació en el barrio de San Juan de Dios, en pleno corazón de La Habana Vieja, es decir, rodeado de visiones que luego serían planos y travellings de puntos mágicos como la fachada lateral de la Catedral, la Loma del Ángel, las rejas de decenas de puertas y ventanas o esos balcones de sábanas blancas a los que pusieron acordes Silvio o Gerardo Alfonso. El caso es que leo que a su madre le gustaban las películas españolas, a su padre las norteamericanas y él se decantó por (blanco o negro)… el neorrealismo italiano. Una película de Vittorio de Sica titulada «Humberto D.» (paradojas) parece ser que fue esencial en su vida y como tantos otros jóvenes inquietos de aquella Cuba convulsa que en poco tiempo repartiría por el mundo una nueva conjugación de términos como justicia o dignidad decidiría ser cineasta. Luego vendrían, claro está, el ICAIC, la alfabetización y la reforma agraria, la expansión del campo de lo posible entre el azúcar y los lunes de revolución y, por supuesto, «Lucía», un maravilloso tríptico de la mujer cubana que se convertiría en uno de los grandes hitos del todavía no conceptualizado como nuevo cine latinoamericano y que convertiría a nuestro Humberto en un nombre fundamental en las vanguardias artísticas del continente. Más tarde luces y sombras, contradicciones y vaivenes de un proyecto social humano, esencialmente humano, y «Cecilia», «Un hombre de éxito», «El siglo de las luces», «Miel para Oshún» o «Barrio Cuba», su último trabajo que podemos ver entre nosotros estos días y que yo dejé semanas atrás en el cine Yara en el inicio de La Rampa entre colas, helados de Coppelia y alguna que otra lágrima perdida, cuestión de identificaciones con historias demasiado cercanas.
Y en medio de todo esto, de bloqueos externos e internos, de sueños y planos secuencias siempre pendientes, Humberto decide un buen día poner en marcha otro proyecto mágico y maravilloso, democrático y popular llamado Festival del Cine Pobre, lo saca de La Habana, lo lleva a provincias y ya. En poco tiempo se convertirá en un punto de referencia fundamental del otro cine, el carente de grandes medios pero rebosante de creatividad, el huérfano de presupuestos de vértigo pero colmado de historias pegadas a la realidad en las que los y las cineastas del Sur aprenden a hablar consigo mismos y nos lo cuentan. Como él va a hacer ahora entre todos nosotros. Sólo una anécdota para terminar: nuestros alumnos de la Cátedra de Documental de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio léase cubanos, chilenos, hondureños, salvadoreños, brasileños o de Burkina Fasso, están deseando enviar sus trabajos cada año al Festival del Cine Pobre porque saben que en ese marco son realmente ricos en lo que verdaderamente importa: socializar una visión de su realidad inmediata llena de ternura y humanidad. En definitiva, socializar la felicidad. Porque realmente la felicidad es subversiva cuando se colectiviza. Gracias por su visita, Humberto. Cuando usted quiera”.