Antonieta César - Cuba Trabajadores.- Con salas repletas de un público que los conoce desde hace mucho, Omara Portuondo y Alfredito Rodríguez despidieron este año 2008 con lo mejor de sus repertorios en música cubana e internacional, en medio de aplausos estruendosos y extraordinarias muestras de cariño.


La gran Diva del Filin paseó su gracia de siempre, esta vez en el coliseo de la calle Calzada, junto al arte de los maestros de la Orquesta Sinfónica Nacional, que, bajo la batuta del avezado y versátil Enrique Pérez Mesa, ofrecieron un concierto que será memorable.

El programa tuvo dos partes: la primera de ellas dedicada al aniversario 50 del triunfo de la Revolución Cubana y al 105 de la fundación del Conservatorio Amadeo Roldán, que dirige el maestro Roberto Chorens Dotres, también director general de la Sinfónica.

Este centro centenario de estudios ha sido cuna y fragua de generaciones que dieron a nuestro país prestigio, renombre y respeto en el campo musical, y hoy acoge exitosamente a futuros cultivadores del arte que bien combina sonidos y tiempo.

Para el comienzo de las presentaciones, que pudieran tomarse como especie de introducción, se realizó una ajustada selección abierta, mediante Las bodas de Luis Alonso, de Jiménez; continuó con Polka y Pizzicato, de Strauss, y cerró con Pompa y Circunstancias, de Elgar.

Omara, según anunciaban las notas al programa, tendría una actuación especial en la segunda parte, donde se creció desde el inicio con la interpretación de Si llego a besarte, de Casas Romero, y cerró con el Quiéreme mucho, de Roig, y un Amigas, a capella, que emocionó hasta la médula a los presentes, ante el cariño entrañable que la intérprete conserva por Elena Burke y Moraima Secada.

Entre los asistentes se encontraban nuestro canciller Felipe Pérez Roque, el Premio Nobel Gabriel García Márquez, y miembros del cuerpo diplomático acreditado en Cuba.

Dos horas después, en el gran teatro de la calle Línea, Alfredito Rodríguez se entregó al afecto de sus seguidores, y los estuvo complaciendo una y otra vez. Acompañado en el teclado por su hijo, de igual nombre, y un coro de voces, comenzó con el villancico Noche de paz, pretendió terminar con el Ave María, de Schubert, pasó por páginas de Don Miguel Matamoros, y se regodeó en temas de la Década Prodigiosa. Como buen comunicador transmite y recibe, y en este toma y daca casi no se dio cuenta de que la noche avanzaba… y el teatro lleno.

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