Los 15 días de fiesta teatral brindan homenaje al aniversario 140 de los sucesos del teatro Villanueva, la masacre perpetrada por el cuerpo de voluntarios al servicio de la corona española el 22 de enero, convertido por esa causa en el Día del Teatro Cubano.
Las Jornadas han sido deudoras del XII Festival Nacional de Teatro de Camagüey, que se anunciaba para septiembre del año pasado y se dedicaba al 50 aniversario de la fundación de Teatro Estudio y sus dos creadores, Vicente y Raquel Revuelta, y al recuerdo del estreno de Electra Garrigó, de Virgilio Piñeira, en 1948. El Festival camagüeyano tuvo que ser suspendido a causa de los destrozos provocados por el ciclón Ike en aquella provincia, por lo cual el Consejo Nacional de las Artes Escénicas decidió organizar las Jornadas de Teatro con una selección de las puestas en escena estrenadas en los dos últimos años en todo el país, rescatando con ello el espíritu del malogrado encuentro y brindando una imagen de lo mejor del panorama teatral nacional en una especie de "Camagüey en La Habana".
Se presentaron así en la capital obras como Puerto de Coral, de Teatro Pálpito; Aquicualquier@, de El Público; Cintas de seda, de Teatro Alas; Aceite + Vinagre = Familia, de Teatro del Viento; Los Zapaticos de Rosa, de Teatro de las Estaciones; Eureka en apuros, de El mejunje, y Baile sin máscaras, de la Compañía Teatral Rita Montaner, entre muchas otras.
La ceremonia de clausura tuvo lugar en el Centro Cultural Bertolt Brecht y fue atendida por el ministro de Cultura Abel Prieto junto a numerosas personalidades del arte escénico cubano. El jurado, presidido por Carlos Pérez Peña —cuyo Premio Nacional de Teatro 2009 le fue entregado en el marco de estas Jornadas—, y formado además por Bebo Ruiz, Mercedes Ruiz, Jesús Ruiz, Tony Díaz, Nieves Laferté, Alexis Díaz de Villegas y Michaelis Cué, otorgó el Gran Premio de Puesta en Escena a Carlos Díaz y el Teatro El Público por la obra ¡Ay, mi amor!, escogida, en palabras del plantel, por la lucidez con la que selecciona cada uno de los elementos que componen la puesta en escena y la efectividad con que estos se integran, por la maestría en la conducción de un joven actor hacia una gran complejidad interpretativa y porque reconstruye, a partir de la fragmentación, desde una teatralidad entrañable, la memoria histórica, artística, humana y social.
Las Jornadas han sido deudoras del XII Festival Nacional de Teatro de Camagüey, que se anunciaba para septiembre del año pasado y se dedicaba al 50 aniversario de la fundación de Teatro Estudio y sus dos creadores, Vicente y Raquel Revuelta, y al recuerdo del estreno de Electra Garrigó, de Virgilio Piñeira, en 1948. El Festival camagüeyano tuvo que ser suspendido a causa de los destrozos provocados por el ciclón Ike en aquella provincia, por lo cual el Consejo Nacional de las Artes Escénicas decidió organizar las Jornadas de Teatro con una selección de las puestas en escena estrenadas en los dos últimos años en todo el país, rescatando con ello el espíritu del malogrado encuentro y brindando una imagen de lo mejor del panorama teatral nacional en una especie de "Camagüey en La Habana".
Se presentaron así en la capital obras como Puerto de Coral, de Teatro Pálpito; Aquicualquier@, de El Público; Cintas de seda, de Teatro Alas; Aceite + Vinagre = Familia, de Teatro del Viento; Los Zapaticos de Rosa, de Teatro de las Estaciones; Eureka en apuros, de El mejunje, y Baile sin máscaras, de la Compañía Teatral Rita Montaner, entre muchas otras.
La ceremonia de clausura tuvo lugar en el Centro Cultural Bertolt Brecht y fue atendida por el ministro de Cultura Abel Prieto junto a numerosas personalidades del arte escénico cubano. El jurado, presidido por Carlos Pérez Peña —cuyo Premio Nacional de Teatro 2009 le fue entregado en el marco de estas Jornadas—, y formado además por Bebo Ruiz, Mercedes Ruiz, Jesús Ruiz, Tony Díaz, Nieves Laferté, Alexis Díaz de Villegas y Michaelis Cué, otorgó el Gran Premio de Puesta en Escena a Carlos Díaz y el Teatro El Público por la obra ¡Ay, mi amor!, escogida, en palabras del plantel, por la lucidez con la que selecciona cada uno de los elementos que componen la puesta en escena y la efectividad con que estos se integran, por la maestría en la conducción de un joven actor hacia una gran complejidad interpretativa y porque reconstruye, a partir de la fragmentación, desde una teatralidad entrañable, la memoria histórica, artística, humana y social.