Lianet Arias Sosa  - Granma.- Los medios de prensa revelan nuevas cifras cada día. La influenza A (H1N1), que surgió hace apenas unos meses, mantiene en vilo a no pocas personas en el mundo. Muchas de ellas, sumidas en el frenesí de la vida contemporánea, ignoran realidades no tan privilegiadas por las grandes agencias, pero que llevan consigo la triste marca del abandono.


Eche una mirada a su reloj. Justamente en una hora habrán muerto 1 500 seres humanos por una enfermedad infecciosa; más de la mitad, serán niños menores de cinco años. En África, cuando culmine este día, la malaria habrá dejado unas 3 000 víctimas entre los infantes. En el año, este tipo de padecimientos quitará la vida a cerca de 14,9 millones de personas.

Los ricos les llaman "enfermedades tropicales". Desde Cuba, aunque también se acepta el término, vale precisar que el dengue —una de ellas— fue descrito por primera vez en Filadelfia, Estados Unidos, hace ya mucho tiempo. Por eso, más que tropicales, las infecciosas son padecimientos de la pobreza. Los mayores estragos, claro está, ocurren en los países pobres, donde el acceso al agua potable y el nivel higiénico-sanitario todavía no se resuelven.

Hace poco más de 70 años, justo en 1937, vio la luz el Instituto de Medicina Tropical (IPK). Entonces no se nombraba Pedro Kourí, pero el médico y profesor, quien lo fundara e impulsara, inició desde allí una labor investigativa dirigida a cambiar la historia que a Cuba —un país subdesarrollado— le hubiese tocado contar.

EL MÁS ALTO NIVEL EN EL MENOR TIEMPO POSIBLE

La primera sede estuvo en el hospital Calixto García, de La Habana. Tenía dos aulas, un museo pequeño y laboratorios corrientes. "A pesar de los pocos recursos, hizo un trabajo meritorio. Venían estudiantes hasta de Estados Unidos a formarse ahí. Se escribieron libros y se hicieron aportes a las ciencias de la parasitología. (¼ ) Intentaron, incluso, construir una segunda planta para ingresar pacientes, pero las autoridades dijeron que no había fondos. La salud pública no era para ellos una prioridad", afirma Gustavo Kourí, actual director del Instituto.

Después de 1959, la Revolución avivó el sistema de salud pública y, con él, a la institución. Los años setenta resultaron importantísimos. Con la presencia cubana en África, Fidel propuso el fortalecimiento del IPK para evitar la entrada de enfermedades eliminadas o que nunca habían existido en la Isla. Era necesario llevarlo hasta el más alto nivel científico en el menor tiempo posible.

"Enero de 1979 marca el comienzo de la nueva etapa, con las orientaciones de Fidel. Él dijo, además, que el primer objetivo consistía en proteger a la población cubana de las enfermedades infecciosas, y el segundo, en cooperar con los países del llamado Tercer Mundo y con el orbe, en general", explica Kourí.

El IPK tiene hoy responsabilidades mayores con el sistema nacional de salud. Es allí donde determinan qué está sucediendo en Cuba desde el punto de vista de la parasitología y la microbiología. "Eso nos consume un tiempo y una dosis grande de recursos materiales que el gobierno pone a nuestra disposición. Aquí se hacen más de 100 000 determinaciones en años normales; porque, por ejemplo, el 2009 se viene comportando de manera atípica debido a la aparición de la ya pandemia de influenza", destaca Alina Llop, subdirectora del IPK. Por otra parte, "todo lo que se considere extraño, exótico o no habitual (de naturaleza infecciosa), viene a parar a esta institución", afirma.

Muchas son las enfermedades infecciosas que no existen habitualmente en la Isla y cuyo estudio lidera este centro a nivel nacional. El dengue es una de ellas: salvo Estados Unidos, Canadá y Chile, las naciones americanas lo sufren aún. Argentina, Bolivia, México, El Salvador y Venezuela —más allá de nuestra región, Malasia y Singapur— han sido algunos de los países beneficiados por la colaboración cubana en esta esfera. Desde los años sesenta la malaria también desapareció de nuestro archipiélago; sin embargo, un grupo de trabajo integral del Instituto organizó en Gambia un programa contra ese mal.

"En el caso del cólera, que tampoco existe en nuestro país, realizamos aquí el ensayo clínico de una novedosa vacuna cubana —resultado de la unión de varias instituciones del Polo Científico del Oeste—, y ahora se efectúa el trabajo de campo en Mozambique. También estamos investigando, junto al Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, una para el dengue. Se encuentra en estos momentos en fase pre-clínica", destaca Kourí.

EL LUGAR MERECIDO

En 1993 el Instituto ocupa el área que mantiene hasta hoy. Durante todo este tiempo, haber evitado la penetración de enfermedades exóticas en Cuba constituye el primer y más significativo aplauso que merece; y aunque fueron sus especialistas quienes diagnosticaron la agresión biológica de dengue en 1981, y la Academia de Ciencias ha sabido reconocer su empeño con 80 lauros, el centro va más allá:

"Hemos formado a casi 40 000 personas, entre ellas, unas 3 800 de 80 países. Aquí han venido profesionales hasta de Australia", señala Kourí, quien recuerda, además, que universidades foráneas, incluso estadounidenses, han señalado los méritos del IPK.

Un suceso lo resume todo: comités de expertos de organismos internacionales evalúan la sustitución de la famosa vacuna de las "goticas" para el control de la poliomielitis. La industria farmacéutica detendrá la producción con el fin de poner en su lugar una más cara. Ante la situación, la Organización Mundial de la Salud acudió al Instituto. Le pidió que realizara un ensayo clínico —ahora mismo se hace en Camagüey—, para poder usar una dosis menor, bajar su precio, y que —aun así— sea efectiva. "Eso significa un reconocimiento mundial", destaca Kourí.

El IPK, centro de referencia nacional para la clínica del VIH/SIDA, pretende, sobre todo, conservar el prestigio acumulado hasta ahora. Con buena luz de futuro, Fidel había trazado una línea fundamental: el objetivo no podía ser solamente inaugurar un instituto para nuestro país, sino para el orbe.

En los primeros años de la Revolución, cuando una parte del profesorado de Medicina de la Universidad de La Habana abandonó Cuba, ninguno de los que por aquel entonces ejercía en la Cátedra dirigida por Pedro Kourí renunció a su trabajo. A más de 70 años, la elección —que es la misma— se consolida todavía más: "Siempre tenemos la perspectiva de mantenernos en un buen estándar internacional, impedir que entren enfermedades en Cuba y desarrollar la ciencia. Estar en el mundo entero, donde haga falta", concluye su director.

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