Al hilo de la cuestión, sé de un apátrida cubano (de profesión, vivir del cuento, difamar y mentir), afín a la extrema derecha hispana, que entró al recinto deportivo como gallito pero salió sin plumas y cacareando. Su primera intención era organizar una provocación pública, aprovechando que el evento deportivo se televisaba para Cuba, pero debió pensárselo mejor porque, pese a estar en territorio conocido (vive en la zona), decidió dejar en su casa una pancarta cuyo lema era “Cuba Cambio Ya”. Quizás llegara a lamentarse- ufano él- que tomando esa decisión, ya no habría ninguna pancarta contestataria en el estadio. Se equivocó.
¿Cómo fue? No sé explicar cómo pasó, pero de repente una cámara, de las que televisaban el match, se giró al lugar donde los cubanos estaban bailando, y allí surgió (supongo que ante la atónita mirada del gusano camuflado), un cartel en el que lucía la figura del Ché- el comandante que perdió la vida reivindicando un mundo mejor-, junto al famoso eslogan “Hasta la victoria siempre”.
Dicen las malas lenguas que para el pobre diablo protagonista de nuestra historia, aquella visión no pudo ser una luz que iluminara todo su ser (como cantaba el gran Benny Moré), pues, contrariamente a lo que pudo pensar, la auténtica pancarta reivindicativa, sí estaba allí.
¿Cómo fue? No sé explicar cómo pasó, pero de repente una cámara, de las que televisaban el match, se giró al lugar donde los cubanos estaban bailando, y allí surgió (supongo que ante la atónita mirada del gusano camuflado), un cartel en el que lucía la figura del Ché- el comandante que perdió la vida reivindicando un mundo mejor-, junto al famoso eslogan “Hasta la victoria siempre”.
Dicen las malas lenguas que para el pobre diablo protagonista de nuestra historia, aquella visión no pudo ser una luz que iluminara todo su ser (como cantaba el gran Benny Moré), pues, contrariamente a lo que pudo pensar, la auténtica pancarta reivindicativa, sí estaba allí.