Alina Perera / Fotos Liborio Noval - Cubadebate.- Hay un sinnúmero de guiños, de insinuaciones y señales que están ahí, físicamente al alcance de todos los viajeros de La Habana, y que sin embargo permanecen invisibles —como piezas de un rompecabezas a la espera de otras para develar la gran combinación— hasta que la sutileza de un cazador de secretos como Liborio Noval los pone al descubierto.


Siempre habrá una brecha misteriosa entre lo que atrapa la mirada, y lo que de pronto, como pez travieso, queda cautivo para siempre por cuenta de un obturador. Es algo que el sabio fotógrafo conoce, y que lo llevó a la aventura de intentar sorprender el espíritu de criaturas «inmóviles».

El resultado es deslumbrante: una bailarina española, castañuela en mano, mira socarronamente sabrán los ángeles a quién, y nos desafía con su sensualidad, con un atrevimiento que nos desespera, pues lo que falta para que la tela a la altura del pecho caiga y la deje desnuda, es nada.

En otro lugar descubrimos el sacrificio de un atlante, con todos sus músculos tensos mientras soporta el techo de su universo. La belleza de las piernas nos deja sin palabras. Y en otro punto de la urbe un niño que reina en un mundo de aguas se nos revela en toda la fragilidad de su piel tan suave, hecha para ser acariciada y protegida.

No lejos de faroles augustos como guardianes, las musas del Gran Teatro de La Habana cobran vida espléndida. Es difícil advertirlas de lejos, pero la lente de Liborio las humaniza, nos recuerda que fueron hechas a imagen y semejanza de todos nosotros.

Finalmente, al pie de José Martí en el Parque Central de La Habana, un mambí niño sopla la corneta del combate redentor. Fascina la ductilidad de su cachete estirado por el aire. Y no lejos, como si estuviera hecho de papel fino, como corona del regalo más sublime de la ciudad, está puesto sobre una esquina el siguiente sello: Gran Café el Louvre. Parecerá un detalle como otro cualquiera, pero esas letras nos remontan a aquellos cubanos de hace siglos, aquellos muchachos inquietos que daban pasos de conspiración sobre la acera, al tiempo de soñar una Nación que no detuvo el paso hasta llegar hasta aquí, a golpe de tantos sacrificios, claroscuros y sortilegios.

 

 

 

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