Jorge Fornet/Fotos Abel (Casa de las Américas) - La Jiribilla.-  Un escritor que escapa al sentido común literario.
 


Creo que fue a mediados de la década del 90 cuando William Ospina llegó por primera vez a la Casa de las Américas. Recuerdo que en la sala Manuel Galich hablaban y leían Santiago Mutis, Héctor Abad Faciolince y el propio Ospina, ante un discreto público que asistía deslumbrado a la revelación de aquellos tres jóvenes escritores colombianos.

Pasado un tiempo, hace ya casi diez años, el Fondo Editorial de la Casa inició su colección Pasamanos con el poemario El país del viento, que venía precedido de varios reconocimientos, y que fue la primera aparición de su autor en editoriales de nuestro país. Y en 2003 el nombre de William Ospina se le reveló de manera aún más contundente a los lectores cubanos cuando la misma Casa otorgó al volumen Los nuevos centros de la esfera el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada.

Sin embargo, tan singular es su trayectoria que —por más reconocida y publicada que sean su obra poética, ensayística y narrativa, por generosos que resulten los adjetivos que se le dedican— William Ospina continúa siendo un “raro”, un escritor que escapa a las fáciles clasificaciones y al sentido común literario. La idea de dedicarle una Semana de Autor —ese espacio por el que han pasado, desde el año 2000, figuras como los argentinos Ricardo Piglia y Luisa Valenzuela, los chilenos Diamela Eltit y Pedro Lemebel, el nicaragüense Ernesto Cardenal, el brasileño Rubem Fonseca y el mexicano Sergio Pitol— es una oportunidad para acercarnos a la figura y la obra de uno de los autores más intensos de la actual literatura latinoamericana.

Más de 20 títulos integran la ya copiosa obra del autor tolimense. Basta mirarlos para darnos cuenta de la enorme gama que ellos cubren, y eso es parte del encanto del conjunto. Lo sorprendente de Ospina no es solo la calidad de su escritura, ese sacudimiento que provocan siempre los grandes estilistas, sino que ella es parte incluso de los ensayos sobre los temas más áridos del mundo en que vivimos. Por otra parte, a diferencia de lo que suele decirse de otros autores o publicaciones, Ospina no ha venido con su obra a llenar un vacío; él mismo ha sido el creador de un vacío en el que ha inscrito —y donde ha escrito— su producción, y nos ha hecho ver temas, acercamientos, y hasta adjetivos que antes de él nos resultaban invisibles.

Autor de una poética coherente y seductora, Ospina ha ido armando —posibilidad que solo alcanzan contados escritores— una tradición en la que mejor puede ser entendida su propia obra. En lo histórico desecha la lectura según la cual nuestro pasado se reduce a poco más de cinco siglos, para remontarse hasta aquel hipotético mongol de El país del viento, el primer hombre en cruzar lo que hoy conocemos como Estrecho de Behring, es decir, el poblador inicial de este hemisferio. En lo literario, además de los clásicos inevitables, es llamativa su pasión por los cronistas de la conquista de América, y en especial por un poeta maltratado por las historias literarias: Juan de Castellanos. A Ospina lo cautiva la idea de que en un momento de madurez de la lengua española, cuando faltaban pocas décadas para la aparición de El Quijote, ninguno de los grandes escritores españoles se preocupara por ese nuevo mundo recién nacido al conocimiento y la imaginación europeos. Tuvieron que ser, en consecuencia, escritores menores o improvisados quienes dieran cuenta de ese universo. Frente a él, esos cronistas no podían evitar el balbuceo provocado por un vocabulario insuficiente para narrar y describir lo que veían; tuvieron, por tanto, que “contaminar” la lengua que traían con un caudal de palabras por las que fueron, a su vez, conquistados.

Leer a William Ospina —desde sus poemarios y ensayos hasta las novelas Ursúa y El país de la canela, Premio Rómulo Gallegos 2009— implica también correr el riesgo de ser conquistado por su palabra. Y un riesgo adicional: el de hacernos nuevas preguntas sobre este mundo que habitamos y sobre nuestra forma de entenderlo.

 

 

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