Joseba Macías – Cubainformación.- Van Van, música, baile y vida cotidiana. Cuatro largas décadas arrasando bajito. Un fresco excelente para entender el pulso cubano sin lecturas sesgadas ni manuales de ciencias sociales al uso. Ritmo, sudor y sensualidad en movimiento por encima de generaciones. Y, sobre todo, alma, delirio e historia.

Texto publicado en Cubainformación en papel nº 12 - Invierno 2009-2010


Historias, para ser exactos. Tantas como las letras de las canciones que han acompañado ocios y sentimientos bailados desde aquel 1969 en el que surgió una propuesta que ha batido récords, elevado la música a consigna o sugerido ritmos–himno al imaginario colectivo. Van Van es Cuba. Ni más ni menos. Tiempo de definición. Songo, changüí–shake, montunos, boleros... y Juan Formell. Me lo contaba años atrás uno de mis hermanos por el mundo. Era panameño y murió de tristeza, lo sé, pocos días después de la última invasión estadounidense. Chuchú Martínez fue premio Casa de las Américas, lugarteniente de Torrijos, matemático, aviador, profesor, romántico conquistador y, sobre todo, un hombre comprometido con su país y su dignidad. Fue en una tarde de evocaciones con música caribeña y vino chileno en su ciudad todavía no acorralada: “Silvio, Pablito, sí, seguro... Pero óyeme, Joseba: Cuba, sobre todo, es Van Van”. Con el tiempo he sabido que, como en tantas otras cosas, Chuchú tenía razón.

“¡De que van, van!”
Eran aquellos tiempos precisos de quemar el cielo por vivir mientras la era paría uno, dos, tres corazones. La meta de los diez millones se había convertido en un inmenso reto colectivo y la temporada de zafra prolongaba su calendario en el norte y en el sur, en el este y en el oeste de un pueblo–país convencido de que los sueños de muchos y muchas, planteados al unísono, se hacen verdaderamente realidad. “De que van, van” era palabra de orden y refugio solidario antes de que alguien encendiera la luz y bajara a tocar el suelo con los dientes. Pero más allá de frustraciones y anhelos postergados, aquel tiempo de solidaridad sin fronteras humanas dejó muchas lecciones todavía no suficientemente estudiadas. Y también la aparición de los Van Van. En diciembre de 1969, Juan Formell, un contrabajista que había desarrollado su carrera en colectivos musicales como la Orquesta del Instituto Cubano de Radio y Televisión o, muy especialmente, en la Orquesta Revé, presenta públicamente su nueva formación. Tiempo de innovaciones: nuevos sonidos, nuevos instrumentos, nuevas voces, nuevas letras... Pronto serían rebautizados popularmente como “El tren musical de la alegría”. Y, en justicia, conviene recordar los nombres de aquella primera formación que en muy poco tiempo “revolucionaría” los ritmos de la Revolución: Blas Egües, batería; Raúl Cárdenas “El Yulo”, tumbadora; Pupy Pedroso, piano; Fernando Leyva, Gerardo Miró y Jesús Linares, violines; Julio Noroña, güiro; Orlando Canto, flauta; Luis Masilli, cello; William Sánchez, guitarra; El Lele, voz. Y Juan Formell, bajo, voz y dirección. Pese a puristas y conservadores, el bajo electrificado “cantaba y se movía” y de eso también se tomó buena nota en las escuelas de música. Había llegado Van Van. Habían llegado las nuevas sonoridades para la gozadera colectiva, desde el máximo respeto, eso siempre, al son original. Pero también llegaron nuevas letras en las que no se obviaban los problemas de lo cotidiano desde un punto de vista, cubano al fin, netamente irónico y “jodedor”: “La compota”, “La bola de humo”, “Seis semanas”, “Ponte para las cosas”, “Pero qué falta de respeto”, “Yo quiero una flaca”, “TV a color”, “Y no le conviene”... Pronto aparecen sus primeros discos, las actuaciones internacionales... Los Van Van comienzan a hacer historia.

De los 80 a los 90
La década de los años 80 del pasado siglo marca el período de madurez del grupo. También el de importantes innovaciones para una orquesta que, siempre bajo la inspiración de Formell, no deja de experimentar con nuevos sonidos e instrumentos: se incorpora el timbre inconfundible y “heterodoxo” de los trombones, el saxofón sintetizado, los violines eléctricos... Innovaciones técnicas bajo unos ritmos a caballo entre la tradición y la vanguardia que siguen compartiendo el pentagrama con unos textos corrosivos, plagados de picaresca y costumbrismo: “La Habana no aguanta más”, “Se acabó el querer”, “La duda de Belén”, “Se muere la tía”, “La Titimanía”, “Recaditos no”, “Eso que anda”...
En los difíciles años 90, los Van Van realizan una larga gira por todo el país convirtiendo así su música en antídoto de las muchas almas heridas por un Período Especial que trastoca compromisos y retorna actitudes olvidadas como triste método de supervivencia. Pero también continúan las innovaciones tímbricas y expresivas. Y el reconocimiento internacional para un grupo convertido en el verdadero estandarte de la música cubana de grandes orquestas en geografías alejadas de la particular sensibilidad latina: Inglaterra, Austria, Suiza, Alemania... Todo ello bajo el sonido inconfundible de nuevas canciones-himno: “Que le den candela”, “Ese es mi problema”, “Soy normal, natural, “Qué sorpresa”, “Te pone la cabeza mala”, “El negro está cocinando”... Un período que tiene su coda final en 1999 con una larga gira por 25 ciudades estadounidenses que culmina en Miami donde, pese a la enorme presión de los sectores más reaccionarios de la diáspora cubana, miles de personas pudieron gozar en directo del “sonido Van Van” en el Coliseo Arena de la ciudad.

Van Van en el siglo XXI
El nuevo siglo para Van Van trae entre sus pies, siempre en movimiento, un Granmy latino por su obra condensada en el disco “Llegó Van Van”. Continúan también experimentando la voz de distintos solistas, entre ellos y por primera vez una mujer, o las colaboraciones escénicas con las expresiones sonoras de las nuevas generaciones de la música cubana como el colectivo “Habana abierta”. Es el tiempo de temas como “Tim–pop con birland”, “Quien no ha dicho una mentira”, “Esto te pone la cabeza mala”, “Qué cosas tiene la vida”, “Chapeando”, “Tú  a lo tuyo, yo a lo mío”, “El travesti”...
Hoy, 41 años después de su creación, los Van Van siguen haciendo bailar a tres generaciones de cubanos y cubanas como queda manifiestamente reflejado, es un ejemplo, en las fiestas anuales de cierre del verano en el Malecón habanero. Música e historias del día a día por encima de bloqueos, carencias y sueños en reposo. Sus canciones y su ritmo rompen fronteras y son interpretadas por músicos como Rubén Blades, El Gran Combo de Puerto Rico, Roberto Roena o Vicentico Valdés mientras el propio Formell, pese a su edad y sus excesos, sigue componiendo temas para comedias musicales y películas. Y es que con él y con sus canciones van siempre aquellas orquestas de Rubalcaba y de Peruchín, Benny Moré y la Aragón aderezadas con jazz, los Beatles y ritmos brasileños, sintetizadores o el chiquichaca y el guapasá. Y además, en el mismo maletín, con una excelente lección empírica sobre la realidad social de una Revolución que, año tras año, no tiene mejor reflejo de su propia expresión real y posible que las letras de sus canciones. Porque Van Van, definitivamente y digan lo que digan, es Cuba. Y ya se cumplen muchas más de seis semanas...
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